¡Hasta la vista, Roberto Fernández Retamar!

By on julio 25, 2019

Carlos Bojórquez Urzaiz

Un sábado gris para las letras de nuestra madre América, por el sentido fallecimiento, ocurrido el día de hoy, 20 de julio, del poeta cubano Roberto Fernández Retamar, Premio Nacional de Literatura en 1989, y miembro de la Academia Cubana de la Lengua desde 1995.

Con brillante claridad y sin tregua, presidió la Casa de las Américas, en cuyas oficinas conversamos muchas veces sobre José Martí, haciendo siempre alguna glosa acertada a mis opiniones sobre la obra poética de Rubén Reyes, con quien no pudimos reunirnos en fechas recientes; pero, sobre todo, sobre su inagotable obra, Calibán y otros ensayos, libro que me dedicó de puño y letra durante una intensa jornada de trabajo que compartimos en Mérida y Veracruz en ocasión del llamado V Centenario de América.

Se nos ha ido, y duele decirlo repentinamente, uno de los últimos grandes de la literatura y el pensamiento latinoamericano, pero seguro vivirá entre quienes lo hicimos nuestro, gracias a su penetrante obra e ideas revolucionarias que engrandecieron su sencillez.

Como pocos, Fernández Retamar siempre tuvo un gesto amable y un comentario cariñoso cuando se dirigía a mí, valiéndose de mi apellido paterno, y recordando mi necesidad materna de profundizar en la obra de Fernando Urzaiz Arritola.

Una mañana de 2002, dichosa como pocas, lo vi entrar al Centro de Estudios Martianos, mientras conversaba con Nydia Sarabia y Cintio Vitier, quien me indicaba la importancia de continuar estudiando la obra de Ildefonso Estrada y Zenea, asilado en Yucatán durante la Guerra Grande. Al escuchar la sugerencia que me hacía Cintio, Roberto Fernández Retamar remató la charla diciéndome que ya era doble el encargo que tenía, ya que opinaban que me faltó ahondar en Urzaiz Arritola y Estrada y Zenea en las páginas de un libro que recién había yo presentado en la Casa de don Fernando Ortiz.

Descansará en paz junto a su esposa Adelaida de Juan, que lo envolverá en la inmortalidad.

Recordar la grandeza de este poeta, cuyo vacío no se podrá llenar, trae a la memoria que desde 1958 publicaba en la prensa clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista, y que sólo después del triunfo de la Revolución, en 1959, se reincorporó a la Universidad de La Habana. Existe el registro que señala que en los años cuarenta entrevistó a Ernest Hemingway en la revista Alba y, desde luego, de la trascendencia que para él representó formar parte del grupo Orígenes con Elíseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz y José Lezama Lima.

Hacia el año de 1965, empezó a dirigir la revista de la Casa de las Américas, institución que además presidió desde 1986. Fundó en 1977, y dirigió hasta 1986, el Centro de Estudios Martianos, institución donde tuve el honor de conocerlo y recibir sus orientaciones en mis estudios sobre José Martí, correspondiendo a su esposa Adelaida de Juan el encargo de guiarme en mis investigaciones sobre el autorretrato de José Martí con cuerpo de Chacmool.

Por la admiración y afecto que siempre profesé por Roberto Fernández Retamar, me fue gratísimo tener el privilegio de escribir unas líneas a manera de prólogo de su opúsculo, Calibán en esta hora de Nuestra América, editado por la UADY en 1992.

Conmigo, muchos amigos de Yucatán guardaremos recuerdos imborrables de este poeta hecho de luz, de quien oímos una brillantísima conferencia la noche del 8 de julio de 1991, en el Auditorio José Tec Poot de la Facultad de Ciencias Antropológicas, durante el acto inaugural del III Encuentro de Investigaciones del Caribe.

Desde entonces, o acaso antes, la presencia de Retamar se hizo cada vez más frecuente en Mérida. Con Adelaida de Juan y el poeta colombiano Jorge Mantilla visitamos las antiguas ciudades mayas de Chichén Itzá y Uxmal. Un año más tarde, viajamos en autobús de Mérida a Veracruz, acompañados de Enrique Sosa Rodríguez y Adalberto Santana.

Extrañaremos las letras fieras, como intituló una obra de su autoría, evocando a Martí, y lo extrañaremos más porque apenas a inicios de este año Roberto Fernández Retamar se hizo acreedor del Premio Internacional José Martí, conferido el pasado día 21 de enero por la Unesco, que le fue entregado durante la ceremonia inaugural de la IV Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, en acto encabezado por el presidente de Cuba Miguel Díaz-Canel. Como era de esperarse, su discurso de esa tarde fue vibrante y lleno de luces.

La última vez que conversamos, hace cosa de dos meses, poco más o menos, comentó con mucha firmeza que al escribir casi siempre pensaba en Cuba, a la par que pensaba en su esposa y en sus hijas. Me afirmó que su fidelidad y lealtad a Adelaida de Juan y a sus hijas eran idénticas a su lealtad y la fidelidad hacia Cuba y la Revolución. No sé si eso lo había dicho otras veces, pero esa mañana estuve casi dos horas y media balanceándome en un sillón frente a él, escuchándolo hablar en su oficina de Casa de las Américas, y puedo decir que conversar con él me hacía sentir en casa.

Lo recordaré siempre como un gran caballero, pues los detalles en él eran fascinantes. Por eso atrapo su presencia para siempre con dos poemas que a continuación reproduzco, para imaginar que lo estamos oyendo de su propia voz, un tanto ronca, pero siempre franca. Descanse en paz el maestro…

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Felices los normales

A Antonia Eiriz

Felices los normales, esos seres extraños.

Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,

Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,

Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,

Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,

Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,

Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,

Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.

Felices las aves, el estiércol, las piedras.

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,

Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos

Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.

Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

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A mis hijas

Hijas: muy poco les he escrito,

y hoy lo hago de prisa.

Quiero decirles

que si también este momento pasa

y puedo estar de nuevo con ustedes,

en el sillón, oyendo el radio,

cómo vamos a reírnos de estas cosas,

de estos versos y de estas botas,

y de la cara que ponían algunos,

y hasta del traje que ahora llevo.

Pero si esto no pasa,

y no hay sillón para estar juntos,

y no vuelven las botas,

sepan que no podía

actuar de otra manera.

Estén contentas de ese nombre

que arrastran como un hilo

por papeles.

Disfruten de estar vivas,

que es cosa linda,

como nosotros lo hemos disfrutado.

Quieran mucho las cosas.

Y recuérdenme alguna vez,

con alegría.

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