La Aventura Musical de Coki Navarro – XXV

By on octubre 1, 2020

XXV

Continuación…

Esas gentes, esas grandes gentes que convivían conmigo, sí cruzaban lo pantanos sin manchar su plumaje. Al fuego con los cabrones que escuchan el llanto de un hombre por la desesperanza y se ríen de esas lágrimas… Excomunión para los que no saben lo que es ganarse un peso y vomitan su insolente altivez…  Al infierno con los infames de corazón que teniendo dinero regatean el precio para acostarse a fornicar con una prostituta; esos subastarían hasta a su propia madre… Mejor no sigo porque puede parecer que estoy amargado y no quiero que confundan amargura con conocimientos vistos por los ojos observadores que tantas y tantas veces presenciaron escenas de todo lo arriba anotado. Ah, humanidad sin humanos. Ahora pienso que si el mono, según Darwin, es lo más parecido al hombre, pobre mono.

Llega diciembre y me agarra frío de dinero y compañía. Casi todos mis colegas se han ido a sus lugares a pasar la navidad. Apena estamos unos cinco o seis en la casa de huéspedes. El dueño nos anuncia que subirá la renta.

A pagar más y a ganar menos. A trabajar más y a comer menos. A sentir más frío y más ganas de regresar a mi Yucatán; pero no me daré por vencido. Salgo como siempre a las seis de la tarde con mi guitarra bajo el brazo y junto con mis otros compañeros entro a una cantina de la calle Victoria. No sé qué pasó, pero el caso es que de repente se armó tal zafarrancho que los más afortunados fuimos nosotros que nos rompieron solamente nuestras guitarras, pues unos perdieron media vida, otros los dientes, y entre fracturados y sangrantes nos vimos solos con nuestros (al menos el mío) trajes rotos. ¡Qué trifulca! Ahora sí nos damos cuenta de que siempre hay algo peor que le puede pasar a los mortales.

Nos regresamos a cambiarnos y decidimos no salir esa noche más que a comer alguna torta. ¿Qué torta? Si apenas teníamos dos pesos. Ahora vamos a probar la comida que nos había recomendado un amigo para cuando verdaderamente estuviéramos “jodidos”.

Nos encaminamos al Zócalo y en un costado de los portales, por donde estaba la sombrería Tardán (ojalá no me falle la memoria), se instalaba una simpática señora con sus dos hijos y en unas gigantescas cacerolas vendían algo que ellos decían que era comida.

Pues a pedir nuestra ración. Cincuenta centavos y en un pedazo de cartón ponían lo que una cuchara grande, como lengua de un chismoso, sacaba de cualquiera de las palanganas. En una lata y por diez centavos nos daban algo que parecía café.

No había tiempo para preguntar qué era lo que estábamos comiendo, pues el hambre no admite condiciones. Esta comida tan barata es la que compra la señora a los que recogen las sobras de los restaurantes. Se la llevaban en tambores tal y como en ellos se tira de lo que van dejando los clientes. El surtido es en verdad SURTIDO. Pedazos de carne medio masticada, huesos de lo que fue una chuleta, cigarros, palillos, servilletas, botones, cáscaras de naranja, cascaras de huevos, puros chupados, macarrones con pedazos de pescado, corcholatas, lechuga y rábanos con papas y ceniza, uno que otro chicle, huesos de pollo con algo de pellejo, frijoles revueltos con chocolate, tocineta con crema y hormigas, pedazos de jamón con flores enrollados, flores con arroz… ¿Le sigo? ¿Quieren que le siga? Ni en París, New York, Tokio o Bruselas hubiéramos encontrado este menú tan exótico y todo por cincuenta centavos. Perros y gatos alrededor nuestro en espera de que los ayudemos también a vivir. No hay diferencia entre ellos y yo en este momento. Me siento perro, pero sin la virtud que tiene un perro; solamente soy un humano-perro, que es peor.

Enfrente, mientras comemos, puedo ver el Palacio Nacional iluminado junto con nuestra conquistadora y conquistada Catedral. AY, SEÑOR PRESIDENTE (de ese tiempo) CÓMO ME DUELE EL ALMA EN ESTE MOMENTO. YO, AQUÍ COMIENDO SOBRAS Y USTED EN SU DESPACHO SIN SABER LO QUE ME ESTÁ PASANDO. No le reprocho nada; de ninguna manera, pues me encuentro en estas circunstancias porque la vida, la juguetona vida, así lo ha dispuesto; es mi destino el que me tiene ahí parado tragando restos de comida, pero que para mí es la salvación de mi pecadora carne.

Usted, señor Presidente, (de esa época… conste) no es el culpable de la suerte de sus hermanos de México, no, no, no; demasiado ya tiene con ser Presidente de un pueblo que todavía huele a pólvora y revolución; pero qué feliz me haría si usted firmara un decreto en que se obligue a los cabrones (perdone la expresión) que no puedan terminar una comida para que la dejen a los necesitados, como yo, sin palillos, ni chicles, ni cigarros y papeles; que no la “chiflen” con sus gastronómicas maneras de comportarse. Y a los que venden las sobras, que no la acaben de joder y al menos separen lo poco bueno de lo mucho malo que nos venden, porque no quiero describirle el sabor de un pedazo de rábano con ceniza. Pero la necesidad es una herejía, por lo que hube de hacerme cliente conocido de este “Maxim” mexicano y callejero.

xxx     xxx

Así, al correr los días, llegó la Navidad y exactamente el 24 de diciembre me sorprende la madrugada “comiendo” con hambre perruna, mientras a mi lado pasan cientos de coches elegantes con mujeres y hombres más elegantes y beodos en su interior. Unos pasan y nos gritan “Feliz Navidad”. Otros nos dicen “adiós, pendejos.” Otros ni se toman la molestia de mirarnos. Así, como complemento de mi desgracia, recibo las más crueles bofetadas de la vida que son disparadas desde los finos interiores de esos coches que llevan su cargamento de bestias “aristócratas” vestidas de seda ellas y smoking ellos. Carne animada cubierta de ropajes adquiridos tal vez con la venta de sus cochinas conciencias (me refiero a los que nos insultan). Lo que el hombre ha hecho de sus semejantes… Ni modo, es un tema que hay que continuar representando para darle vigencia a la Biblia. Cristo, hoy el mundo festeja tu nacimiento. Me siento borracho de ver tantos borrachos que pasan a mi lado y me dicen: “Adiós, pendejo…” Hombres que defecan por la boca. Vergüenza de la especie humana. Dios mío, te pregunto: ¿Cómo has podido crear tanta deshumanidad? ¿Por qué dicen que somos a semejanza tuya? Yo no creo que tengas ni la forma ni el pensamiento nuestros.

Coki Navarro

 Continuará la próxima semana…

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.