Letras
José Juan Cervera
La cultura es matriz de figuraciones colectivas que se adhieren a la conciencia, tiranía sutil que fija las normas del orden establecido y marca la pauta de las relaciones humanas. El proceso civilizatorio cumple sus ciclos aun en el flujo de las tendencias autodestructivas de la especie que sobrevalora los productos ofuscados de su mente, ofrendando sus energías a las ansias de poder.
Las convenciones que dependen de ella conforman un sistema clasificatorio de gran alcance en cuyos casilleros se asientan las vivencias y las aspiraciones, modestas o ambiciosas, con que los individuos creen construir un destino que fuerzas externas moldean sobre la fragilidad de sus manos, ocupadas en replicar los ecos de un mandato biológico veteado de matices sociales.
Los vínculos que fundan la vida cotidiana confieren un valor específico a objetos y figuras, en el trazo de su distribución espacial y de los tiempos estimados en los planes a ejecutar. Sus sellos distintivos parecieran suficientes para decorar la crudeza de las jerarquías arbitrarias que delimitan el carácter atribuido a los lugares de paso, lucha y crecimiento: unos portan rótulos de intensos colores, los demás se ensombrecen entre la uniformidad que invita a la indiferencia y el estigma que gana para ellos desprecios y censuras por representar espectáculos deprimentes a la voluntad de poderío.
Se precisan espacios concretos para manifestar el consenso que hace significativo el desasosiego mundano y para extraer la savia de vitalidades menguantes. Así como el predicador sabe dónde acudir para dar sentido a su afán de sanear almas, el verdugo regresa al sitio en que la sangre ostenta su encanto primordial. Los arrebatos de moralidad rigen la percepción del mundo, fragmentándolo en zonas honrosas e indignas. Sus efectos aíslan el contagio disoluto, la gloria y el éxtasis para que lleguen a volcarse en la medida prevista. Lo sagrado y lo profano, lo público y lo privado, lo exquisito y lo vulgar se acomodan en los compartimientos al uso, porque las etiquetas canónicas respiran su polvo de siglos en las formas recompuestas del ingenio que las pone al día.
La compleja asignación de funciones en un sistema social exige un tejido semántico que armonice las voluntades, envolviéndolas en aspiraciones comunes subordinadas a un eje rector capaz de afianzar la certeza de sus lazos. Si los senderos nacieron para ser recorridos en toda su longitud, son inadmisibles los empeños en descubrir reflejos de un enigma que inspire emociones nuevas y alternativas frescas. La frase repetida con frívola insistencia se concentra en abortar extravagancias y desvíos, porque los pensamientos malsanos impugnan la santidad de las imposturas.
Los jardines y los parques dosifican su carga de materia inerte, sólo la necesaria para abonar frondas y espigas; en ellos, la vida se ciñe a transitar sin fricciones que inquieran los fondos de su esencia. En el cementerio nadie se apresta a bailar rondas de depravación, y el oratorio induce a ensayar posturas devotas, aun si el responsable de la parroquia guarda secretos torvos que lo hagan más reprobable que la mayoría de sus feligreses. Acaso el burdel aloje, en su ángulo de mayor penumbra, una sensibilidad piadosa que florezca, contra pronósticos agrios y calificativos hostiles, signos de criterio angosto, herencia y condena de un mirar vacío.
Las identidades de grupo crean áreas de influencia, físicas y simbólicas, con la ductilidad que permita reformularlas al ritmo de conflictos y tensiones latentes, en faenas agitadas de imposición de valores; porque la cultura engloba las expresiones del ser, tanto en su faz de creador como en la de usufructuario de lo ajeno, convirtiéndola en campo de fiera competencia, pero de ningún modo neutral o inocente. La sustancia que la irriga se transforma, en estos términos, en velo, ariete o vena nutricia, con el énfasis que las circunstancias dispongan en su camino.
La humanidad se desliza entre brumas y venturas en recintos que afirman su valor cuando se despoja de afeites o baldones que paralicen la fluidez de su gracia; se recrea en superficies y atmósferas que sólo son asiento temporal, ensayo de resignificación que azota ingenuidades complacientes. La fórmula estrecha conspira contra el equilibrio interno, el único que cuenta para impulsar el dinamismo que desenvuelve las estructuras sociales.