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Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LXVIII

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Novela

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Llegaron puntuales a la cancha del Juego de Pelota Sinteyut y Taxcal, y así como conversando de cosas intrascendentes y como riendo despreocupados, aguardaron por Hunac Kel. Antes, mucho antes, uno por uno, para no despertar sospechas, habían arribado al lugar los otros capitanes aztecas, ahora estratégicamente disimulados, algunos entre el herbazal de la cancha, los demás en las gradas y en los palcos reales también saturados de maleza. El enorme sol maya comenzaba a declinar en el horizonte de un otoño caliente, con pocas lluvias, pero algo de fresco había y la luz solar todavía permitía observar con suficiente claridad la terca broza que oscurecía buena parte de las gradas y los palcos reales.

Sinteyut y Taxcal aguardaban por Hunac Kel sin dejar de parlotear y reír por cualquier motivo, sólo para pasar el tiempo, pero pronto evidenciaron su extremo nerviosismo manifiesto en el sudor abundante de sus manos que se movían sin descanso. Para colmo, la dilación del rey empeoraba las cosas y por momentos los ansiosos capitanes palpaban sus cuchillos colgados al cinto y suspiraban.

–Ea, Sinteyut –musitaba Taxcal–: me causa escozor la tardanza de Hunac Kel. Acaso el maldito decidió no venir.

–Vendrá, Taxcal, vendrá –decía, al parecer, muy seguro, Sinteyut, pero en el fondo tenía sus dudas. ¿Habría escuchado alguien la altisonante conversación que sostuvieron en la Casa Colorada? Y si así había sido, ¿le habrían informado al rey y éste habría decidido cancelar la cita?

–Pero es que ya ha transcurrido mucho tiempo –insistía Taxcal con la voz apagada–. Ya ha empezado a oscurecer.

–Mejor para nuestros planes –respondía Sinteyut–: la oscuridad será nuestra gran aliada.

Así conversaban cuando, de pronto, apareció abriéndose paso entre el herbazal la prominente figura de Hunac Kel. Venía solo y armado apenas de un cuchillo que traía en el cinto. Sinteyut le reclamó su falta de puntualidad:

–¿Qué pasa contigo, señor rey? –dijo con voz intranquila–. ¿Por qué nos haces aguardar tanto tiempo? Recuerda que casi es la hora en que Kin empieza a ser devorado por los jaguares de las tinieblas. La luz ha menguado y nos será difícil examinar con claridad la cancha

Hunac Kel se excusó por su retardo:

–Lo lamento, capitanes –dijo–, en verdad lo lamento, pero vosotros sabéis que los horarios de un rey no están sujetos a su voluntad. Yo estaba por salir para encontrarme con vosotros, cuando llegó de pronto a la pirámide Pavo Plateado, un viejo y querido amigo a quien no veía hace muchos años.

–¿Pavo Plateado? ¿Y ese quién es? –preguntó Sinteyut.

–No lo conocéis, capitanes –explicó Hunac Kel–. Es un médico eminente que abandonó nuestras tierras muchas lunas atrás, y que apenas ha regresado. Fue tal mi placer al verlo de nuevo que, conversando, casi me olvido de nuestra cita. Tuve que interrumpir tan agradable plática para cumplir con vosotros.

Sinteyut disimuló su nerviosismo:

–Es el colmo, Hunac Kel –dijo–, que, desairando nuestro compromiso, te la pases conversando con un desconocido y nos hagas esperar y sufrir los embates de los mosquitos. Por la oscuridad, ya no habrá tiempo para examinarlo todo y tendremos que conformarnos con recorrer las gradas.

–Veo que venís armados con vuestros cuchillos –observó el rey mirando los cintos de ambos capitanes–. ¿Hay algún peligro?

–Sí –dijo Taxcal–: las víboras que habitan la maleza… Debemos ser precavidos.

–Pero tú también –intervino Sinteyut–, has traído un cuchillo,

–Para matar víboras, hermano, al igual que vosotros –rió Hunac Kel–. No sabemos si alguna serpiente de cascabel nos atacará de sorpresa –se extrañó de no ver a los demás capitanes–. ¿Dónde están los otros, Sinteyut? –preguntó– ¿No deberían estar presentes?

–Los otros están muy ocupados –mintió Sinteyut–. Les encomendé ciertas tareas que no podían postergarse, pero no harán falta por ahora; con nosotros tres basta y sobra para resolver el problema de la cancha.

–Es verdad –admitió Hunac Kel–. No requerimos de tanta gente sólo por un vistazo a las gradas, capitanes. Mañana regresaremos con más tiempo y más luz para examinar el palco real y los altares a conciencia. Además, aguarda mi retorno mi amigo Pavo Plateado y no deseo hacerlo esperar.

–Está bien–dijo Sinteyut–; entonces démonos prisa.

–Sí, hay que apurarse –intervino Taxcal mientras acariciaba la funda de su cuchillo. De veras ha crecido la hierba por acá. Bueno, en realidad, todo el aspecto de la cancha es lamentable.

Hunac Kel caminó entre la tupida maraña de hierbas. Detrás suyo, Taxcal y Sinteyut cambiaron miradas de inteligencia.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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