Inicio Cultura La imposibilidad de perderte

La imposibilidad de perderte

5
0

La imposibilidad de perderte

Cuando dijiste que no éramos amigos entendí que era mejor seguir los planes solo. Decidí no hablar de la realización de mis fantasías. Tuve que agarrarme al recuerdo de Paco. La tarde cuando los agentes llegaron por él y lo sacaron de su oficina, había dicho: “Cuando robes… hazlo solo…” y este recuerdo hizo que me diera cuenta qué debía hacer contigo. Paco intentó expulsar el rencor acumulado hacia sus compañeros que compartieron aquel fraude de computadoras y lo habían dejado solo durante la auditoría; a mi primo le costó la cárcel. Su excesiva confianza en ellos lo perdió. Pagó el resultado de ser tan putañero. En una ocasión le dije (pa’ que repetírselo): “Me vale que andes con hombres, pero que no te gigoleen, no seas pendejo”. ¿De qué sirvió? Yo era el menos indicado para aconsejarlo. Desde la cárcel me depositó un buen billete, y le cumplí los encargos. Me encantó el rostro de esos mayatitos cuando les quebré la mandíbula. ¿Lo recuerdas?

Quédate sentado, no te me caigas. Mira a Patricia. Calladita como debió estarlo siempre. Mírala por última vez. La remojaré en agua caliente, mientras tú y yo vemos el video; hay que checar las partes que habrá que editar. Igual y esta película también la vendo. No por ti voy a abandonar el negocio. ¿Qué creíste? ¿Qué podías hacerme pendejo? Vamos, Jost. La dulce Patricia, su primer y único video. Después de hoy sólo será una chica más de una película casera.

Sí, esos mayatitos. Me gustó ver como jalaban aire. Se veían como peces bagre intentando respirar sobre la playa. Paco era mi familia, por eso lo ayudé. Pero no creí tener que hacerlo otra vez, Jost. No estaba en mis planes. Te tuve confianza. Te platiqué la idea de ganarnos una lana utilizando la candidez de los feligreses, y estuviste dispuesto enseguida. ¡Cómo hemos disfrutado los billetes, Jost! El único sacrificio ha sido la faramalla de portarnos ante los demás como destacados líderes juveniles. Pero que chido es gozar a esas niñas de carita tierna que llegaban al grupo. ¿Acaso no te encantaba igual que a mí? ¿Recuerdas cuando Sofía se desmintió de toda esa basura de “Ni creas que me voy a acostar contigo… se dicen tantas cosas de ti”? Fue el inicio del negocio. Y qué películas nos ha regalado la Chofi. ¿Quién podía imaginar el negocio que teníamos con los jovencitos que acudían a la iglesia?

Si algo debo agradecer a Dios, es la inteligencia. Me hace estar atento, para no cometer los errores de Paco, ni los tuyos. ¿De qué te sirvió sentirte culpable? Para este ritmo de vida hay que tener bien puestos los huevos. Me encanta pensar en ese pasaje cuando Salomón pide Sabiduría, me identifico. Es increíble lo fácil que es manipularles el cerebro a los jóvenes.

Tenemos todo controlado, ¿por qué salirte? Te enseñé todas las mañas para convencer tanto a las niñas como a los jovencitos. Pa’ que negarlo, a todos nos mueve el deseo y la sexualidad. “Usemos su mente”, dije y te enseñé cómo. Para mí, el amor no es más que una utopía. Lo sabes bien. La amistad, Jost, eso es lo que no debe romperse, la confianza en los amigos. Ya ves en qué acabó Paco. Cinco años, y al salir se fue de acá, para no toparse con la verdad de haber mandado asesinar a sus amigos. La confianza entre él y yo sigue firme.

Paco no me va a traicionar. Me debe tanto. Nos hemos beneficiado. En el extranjero mueve las películas con agilidad y cuidado. Pero tú, Jost, de verdad te creí más astuto. No pensé que el amor te pegara tan fuerte. Sí, reconozco que Patricia es hermosa. Pero, ¿y todo lo qué habíamos compartido? Para que esa noche me salieras con la estupidez de “No eres mi amigo”.

¿Cómo pudiste dejarte manejar por Patricia? Te conocí tantas mujeres. Las tenías a la mano. El negocio funcionaba a pedir de boca. A la iglesia nunca van a dejar de llegar niñas tiernas, lo sabes. Y siempre ha sido chingón estrenarlas. La Paty te ha cegado y mírate ahora. ¿No respondes? ¿Qué vas a responder?

Por eso te advertí esa noche, “No me importa que estés loco por Patricia, aún así, no le cuentes nada de lo que hacemos. Si no quieres seguir, adelante, deja todo. Pero no me tuerzas. Se supone que eres mi amigo”.

Te olvidaste de esa niña que llegó exigiendo la ayudásemos o nos denunciaba. Sus papás la estaban buscando. Casi se te muere. Tuve que intervenir para limpiar las cosas: encubrir a la niña, hacer que saliera de la ciudad y se fuera a vivir con Paco al extranjero. Ayudé al estudiante de medicina a practicar el aborto. Volví a ver la sangre en mis manos sin sentir asco. Lo recuerdas, imbécil. Casi se nos muere. Una vez pasado el susto, cuando nos reíamos del suceso, me dijiste en la cantina, “No importa qué pase, siempre estaré contigo; si vuelas, volaré a tu lado. Si caes, caeré contigo”. ¿Lo olvidaste? Yo no. Para que por una zorra me digas “No soy tu amigo, ni lo creas”. Chinga tu madre, Jost.

Por eso apenas tu relación con Patricia patinó, supe que debía actuar. Quizá no lo pensé al instante, porque la amistad que te tenía era gruesa, al menos para mí. Esa mañana, cuando me pediste que hablara con ella, que habían terminado, quise actuar en tu favor. Aún me veo escuchando tu voz en el auricular, “Siempre toma en cuenta lo que dices, háblale. Hazlo por mi”. Vaya sorpresa con la chamaca. No pude más que pensar: todas son iguales.

Tal vez si pueda verte, le dije a Patricia, después que se lanzó con descaro. No importaron los argumentos que le expuse, esos rollos de “Todo lo que han vivido. No dejen que se vaya al caño”. Y, ah qué chamaca, solo repetía: “Es a ti a quien siempre he querido”. Y tú enamorado de ella, pero qué pendejo fuiste. No te preocupes, Jost, nunca me han interesado las tontas. Casi me vomito por la cursilería. Qué ganas de repetir los estúpidos diálogos de las telenovelas: “El hombre de mi vida”.

Cuando colgué el teléfono hice la reconstrucción. Según ella, tú habías provocado todo el teatrito con esas mamaditas de querer ser seminarista: no mames. Si estabas hundido en el lodo igual que yo. Seminarista, mis huevos. Y con una hembra tan fogosa.

Sí, dudé. Lo sospeché todo. Recordé las palabras de Paco: “… hazlo solo… cuando robes… hazlo solo”. Quizá sólo fue un momento nada más, pero lo hice. Y esa forma de ajedrecista que tengo al pensar. Me preparé para cualquier movimiento: “¿Y si están de acuerdo para sacarme de la jugada? ¿Qué hay con esta confesión insospechada de Patricia? ¿Por qué hablaste en la mañana pa’ decirme que tronaste con ella?”. Patricia jamás ha demostrado una actitud coqueta hacia mí. Por eso vine preparado. ¿Acaso creyeron que soy tonto?

Llegué a su casa a las cinco. La ciudad se inundaba por una lluvia que se dejó caer desde el medio día. Estaba empapado y me encantó la cortesía que tuvo Patricia al dejar la puerta abierta. Por el interfón me pidió que subiera la escalera de servicio. Caminé con sigilo y, al llegar arriba, la vi. Estaba de pie junto al espejo, desnuda, peinándose. Hicimos el amor al menos dos veces. Siempre alerta por si llegabas por la espalda. No fue así. No había plan. Eso dijo Patricia. Repitió que me quería e idioteces como esa, pero el enojo que traía pudo más que sus ñoñerías. Ahora su piel irá quedando suave por el agua de la tina en que la he remojado. No merece ver la película. Esto es entre tú y yo.

Se que todo debió quedar en haberme cogido a tu novia como venganza. Pero ella insinuó que estaba enterada de “a qué nos dedicamos” y quería ayudarme a continuar. ¡Qué descaro! Así fue, tu zorrita quería meterse al negocio y reclutar otras niñas de la escuela de monjas donde había estudiado la prepa. Quizá era buena idea. Pero no soporté que le contaras todo.

Mira la pantalla, ¡mírala! No cierres los ojos. Cuando entré a su cuarto se cubrió las tetas y se metió al baño. Aproveché para poner la cámara entre las cosas del tocador. Voy a adelantarla. No te quiero aburrir con la parte erótica, ¿para qué? Quiero que veas el momento clímax. Acá… Es ella suplicando. Ese es el momento cuando, ya enojado por sus idioteces, la tomo de los cabellos. Mete las manos para defenderse. Sí, esta parte es chida, cuando la golpeo con la lámpara. Ahora le hago el amor ya muerta. Bueno ¿qué?, uno tiene sus gustos. Hay que explorar de todo. ¿Lo ves? Es la sangre de su rostro embarrada en mi pecho. Ahora te hablo por teléfono. Voy a adelantarla de nuevo porque no pasa nada mientras te espero, y eso será aburrido para los compradores. Lo editaré.

Ah que mi Jost, ni siquiera lo dudaste, ¿eh, puto? No tardaste en llegar. Abres la puerta y miras a Patricia sentada en el colchón. Ve el asombro de tu cara. Ella, recargada en la cabecera, no te devuelve el saludo, no contesta. ¿Acaso notaste la rigidez de su rostro? ¿Qué quieres? No soy buen maquillista. Se le ve bien, ¿no? Estoy seguro que no te diste cuenta que estaba muerta. ¿Lo hiciste? ¿Qué vas a contestar ahora? Corres hacia ella y ahí voy detrás de ti con el cuchillo en la mano, ni siquiera lo imaginaste: una… dos…, caes de rodillas… cuatro… seis…

Claro que no. Ahora puedes ver que no necesito a nadie.

Adán Echeverría

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.