Felipe Carrillo Puerto (III)

By on noviembre 9, 2016

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El 30 de Julio de 1847 se inicia en Tepich, Yucatán, una movilización campesina de índole guerrera y objetivo liberador del indio maya; solicitaban éstos la abolición de la contribución personal; reducción de los pagos por derecho de bautismo y casamiento; libertad para rozar los montes o para formar sus ranchos en los ejidos de los pueblos, tierras de comunidad y baldías sin pagar arrendamiento y, quedar dispensados de sus deudas los sirvientes adeudados. Están presentes aquí las aspiraciones de las masas campesinas, a las que se responderá exactamente noventa años más tarde (1937), y cuya alborada será la efectiva introducción de la Revolución Social Mexicana en 1915, con la entrada triunfal del Gral. Salvador Alvarado en Yucatán.

Si ya en los tratados de Tzucacab se ve con claridad la condición social de los mayas dentro de un sistema continuador del coloniaje español, al relativo triunfo o rescate de las principales poblaciones de la península por los bancos, las condiciones del vencido serán peores porque, so pretexto de restaurar la economía y el lema de “orden y progreso”, claramente se decía: “que la causa que sostenemos contra el salvaje es de la humanidad y de la civilización; que no debemos desmayar…, a fin de conseguir la conclusión satisfactoria y definitiva de esa causa con la destrucción del bárbaro; que se ha llegado el momento de reunir todas nuestras fuerzas, nuestras posibilidades y recursos para ocurrir… a nuestra seguridad personal, a la de nuestras familias y bienes, a la salvación de todo el Estado;… es llegada la circunstancia de hacer la aplicación más oportuna, natural y legítima de aquel axioma de derecho público de que “la salud del pueblo es la suprema ley”.” Así se expresaba en su Decreto de 2 de octubre de 1857 D. Pantaleón Barrera, gobernador constitucional del Estado libre de Yucatán, para poner a cubierto su “responsabilidad ante el pueblo (?) a quien todo lo debo y por quien debo sacrificarme mirando por su conservación y existencia.” Esta desorbitada publicación oficial manejará la conciencia y las acciones de la sociedad blanca, y acentuará la discriminación total de la que sigue siendo parte mayoritaria del pueblo yucateco. La “guerra de castas” la formalizaron los políticos clasistas.

Diecisiete años más tarde, el 8 de noviembre de 1874, nacería el líder blanco y de ojos verdiazules de los campesinos, a quienes dedicó su último pensamiento al morir: “No abandonéis a mis indios”.

MOTUL, CUNA DEL LÍDER

“Motul, la antigua Mutul de los indígenas –nos ilustra un contemporáneo de Carrillo Puerto, el Lic. Víctor Ojeda Bonilla–, es población de bastante importancia comercial e industrial. La riqueza principal del partido de Motul la constituye el cultivo del henequén, teniendo al efecto numerosas haciendas con miles de mecates del rico agave, que se explotan por medio de máquinas de vapor… Los sirvientes o trabajadores viven en las mismas fincas y ocupan casas construidas con bastante higiene y comodidad. La cría de ganado vacuno y caballar es otro de sus elementos de riqueza, así como el cultivo de las huertas que, además de hortalizas y pastura, producen ricas y sabrosas frutas que se obtienen por medio de riegos asiduos… Su comercio es muy activo… siendo además de henequén en rama, sus principales artículos de exportación, los costales, morrales, hilo, hamacas y demás artefactos de dicha fibra.”

Recordando a Motul de 1881 a 1885, donde vivió el precitado autor, nos dice: que había dos escuelas particulares católicas, dirigidas respectivamente por el Pbro. Agustín Herrera y la Srita. Demetria Herrera, a las que asistían los hijos de familias acomodadas, y también el colegio Roque J. Campos, fundado por la Sra. Benita Palma Vda. de Campos, en el que se inscribían los hijos de obreros y proletarios que por costumbre hablaban la lengua maya, lo que evitó Ojeda Bonilla cuando allí dio clases.

Recordaba don Víctor Ojeda que el parque se llamaba “José Ma. Campos”, en memoria del Jefe Político que tomó activo empeño en su formación, y en el que se efectuaban retretas o audiciones de música dos veces en la semana a las que concurrían las gentes “visibles o decentes” (él las llama familias más distinguidas). Así mismo, había dos clases de bailes: el popular, en forma de vaquería o jarana, y el de etiqueta, para gente acomodada. E informa también que en ese entonces se publicaba “La Gaceta de la Costa”. Otro importante testimonio que cita es que la actuación gubernativa del Lic. Olegario Molina Solís, no obstante su empuje constructor en su primera época, tuvo sus flores marchitas. “En efecto, dice, durante su Administración, el Código penal y el de procedimientos sufrieron algunas reformas que no guardan relación con el espíritu progresista de la época, contándose entre ellas el restablecimiento de la pena de muerte, la prolongación por más de tres días de la incomunicación de los reos, y la restricción a la libertad de imprenta; tres puntos que en nuestra legislación habían sido anteriormente establecidos, en consonancia con las ideas modernas en materia penal.”

Se obtiene del anterior relato la visión del medio ambiente de Carrillo Puerto a los once años de edad, donde también campeó la inicua explotación del aborigen (como lo afirma el Profr. Edmundo Bolio Ontiveros), que hizo despertar un espíritu de compasión en el adolescente y el joven motuleño. Su padre, don Justiniano Carrillo Pasos, fue soldado cuando la guerra de castas, pero abominó de esa época de su vida y del grado de Coronel con que se le invistió, porque le sirvió para matar a los indios. Así lo recordó Carrillo Puerto cuando la inauguración de la carretera a Chichén Itzá: “Este, compañeros, era mi padre, y me encareció que, mientras existiera un poco de sangre en mis venas, nunca hiciera nada malo a mis compañeros mayas, y lo mismo aconsejó a todos sus hijos y a todos los muchachos del pueblo.” (Esta es la razón válida por la que, en los días finales de diciembre de 1923, rechazó la defensa que le ofrecieron en Motul sus hermanos mayas para contrarrestar a los militares infidentes).

La educación es un fenómeno social, tanto por su origen como por sus funciones, y presenta las dos características de los hechos sociales: la objetividad y el poder coercitivo. “Es una realidad social susceptible de observación y, por lo tanto, de tratamiento científico,” asevera Fernando de Azevedo. En el hogar de don Justiniano y doña Adela Puerto Solís, su madre, se enseñó bondad, justicia y comprensión al niño Felipe.

Es pues, Motul, un punto de referencia donde se puede observar el cambio de fisonomía de toda la entidad; que, de totalmente agraria, va a pasar a una especie de precapitalismo, y donde socialmente ya se había definido una estratificación yuxtapuesta: la clase blanca y la india. La primera, dedicada a la explotación de la segunda, con el pretexto de una gama de actividades económicas sustentadas en las labores ganadera, maicera y henequenera.

Si en Europa el capitalismo significó arrasamiento de la propiedad rural y emigración de sus dueños a la ciudad para emplearse, formando así el proletariado, la nueva organización económica y social de Yucatán requirió acelerar el despojo agrario a los indios a quienes, en vez de venderlos en el Caribe, se les concentra en las fincas del henequén, abriéndose más tierras para el cultivo del agave, que sumaban 1’002,905 mecates” en 1881. Colaboró al aherrojamiento del indio y productor cautivo la “revolución de Tuxtepec” (1876). Pero, además sobre esa ya en sí monstruosa tiranía, se extremó la humillación con castigos corporales, se hizo transacciones de venta de predios incluyéndolo; se le privó de educación y se utilizó toda forma de hostilización para anonadarlo culturalmente. Tal vez la pretensión del propietario fue producir más a como diera lugar, pero objetivamente se conformó desde entonces, verdaderamente, una sociedad de castas. Los señores asumieron el papel de dueños de la horca y de la cuchilla y fueron auténticamente manejadores de un sistema de producción esclavista.

“Propagábase el cultivo del henequén, e intensificábase su producción,” nos dice Renán Irigoyen. “Pero ese ensanche se realizaba en detrimento de los demás productos de la agricultura yucateca, en perjuicio de los cultivos que existían desde siglos atrás como el algodón, la caña de azúcar, el maíz, el tabaco, el arroz, la ganadería, etc., de modo y manera tal que el Estado, sin los cultivos indispensables para su subsistencia, vino a ser monocultor, a esperanzarse de un solo producto.”

Tal situación trajo como consecuencia el alza de la vida; la carencia periódica de alimentos en la porción noroccidental de Yucatán, la dependencia económica del exterior; el abandono de la agricultura maicera, y preparó los problemas agrario y agrícola en aquella zona, al que se sumó el laboral cuando la liberación del indio en 1915. Los dos primeros problemas tocaron enfrentar a Carrillo Puerto, porque el tercero lo capeó Salvador Alvarado con su ley laboral.

JOSE ADONAY CETINA SIERRA

[Continuará la próxima semana…]

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