La Dama de Blanco

By on diciembre 25, 2014

Llueve sobre la ciudad en esta fría noche de invierno. Bajo la llovizna, la sombra de Martín Domínguez se desliza pegada a las paredes, como tratando de no mojarse. Sobre el encharcado pavimento de las calles, derrapando, se refleja la luz de los vehículos que pasan como fracciones de rompecabezas dispersas por el viento.

Después de caminar un buen rato con el agua encima, Martín llega a la entrada de una estación del metro.

Baja por las escaleras convertidas en un lodazal de pasos encontrados, y sus pisadas se unen a las múltiples huellas en descenso sobre los alisados escalones.

El frío y la humedad acicatean a Martín las ansias de guarecerse en el bochorno de los andenes.

Llega al torniquete, introduce el boleto que le franquea el paso y, al caminar bajo las cenitales luces de los pasillos, éstas aplanan y alargan su sombra. Al entrar en calor se le restituye el buen talante. Apostado en los andenes, se sacude el agua del abrigo y los cabellos.

De pronto, una ráfaga de aire caliente azota su rostro, anunciando la llegada al andén de un convoy que, en un abrir y cerrar de puertas, expulsa y absorbe hornadas de pasajeros. Martín no logra abordar.

En segundos, el tren parte raudo y el andén casi se vacía, pero inmediatamente se vuelve a poblar por el incesante ir y venir de la gente.

Martín mira el reloj colgante que marca las once y cuarto, y se sorprende por la cantidad de usuarios en tránsito a estas horas de la noche.

El ambiente va cobrando tintes de aglomeración y hace que la temperatura aumente. Pasado un buen rato, la multitud se inquieta por la tardanza de la espera. Hay un retraso en la corrida que no acaba de llegar.

Martín lanza la vista por encima del gentío y la centra en una joven dama de espléndida belleza que hace su entrada en escena como recorriendo una pasarela. Va toda vestida de blanco, pero con pringas de lodo en los zapatos y el vuelo de su falda, señal de su prisa al caminar sobre el suelo mojado de afuera.

Pareciera que él la está esperando. Su escultural figura se mezcla entre la multitud y polariza las miradas, no todas buenas: las hay de envidia, deseo y malicia.

Por la obligada espera, ella también se impacienta y, taconeando con un mohín de disgusto en la boca, despreocupadamente se pone a revisar su bolso, tan solo por hacer algo, sacando cosas sin ton ni son. Imprudentemente toma de su cartera un fajo de billetes, sopesándolos, como cavilando si sus servicios fueron bien pagados. Obviamente, esta descuidada ostentación no pasa desapercibida para los de malas intenciones.

Martín se alerta ante este desliz y, con mirada acuciosa, observa todos los movimientos, delante y tras, del conglomerado de peones y demás piezas en esta partida de ajedrez puesta en movimiento.

Aprovechando su anonimato, percibe el deslizamiento furtivo de un elemento que se incorpora a la partida en curso sobre el tablero claroscuro del piso en el andén del metro. Es un carterista, ataviado con neutral gabardina negra, quien pasa junto a la mujer de blanco, rozándola, como imponiéndole su cercanía y midiendo las posibilidades de hacerse de los billetes.

Ella ni por asomo se percata del acoso de que es objeto, pero no está desvalida: cuenta con un aliado táctico, Martín, quien entra en acción con una apertura de gambito de Dama.

Martín avanza haciendo su movimiento defensivo, y con la mirada periférica observa al oscuro alfil atacante efectuar una acometida con el rey de bastos listo para poner en jaque el bolso con los dineros de la dama blanca. Pero Martín enroca en corto, situándose sin mucho aspaviento a su flanco derecho, salvándola del jaque.

Un súbito cambio en la presión del aire es detectado por los oídos de Martín, avisando que el retrasado convoy hace su entrada por el túnel. La hilera de vagones pasa rugiendo hasta detenerse y una de las puertas, por casualidad, queda enfrente de ellos, expeliendo su cargamento humano.

Coreográficamente, los pasajeros de afuera se hacen a un lado, replegándose, conteniéndose apenas para dejar salir a los que llegan y enseguida meterse al vagón atropelladamente.

Martín logra mantener su posición al flanco de la dama de blanco, interfiriendo otra vez con el carterista presto a dar un nuevo jaque al bolso, frustrando el mate.

El alfil de negro, al ver anulado su ataque, opta por estratégico repliegue en la partida y concede tablas al no abordar el convoy.

   

Wachy Bates

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