La Canícula y otras señales

By on julio 26, 2018

Perspectiva

 

“¿Qué le han hecho a la Tierra?

¿Qué le han hecho a nuestra noble hermana?”

When the Music’s Over, The Doors

La Canícula es, según los expertos, el período de intenso calor posterior al solsticio de verano en el Hemisferio Norte, que dura de 4 a 7 semanas, y cuyo nombre deriva de la posición astral de la constelación del Can Menor en esos días. Es la época en la que recibimos la mayor cantidad de radiación solar. En nuestro estado de Yucatán, los días y las noches están siendo intensamente calurosos, y a nuestras temperaturas se agrega el factor de humedad ambiental, llevando los mercurios arriba de los 50° Celsius.

Esta mañana me enteré de que los japoneses, los ingleses y los norteamericanos están reportando fallecimientos debido al intenso calor al que se han visto sometidos, con temperaturas mayores a los 35° Celsius, temperaturas a las que ellos simplemente no están acostumbrados y a las cuales su nivel de tolerancia es mínimo. En México también se han registrado muertes debido al calor extremo que nos agobia desde hace unas semanas; como contraste, hemos tenido en el territorio mexicano temperaturas muy por encima de los 40° Celsius.

En Mexicali, Baja California, se han registrado temperaturas de 54°C, y algunos pelícanos del zoológico local murieron debido a esto, mientras que otros presentaron signos de desorientación, algo que no se había atestiguado antes.

¿Qué hemos hecho con nuestro hábitat? La respuesta corta: De todo, y mucho de ello no tiene manera de componerse.

En las postrimerías del siglo pasado, en la década de los años 80, los científicos nos abrieron los ojos al inmenso agujero que habíamos causado en la capa de ozono que protegía la atmósfera gracias al continuo uso de los fluorocarbonos; ahí supimos que ese era uno de los componentes básicos de la mayoría de los aerosoles que usábamos como desodorantes o artículos para el arreglo personal. ¿Las consecuencias? Aumento de cáncer en la piel y el recalentamiento global, con el consecuente deshielo en los polos, y afectaciones a la fauna de esos lares, además de aumento en el nivel de los mares.

Nuestra industrialización también ha contribuido a afectar nuestro medio ambiente. El efecto invernadero, un fenómeno que se daba de manera normal y que consiste en que ciertos gases retienen la radiación solar en la atmósfera, se ha visto potenciado por la emisión de gases al medio ambiente (metano, óxido nitroso, gases fluorados, dióxido de carbono) que han aumentado aun más esa retención, aumentando la temperatura global. El fenómeno climático de “El Niño” tuvo su origen en esto, y los huracanes y tornados han aumentado su intensidad en la misma proporción, con funestas consecuencias.

El crecimiento de las zonas urbanas también ha contribuido a que sintamos con mayor intensidad el calor: escudados en un engañoso afán de “progreso”, arrasamos con nuestras zonas verdes, convirtiéndolas en planchas de concreto y asfalto. Los que hemos vivido en Mérida desde hace varias décadas podamos dar fe de lo anterior: estas temperaturas de hoy en día no se daban en nuestra niñez.

¿Todo está perdido? Creo que no, pero es necesario que actuemos vigorosamente para evitar que se convierta en una catástrofe que afecte a las futuras generaciones.

Comencemos por algo que nunca debimos dejar de hacer: plantar árboles.

¿Recuerdan cuando nuestras abuelas o nuestras madres nos pedían que bajáramos naranjas agrias, limones, mangos, mameyes, huayas, guanábanas, aguacates, anonas, zaramullos, y muchas otras frutas, ya fuera de los árboles o de los arbustos? Cosechábamos así lo que otros habían sembrado con anterioridad. Esos frutales, y también muchas hortalizas, fueron el medio de subsistencia de muchas familias de las que provenimos. ¿Qué nos cuesta regresar a ello y sembrar árboles que nuestros nietos (si los tenemos) o nuestros familiares puedan aprovechar? No solo estaríamos proporcionándoles alimento, sino también estaríamos contribuyendo a contrarrestar la deforestación, aumentando la capacidad pulmonar de nuestra atmósfera.

¿Y qué tal si sobre la acera de nuestras casas, en el jardín, o sobre el camellón de la avenida, plantáramos árboles que pudieran sobrevivir las condiciones de nuestro medio, árboles mestizos, aclimatados y que engalanen nuestras calles?

Ahora que tantos candidatos han sido elegidos, identifiquemos a aquellos que tienen clara la visión ecológica y de conservación de nuestro medio ambiente. Aquellos que se sumen a la tarea son los valiosos, porque no son cortos de miras sino, por el contrario, están pensando en el futuro.

Desde esta perspectiva, hasta este momento solo contamos con un hábitat como humanos: el planeta Tierra. Si no lo cuidamos, arriesgaremos la supervivencia de la Vida entera, no solo la nuestra.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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