Historia del Héroe y el Demonio del Noveno Infierno – LVII

By on abril 15, 2022

Novela

XVIII

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La desaparición física de Tigre de la Luna sumió a Hunac Kel en la más profunda pesadumbre. Muerto su tutor, su maestro, su consejero áulico, el rey ya no tendría a quien confiarle sus más íntimos designios. Ni siquiera a Sinteyut Chan, su compañero de la infancia, con quien ahora sólo compartía su pasión por el combate y la aventura. Extrañaría los juiciosos consejos de su tutor, sus regañinas de tarde en tarde, y su conversación rica en sabiduría, de la que había aprendido la historia de su raza y la épica de sus dioses, próceres y héroes.

Le dolía también pensar en que ya no tendría quien escribiera de sus hazañas en los libros. Y es que Tigre de la Luna, exceptuando a su joven aprendiz, no había dejado discípulos: Hunac Kel nunca le permitió delegar en otras personas la redacción de los detalles de su vida; por otra parte, escaseaban los escribas en Mayapán y los que había tampoco le inspiraban confianza. En cuanto a los de Chichén Itzá, dedicados al ditirambo de Chac Xib Chac, todos se habían marchado a Tayasal, en la lejana tierra del Petén, durante la diáspora de algunos años antes. Quizás no contar con un confiable redactor de sus proezas fuera lo que más sentía Hunac Kel a la muerte de Tigre de la Luna. Y este hecho lo atormentaba:

«Soy joven aún -pensaba- y me aguardan épicas jornadas que no serán registradas jamás. Mi lanza dará cuenta de reyes infames cuyas muertes se perderán en la historia que nunca se escribirá. ¡Oh, dioses! Me encuentro en la más horrible oscuridad; como un ciego, camino a tientas y no vislumbro la luz al final del camino.»

Poco antes del fallecimiento de Tigre de la Luna, Hunac Kel hizo arrancar parte de la gigantesca broza que había oscurecido la visión de los edificios de Chichén Itzá. Recobraron su nobleza el Templo de los Guerreros, el Observatorio y, en especial, la pirámide de Kukulcán. Ya se disponía a reactivar la abandonada cancha del Juego de Pelota cuando ocurrió el infausto suceso: Hunac Kel abrigaba planes de limpiar la cancha de maleza y disponer la celebración de desafíos deportivos como se usaba en la antigüedad. Todo se fue por la borda con la muerte de su tutor.

Un día se encerró en su habitación en la cima de la pirámide y ya no se le vio más; Hunac Kel no salía de su atalaya y sólo un par de criados subían y bajaban para llevarle sus alimentos que apenas si probaba; se hizo hosco y perdió todo humor para resolver los conflictos públicos que se le presentaban. A sus capitanes aztecas, que compartían con él las aéreas habitaciones de la pirámide, los mandó a hospedarse en el cercano Templo de los Guerreros, pero Sinteyut Chan, ignorando las indicaciones de su jefe, se acuarteló con sus compañeros en la Casa Colorada, un bello edificio asentado sobre una plataforma al que se accedía por una hermosa escalinata. La Casa, pintada de rojo y azul en su interior, distaba un buen trecho de la Gran Pirámide. El asunto daba qué pensar: ¿Sería éste sólo un acto de momentánea rebeldía de Sinteyut por haber sido echado de la pirámide, a pesar de ser el más íntimo de los amigos del rey, o existía mar de fondo en aquella impensada actitud de desacato?

Hunac Kel, por su parte, encerrado a piedra y lodo en su recámara, apenas si podía conciliar el sueño: el recuerdo vivo y persistente de Tigre de la Luna lo atormentaba sin descanso y se había visto precisado a depender en lo político de Sinteyut, quien todo lo resolvía golpeando a los ciudadanos o con brutales invasiones a los reinos vecinos donde, en nombre de Huitzilopochtli, el dios mexicano de la guerra, practicaba las más cruentas matanzas, a veces sacrificaba ante el ídolo del dios azteca de la muerte, Ixpuxtequi, el «Carirroto», a los valientes capitanes que se atrevían a defenderse.

Con tales masacres, pronto se concitó el odio de todos los pueblos de la comarca. En Chichén Itzá se decía que el verdadero rey era Sinteyut y no Hunac Kel, que permanecía días y noches rumiando la nostalgia de su tutor mientras Sinteyut tomaba las decisiones importantes y acudía a enfrentar las grandes batallas escoltado de sus implacables capitanes.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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