La Afortunada Gorda

By on enero 14, 2021

Por Wendy Góngora Caballero

Hace unos días, me reencontré con una gata. Así es: la conocí cuando ella aún era pequeña…

Con mis sobrinos, asimilé lo indefensos que son los bebés. Una noche, escuché a un gato maullar y salí a rastrear su llanto. Crucé la calle.

Se trataba de un gatito. Estaba solo y parecía buscar comida. En mi mente urdí la historia de que tal vez se había quedado en orfandad y debo confesar que, por primera vez, un gato despertó mi compasión. Nunca antes había pensado en lo difícil que resulta sobrevivir a estos seres sin hogar; era un gato, pero no dejaba de ser un bebé desamparado, así que pensé en darle algo de comer.

Intenté agarrarlo, pero no se dejó. Se veía muy asustado. Entré a mi casa, y en el refrigerador encontré unas salchichas. En ese momento desconocía que las salchichas les hacían daño. Tomé una y la lancé hacia donde se encontraba, la salchicha rodó y quedó debajo del auto de mi vecino, estacionado adentro de su casa. El gatito fue hasta allí y se la comió.

Al día siguiente estuve pendiente: cuando lo escuché maullar, salí nuevamente y vi que estaba debajo del auto. Nuevamente le lancé una salchicha.

Mientras intentaba conciliar el sueño, me entró la preocupación de que mi vecino arrancara su vehículo y lo atropellara, así que le pedí a mi hermana que le enviara un mensaje de texto avisándole que había visto un gato y que, por favor, tuviera cuidado de no aplastarlo.

Un par de meses después, mi hermana me platicó que el gato era gata, que mi vecino la había adoptado y la trataba como una reina.

Tiempo después, platicando con un amigo que ama a los gatos, le conversé la historia de esta gata que sin querer encontró un hogar. Pensé que me daría una buena opinión, pero no fue así: se limitó a decirme que nunca le diera salchicha a un gato porque los enferma. En ese momento me enteré y me sentí decepcionada. Le expliqué que eso yo no lo sabía y entonces entendió que fue una emergencia.

He perdido la cuenta de cuánto tiempo ha pasado desde que conocí a la gatita.

Hace unas semanas platiqué con el vecino que la adoptó. Me dio gusto ver que la trataba muy bien, incluso en su oficina colocó una silla cerca de la ventana y me comentó que era la que utilizaba la “gorda” (como la nombró) para brincar y entrar desde el jardín. Me resistí a decirle cómo había llegado a su casa.

Un día, platicando, me contó las anécdotas que habían vivido juntos, así como los sustos que se ha llevado cada vez que se enferma y su compromiso de llevarla con el veterinario.

Lo vi tan contento que no me resistí y le dije “Yo te la regalé”. Decidí contarle la historia. Me escuchó y fingió estar molesto, lo sé, porque inmediatamente sonrió y continuó con la plática.

Me parece muy afortunada la historia de esta gatita y decidí contarla, porque de un tiempo a la fecha he leído noticias de crueldad en contra de los animales.

En Yucatán, el maltrato hacia estos seres es considerado un delito, previsto en el Código Penal del Estado. Sin embargo, tal vez por desconocimiento de que se haya aplicado la ley, les continúan causando daño, envenenando, mutilando, abandonando y cometiendo actos de zoofilia.

Al leer estas noticias tan atroces, inevitablemente pensé en la ‘gorda’ y en lo desdichada que pudo ser su existencia de no haber encontrado a alguien con la sabiduría suficiente para respetar su vida y adoptarla. Porque, aunque no todas las personas puedan o quieran adoptarlos, nada justifica cometer actos de salvajismo en su contra. ¡Nada!

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