Historia de un lunes (IX)

By on abril 2, 2020

IX

LA CATEDRAL: IN AND OUT

Ya he aludido a ciertas críticas endilgadas a nuestra catedral, y a algunos de sus obispos. Hoy accedo a los interiores de esa fábrica que data del siglo XVI y recuerdo aquella antigua mañana lluviosa en la que el niño Justo Sierra O’Reilly penetró por primera vez en ese recinto: “Pisamos el umbral del templo –escribe de 1845 (Vid. Registro Yucateco, tomo II página 142)– y parecióme entrar en una ciudad abovedada. Torrentes de una armonía incomprensible… música, canto lúgubre… inundaron mis oídos delicados.” Pero el creador de La Hija del Judío había irrumpido en el edificio en un día significado por la conmemoración de las exequias de Carlos IV y María Luisa, fallecidos en Roma por 1818.

La Catedral de nuestro tiempo ha buscado mudar su viejo rostro, pero poco ha cambiado y es dueña del mismo aspecto arcaizante de siempre, el aspecto con que la conoció hace casi 170 años Sierra O’Reilly, con ese aire oscuro, ese inmenso y caduco porte, esa traza de intemporalidad propia de las vastas edificaciones religiosas. Las campanas han sido reemplazadas por otras (las antiguas, las que una mañana porfiriana arrancaron de su fatigado sueño en el Gran Hotel a los arqueólogos ingleses Arnold y Tabor Frost, yacen a un costado del edificio, postradas en su sordo letargo de bronce) (1), lo mismo que el órgano, que fue suplido por otro en 1938.

Así mismo, hoy, en vez del antiquísimo retablo, alienta el piramidal Cristo de Lapayese, que mide unos ocho metros de altura. También se han esfumado las escupideras (que tanto alarmaron a Arnold y a Tabor Frost) y no pocas de las bancas son nuevas.

Por lo demás, el interior prosigue abarrotado de iconos, de mortecinos lienzos y de solitarias lápidas sepulcrales. Una buena parte de esos iconos corresponde a la modernidad. Ignoro si pervivan las estatuas que alegó ver alguna vez Sierra O’Reilly y que con entusiasmo elogia (un Niño Jesús del altar de “Los Cinco Señores”, San Nepomuceno y Santa Gertrudis).

No hay que omitir, además, las tallas de San Pedro y San Pablo empotradas en los costados de la puerta principal que despuntan por su desproporción y que nos traen a la memoria ciertos modelos de la estatuaria griega. Sobre poderosos pedestales destacan bustos de los obispos Rodríguez de la Gala, Carrillo y Ancona y Trischler y Córdova. Hay otros ítems de esa parafernalia catedralicia: la sólida pila bautismal, la policroma imagen del titular de la catedral San Ildefonso de Toledo, personaje que esgrime un báculo, un libro (recordemos que era escritor) y un rostro compungido, la imagen tamaño natural del Divino Redentor (bronce al que infinitos feligreses soban infatigablemente día con día) que es moderna y hechura de los alemanes (2), una réplica del famoso Cristo de las Ampollas, finalmente incinerado por la chusma, al decir de los eclesiásticos, y diversos óleos sin mayor trascendencia estética, calcas de pinturas italianas y españolas derivadas del clasicismo.

(Agosto de 1987)

(1) Las viejas campanas han sido retiradas de las escarpas de la Catedral.

(2) La imagen ha sido cercada con una reja para impedir el acceso de los fieles, cuyo manoseo del ícono lo irá desgastando irremisiblemente.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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