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Historia de un lunes – XXXIX

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LOS CAFÉS DE MÉRIDA

Mérida es, para una buena parte de sus habitantes masculinos, una ciudad de cafés y de cantinas. Últimamente han proliferado los restaurantes “high class”, las discotecas, y los establecimientos de carnes al carbón y barbacoa. Los tres últimos son generalmente nocturnos y se atiborran de juniors y gente de mediana edad.

Por las mañanas y por las tardes (y a veces por la noche) los meridanos integran cenáculos (no siempre de artistas y poetas) en los distintos cafés citadinos. El tema es sugestivo ya que se han escrito, hasta donde yo sé, dos completísimos ensayos sobre el café y los cafetaleros de la ciudad de Mérida. El Lic. Jaime Orosa Díaz lo hizo en las páginas de la revista “Provincia” (No. 4, agosto de 1942) y otro abogado y periodista, Roger Rosas Ortiz, escribió en el suplemento cultural del “Diario del Sureste” (suplemento que él dirigía) un documentado artículo sobre el mismo asunto allá por 1974 (lamento no contar con el dato exacto). Por cierto, el Lic. Rosas obtuvo un premio nacional de periodismo por su artículo.

Orosa Díaz menciona en el suyo ciertos cafés que él conoció en 1942 y que hoy ya no existen, como el Ferráez, La Sin Rival, la Panificadora, La Balsita, el Madrid y Las Tres Caras. De la Panificadora dice que se trata de un café económico “con ambiente de taberna clandestina”, el Madrid es frecuentado por siriolibaneses, y Las Tres Caras lo tilda de refugio de pasajeros donde se prefiere el chocolate al café. Del Ferráez, La Sin Rival, El Louvre y el Express, habla con amplitud. Por cierto, de todos estos cafés sólo perduran los dos últimos.

Asegura Orosa Díaz que en aquellos tiempos El Louvre no servía comida como ahora y sólo se concretaba el servicio del café; “no se molesta al cliente con olores de cocina inoportuna”, dice, y añade: En sus mesas han hecho cálculos los mercaderes de joyas y sonetos los poetas”, Guty Cárdenas compuso en una de sus mesas la inmortal canción “Nunca”, cuestión que no deja de recordarnos que Franz Schubert escribía sus canciones en servilletas de las mesas de los cafés vieneses. Concluye el Lic. Orosa Díaz con estas palabras: “Pueden seguir los años y seguir apareciendo y desapareciendo los cafés, que El Louvre, como un abuelo que ve nacer y morir a sus nietos, continuará sirviendo de refugio a escépticos y entusiastas, a triunfadores y decepcionados, a materialistas y a soñadores.” Y tuvo mucha razón don Jaime.

Orosa Díaz afirma (hace 51 años) que el café Express “no guarda secretos para nadie”. Y es cierto, porque el Express es un café (y restaurante) abierto en el sentido más literal. Con un solo vistazo, quien se halla en la calle recorre las mesas y a sus ocupantes.

Orosa llama “café para turistas”, cosa que sigue siendo, por su cercanía a numerosos hoteles citadinos. Se queja sin embargo el autor de que “la forma del local y la mixtura de parroquianos hacen difícilmente del Express un lugar para reunirse con clima apropiado para la charla y el proyecto”.

Por último, el Lic. Orosa Díaz habla de los cafés “La Primera Central” y “La Flor de Santiago”, vecinos del barrio de Santiago.

Ignoro si el primero todavía se emplea como café, puesto que era también panadería, pero en cambio “La Flor de Santiago” sigue siendo un mentidero de diversas clases de público, incluyendo los lecheros que en alguna parte de su trabajo señala don Jaime.

“La Flor de Santiago” es asimismo panadería.

Respecto del artículo publicado por el Lic. Rosas en 1974, lamento no tenerlo a la mano, por lo que ignoro gran parte de su contenido.

Memoro sin embargo, que cita a varios de los cafés mencionados por Orosa Díaz (existían aún el “Ferráez” y “La Sin Rival”) y añade el café “Sevilla” (hoy desaparecido) donde se reunían escritores y periodistas de hace quince o veinte años, el “Mérida” del cubano López Barbeíto, el de “Moncho” ubicado en los interiores del bazar “García Rejón”, el “Haro”, el “Alameda” y hace memoria de “La Balsa” y del “Peón Contreras”(1), hoy difuntos.

Por cierto, el último café (y restaurante) mencionado reunió en torno a sus mesas a los universitarios más prestigiados de hace treinta o más años, encabezados por los entonces rectores Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez y, posteriormente, el Lic. Francisco Repetto Milán. También asistían el Lic. Orosa Díaz (infatigable fumador), y los integrantes del grupo literario “Voces Verdes”, jefaturado por Alberto Cervera Espejo.

¿Pero qué ha ocurrido en los últimos veinte años en la Mérida contemporánea? Muchos cafés han cerrado sus puertas, al parecer en forma definitiva; en cambio, algunos otros han tomado sus lugares.

No me considero fanático del “néctar negro de los ensueños blancos”, como repetía tan acertadamente el poeta Humberto Lara y Lara, mas conozco algo del ambiente cafeteril de la ciudad, por lo menos de la zona central y un poco de los barrios. Los cafés de nuestra época siguen siendo el “Express” y el de “Moncho”, pero hay otros muy frecuentados, como el antiguo café “Mérida”, que está situado enfrente de la Tesorería del Estado, “La Flor de Santiago”, uno de los veteranos de la ciudad, y la cafetería “Pop” a un costado de la Universidad. Ya no hay cafés de intelectuales, de artistas y escritores, como mencionan Orosa Díaz y Rosas Ortiz. El más concurrido, posiblemente por sus precios económicos, es el de “Moncho”.

También existe el café y restaurante del Hotel Colonial (a un costado del cine Premier). Lo frecuenta turistas. Últimamente han abierto sus puertas nuevos cafés en Mérida, como el café Royal (que pertenece al Hotel Montejo de la calle 57 x 62), de agradable atmósfera, y la cafetería del Gran Chapur que atrae a mucha gente, principalmente los sábados. También había parroquianos en La Italiana, que cerró sus puertas. En el barrio de Santa Ana existe el Impala, restaurante y café por las noches que siempre cuenta con vasta clientela.

Pero las cosas pasan, como todo. Los viejos cafés de que hablaban nuestros abuelos (ya remontándonos a principios de siglo), el Ambos Mundos (donde hoy ubica el Nicté-Há, sitio favorito de políticos y turistas) y otros que lamento no recordar, poseían un sabor especial. Nunca faltaba un pianista que amenizara el chismerío de todos los días con polkas y con tangos o algún cultivado que hiciera reír a los parroquianos.

Todo esto se acabó. Con el desdoblamiento de la ciudad se desperdigaron los tipos populares y los pianistas de moda. Pero Mérida no abandona su viejo hábito de café de las 10 de la mañana (o de las once o de la tarde), de entablar largas y amenas pláticas que la mayoría de las veces no conducen a nada.

Sencillamente se trata de una manera grata de perder el tiempo.

(20 de junio de 1991)

Roldán Peniche Barrera

(1) Hoy el café “Peón Contreras” se viste de manteles largos de nuevo y ahí funciona un elegante restaurante y café que es tranquilo, y donde se puede conversar sin apuros.

 

Continuará la próxima semana…

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