Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – X

By on mayo 20, 2021

IV

1

El Preguntador no cumplió con la entrega de las insignias reales al siguiente día como había prometido. Alegó encontrarse fatigado, exhausto por la demasiada duración del ceremonial del Lenguaje de Zuyua. Hubieron de transcurrir varios días antes de que Nacan Tinal, uno de sus sacerdotes, entregara a Hunac Kel y a su padrino las insignias en su representación: las flautas de hueso, los tambores, las cuentas amarillas, las garras de puma, las garras de jaguar, conchas de caracol, plumas de guacamaya, estandartes de pluma de garza real, una generosa dotación de tabaco y los hermosos palios de ceremonia.

–Muy bien, Nacan Tinal –dijo el consejero áulico, que conocía a fondo de insignias y coronamientos de reyes–, recibimos todo esto con gratitud y fervor; sin embargo, has omitido el trono y el dosel.

Nacan Tinal se sintió agraviado en su orgullo:

–Escucha, Tigre de la Luna –respondió con un tonillo de irritación–. ¿Acaso pensasteis que yo traería el trono de piedra sobre mis espaldas? ¿Pues qué pasa con vosotros? Yo no soy uno de vuestros esclavos y solo respondo ante mi señor, el Kaat Naat, que está enfermo. El trono lo construiréis vosotros, a vuestras expensas, y vosotros también instalaréis el dosel. Me habéis ofendido y, de paso, ofendisteis al Preguntador.

–Está bien, hombre, está bien –dijo Tigre de la Luna, tratando de calmar a Nacan Tinal–, no tienes por qué enfadarte. Nosotros haremos construir un nuevo trono; el viejo que existe en el palacio está muy desgastado y no es digno de Hunac Kel.

Nacan Tinal les volteó las espaldas y, sin siquiera despedirse, se alejó a toda prisa, seguido de sus criados.

–¿Viste, Hunac Kel? –habló Tigre de la Luna–. Todos los subalternos del Kaat Naat son tan soberbios como él. No nos entregaron el trono, pero no importa. Mañana llamaremos a nuestros escultores y yo mismo les daré instrucciones para fabricar uno nuevo.

Los escultores dilataron un par de meses en su labor. Cuando concluyeron, Hunac Kel y su tutor se mostraron absolutamente asombrados: el trono era de piedra rosada de las tierras del Sur y evocaba el de Kukulcán con sus tres escalones, el fino tallado de figuras de serpientes entrelazadas en su respaldo y en los brazos, el llamativo verde de sus piezas de jade y el esplendor de sus perlas incrustadas.

–Helo ahí –le dijo Tigre de la Luna, y añadió con ironía–; no podrás quejarte, tú que amas el lujo.

–Yo no amo el lujo, querido viejo –Hunac Kel entendió la indirecta–, pero un trono es un trono y tiene que lucir como un trono.

–No lo tomes a pecho, muchacho –rio el sacerdote–. La verdad es que el trono es una obra de arte, aunque tu padre, Ah Me’ex Cuc, no se habría sentado en él.

–Ah Me’ex Cuc era un santo–suspiró Hunac Kel– y yo no lo soy; mi padre rechazaba toda violencia y era un mensajero de la paz, como el Rocío del Cielo. Yo disfruto el combate y los placeres del mundo. No tienes por qué compararlo conmigo: además, él gustaba de las cosas simples y yo no; los santos bendicen y son complacientes; los héroes son impacientes. Yo no quiero ser santo, viejo, sino héroe.

Y no resistiendo la tentación de sentarse en el trono, lo ocupó de inmediato.

–Bueno ¿qué opinas? –le preguntó su tutor–. ¿Te sientes a gusto en él?

Hunac Kel sonrió satisfecho:

–Hombre, viejo –contestó– quien diga que no se siente a gusto sentado en un trono es un embustero.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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