Este Mar No Tiene Noche (II) – El Problema de Nazario

By on septiembre 27, 2016

EsteMar_1

El Problema de Nazario

Cuando empezó a hincharse la nalga derecha de Nazario, todo mundo pensó que se debía a una inyección mal puesta. Compresas, bolsa de hielo, ungüentos y demás, desfilaron por la afectada asentadera, sin que nada lograra detener la inflamación. Médicos, brujos y yerbateros eran incapaces de curar el mal.

En las primeras semanas, Nazario adquirió un salvavidas que le servía de colchón, de tal suerte que la nalga mala le quedara al aire, evitando así, hasta donde era posible, dolores y molestias.

Pero el mal siguió, a tal grado, que aquel infeliz enfermo tuvo que renunciar por completo de ir al cine –entre otras cosas – pues las butacas le resultaban demasiado pequeñas para alojar en ellas su inflamada asentadera.

Como es de suponer, tan embarazosa situación tenía de un humor pésimo a Nazario que, por cierto, empezaba a resistirse a salir a la calle, pues aquello iba tomando decididamente el tamaño de un gigantesco melón, y las miradas curiosas con gran frecuencia se posaban en su trasero.

Por fin, Nazario decidió no salir de su casa hasta estar, si no del todo bien, cuando menos aliviado de su terrible mal, para no llamar tanto la atención.

Los pantalones dejaron de venirle, por lo que se vio obligado a efectuar cortes en la parte de atrás de aquellos, dejando libre el promontorio que no había forma que dejara de crecer.

A los dos meses, el pobre hombre no podía sentarse ni con la ayuda del salvavidas, pues el hueco de éste resultaba ya insuficiente para dar cabida a la crecida nalga. Poco tiempo más tarde, tuvo que empezar a dormir boca abajo, pues el asunto tomaba proporciones exageradas.

Llegó la cosa a ser tan grande, que el tamaño de la nalga superó al cuerpo de su dueño. Ya la nalga no dependía de Nazario, sino Nazario de su nalga.

Muerto de rabia y de vergüenza, una noche decidió el infeliz irse al monte y, como la puerta de atrás de su casa le resultó demasiado chica, tuvo que salir por la cochera. Rodando, más que caminando, alcanzó el monte, internándose lo más profundo que pudo. Sintió cierta satisfacción al verse solo, libre de miradas indiscretas que lo molestaban mucho.

Una mañana, rodó hasta un pequeño lago con el fin de asearse. Horrorizado, vio en el agua reflejarse su espantosa figura, por lo que trató de incorporarse y salir corriendo, como queriendo abandonar su gigantesca retaguardia, cosa que por supuesto no logró, y yéndose al suelo comenzó a rodar, hasta quedar sin sentido. Así permaneció algún tiempo, hasta que una voz le dijo: “Nazario, despierta, despierta.” Nazario recobró el sentido. Miró a su alrededor, y detrás de un árbol le pareció ver que algo se movía. Pensó que seguramente se trataba de un curioso que lo conocía y estaba ahí para hacerle una broma.

“¿Quién diablos está ahí?”, gritó Nazario. Y como nadie le respondió, hizo la misma pregunta varias veces, sin obtener respuesta alguna.

Estuvo cavilando mucho rato el pobre hombre, hasta que llegó a la conclusión que su estado anormal le estaba provocando alucinaciones. Convencido de ello, se sintió más tranquilo, cuando la misma voz exclamó: “Nazario, aquí estoy.” El pobre Nazario sudó copiosamente y muerto de miedo preguntó: “¿Quién eres?”

– ¿No lo sabes?

– No, claro que no.

– Tu compañera, Nazario, tu compañera.

– ¿Qué compañera?

– Tu nalga, hombre, tu nalga.

– ¿Y cómo es que hablas?

– Porque ahora yo soy tú, y tú eres yo. Así que ya no podrás hablar, y seré yo quien dé las órdenes.

Y así fue, pero no sólo eso: la nalga tomó la forma de un hombre bello y Nazario se convirtió en la nalga de aquel nuevo ser hermoso que causó la admiración de todos, no solo por su físico admirable, sino porque todo el mundo coincidió en considerarlo como un sabio…

José Luis Llovera

[Continuará la semana próxima…]

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.