Novela
XXI
6
–¿Qué sabes de Lagarto Verde, Ah Okol Cheen? –le preguntó el Señor Triste al caciquillo, mientras tomaban pozole fresco en su choza en compañía de Pavo Plateado.
–Nada en absoluto. Con toda esta confusión de los últimos días ni siquiera he pensado en ese desvergonzado.
–Pues tendremos que visitarlo –expresó el Señor Triste–. Obran en su poder un número de códices sobre diversos asuntos que es urgente recuperar. Él le prometió a Hunac Kel en mi presencia entregarlos en una semana y ya ha vencido el plazo.
Acabáronse sus pozoles y se dirigieron a la casa de bajareque del amanuense. No lo encontraron ni dentro ni fuera, y sobre su mesa de trabajo no había ningún códice. El Señor Triste palideció:
–¿Dónde está Lagarto Verde y dónde los códices que debía limpiar y entregarme personalmente? –les decía, totalmente confuso, a sus acompañantes–. Este es un mal presagio.
Acudieron a hablar con la viuda de Tigre de la Luna, la casera del amanuense:
–¿Qué pasa, Ix Cacuc? –preguntó el Señor Triste–. ¿Qué ha ocurrido con Lagarto Verde? Parece que se lo ha tragado la tierra.
–No lo sé –contestó la señora–. La última vez que lo vi fue la noche en que mataron a Hunac Kel. Acudí a darle la noticia, pero extrañamente ya estaba enterado. La supo antes que yo… Luego ya no le vi más. Cuando le llevé sus alimentos al día siguiente, no lo hallé por ninguna parte.
El Señor Triste se mostró hondamente preocupado:
–En realidad él no me interesa en absoluto, Ix Cacuc –dijo– pero ¿y los códices? Quisiera saber qué suerte corrieron.
–Yo creo que se apropió de ellos –razonó la señora–. Al traerle sus alimentos aquella mañana, no vi ningún códice sobre la mesa. Ha de haberse marchado por la noche, después de que hablamos. Ni siquiera se despidió de mí.
–¡Ay, Ix Cacuc! –se quejó el sacerdote–. Esos códices contenían asuntos altamente secretos recopilados por tu esposo durante muchos años. Ignoramos qué mal uso les dará el amanuense. ¡Qué desgracia!
Se despidieron con prisas de Ix Cacuc y regresaron a la casa del Señor Triste.
–¿Leíste alguna vez esos códices? –le preguntó Pavo Plateado al sacerdote, mientras bebían sendas tazas de chocolate.
–No, nunca –admitió el Señor Triste–, pero Tigre de la Luna me habló muchas veces de ellos. No tratan de cuestiones relativas a Hunac Kel, como es el caso del Códice de Mayapán, sino de cosas que tienen que ver con las predicciones de los viejos profetas, de los augures de los antiguos tiempos. Ahí se habla de lo que nos depara el futuro, de augurios trágicos y catástrofes, y hasta del fin de los tiempos. No sé porque se los ha robado Lagarto Verde pues no los comprendería. No es para nada entendido en estos sibilinos temas. Tigre de la Luna, que sí conocía a fondo el significado de los códices, sabía que el muchacho era un ignaro, y sólo lo utilizaba para restaurar los libros y para tomar al dictado, como el simple amanuense que era.
–Lo que dices es muy grave –reconoció Pavo Plateado–. Yo creo que este muchacho, a quien nunca he visto en mi vida, cumple órdenes de no sé qué perverso enemigo de Hunac Kel a quien sin duda entregará los códices. Es urgente que vayan tras él y lo capturen vuestros capitanes Puma Rojo y 7–Tecolote.
–Es demasiado tarde –señaló el Señor Triste–; ya ha transcurrido una semana. Además, ni siquiera sabemos hacia dónde se dirigió el ladrón. Simplemente se esfumó como lo haría un duende.
–Entonces –suspiró Pavo Plateado–, no hay nada que hacer. Los códices ya estarán en poder de quién sabe qué demoníaco personaje.
–Bueno –terció risueño el caciquillo–, por lo menos nos quedamos con el Códice de Mayapán.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…