José Juan Cervera
Es cómodo representar papeles de un repertorio conocido y ensayado: la placidez expansiva del arte de la repetición.
El primer actor y la actriz de primera línea dispondrán de muchos escenarios para lucir sus ansias de notoriedad y, si lo desean, un tanto extra de su arte.
No ensayes preciosos parlamentos en disputas callejeras.
Invita al público a trasponer el escenario y ocupa la primera fila para dar fe de su confusión.
El teatro de lo absurdo es la cepa más activa de la tradición realista.
Sin posibilidad de retorno, la comedia adquiere visos de obra trágica cuando el autor reta a la musa.
No es de extrañar que una escena oportuna cuaje tardíamente en el ánimo del espectador; aun habiendo escrito su obra en pocos días, la concepción siempre ronda la impotencia de los relojes.
El personaje devora jirones de vida del actor comprometido con su arte. El público ignora cuál sea el festín al que ha sido invitado.
Por fin, la compañía itinerante emprende gira en territorio vedado, allende los límites del contrato social. En escenarios salvajes, la civilización depone sus artificios.
Cuando baja el telón, asciende la exaltación febril del laurel reverdecido.