Ensayos Profanos (XXXIII)

By on diciembre 27, 2018

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XXXIII

A LA SOMBRA DE SU CEIBA

Continuación…

A pesar de lo dicho, y a pesar de que en el momento de su éxodo inicial había publicado ya su primer tomo de versos (“Evocaciones”, 1903), cabe preguntar si fueron sus inquietudes literarias las que lo sacaron de su tierra natal. No creo que sus actividades políticas fueran cuestión de circunstancias. Por el contrario, es posible que su inclinación lo enfilara desde el principio por tales rumbos. El hecho es que en este tiempo su lira no fue muy pródiga. En el artículo “A los pies de mi reina”, remembranza que alude a la Flor Natural ganada durante los Juegos Florales de Covadonga en 1913, se lee textualmente: “Mis preocupaciones de entonces estaban muy lejos de ser literarias”. Allí mismo relata que sólo por reiteradas sugestiones de un periodista español fue que buscó entre sus papeles y encontró todavía, inédito y en borrador, un poema que se llamaba “La casa de Montejo”. Sabemos que este poema representó su primer gran triunfo. Es posible que lo animara a proseguir, pero no hubo ningún apuro en hacerlo. Si, como todo parece indicar, sus preocupaciones no eran literarias, tendrían que ser políticas, pues es estas andanzas estaba metido y comprometido hasta el cogote.

Con los años, el poeta adquirió porte de magnate y serenidad de patriarca; pero su juventud fue jacarandosa, como lo dejan ver sus numerosos pasajes autobiográficos dispersos en su obra impresa. Todavía en Mérida, antes de su primer viaje a la metrópoli, lo marca su amistad con Pedro Escalante Palma, conocido en las lides del periodismo como Pierrot. Con este “bohemio genial y dionisiaco” anduvo del tingo al tango, satisfaciendo sus curiosidades de muchacho precoz “un poco poeta y un mucho arrebatado por las ansias de vivir”. A los 19 años, unas faldas lo arrastraron a Puebla. Los ardides de la criatura femenina le sacaban filo como una caña. En la llamada ciudad de los ángeles “conoció el balcón de Julieta y la escala de Romeo”, y también cruzó aceros con un aguerrido grupo de espadachines duchos en el arte de componer odas y de escanciar el vino. No obstante la situación crítica que privaba en el país al comenzar 1913, y la suya propia bastante ominosa, el poeta restablece tibiamente su relación con las musas y salen de su numen algún verso y varios artículos periodísticos. Como no iba a quemar en salvas su reserva de pólvora, se las ingenia para atender a otros apremios de la juventud. La misma víspera de los fatales sucesos de febrero, ya en olor de chamusquina, visitó con un grupo una academia de baile de la plazuela Taraquillo, de algún modo relacionada con Santa y Don Federico Gamboa. Allí se celebraban semanalmente animados saraos “con bellas mujercitas, bohemios alegres, señoritos tristes, militares, tenorios, maridos, prófugos, viejos reverdecidos y regular alcohol”.

Una nueva etapa de su vida comienza en 1917, reconciliado ya con la revolución. Después de colaborar con el gobierno del general Alvarado, regresa a la ciudad de México en donde inicia su carrera de diplomático y viajero. Su amistad con grandes señores de la pluma, la añoranza del suelo nativo, el recuerdo de su infancia pasada en las cercanías del pueblo maya, rehabilitan las cuerdas de su lira y en 1922 brota de su inspiración –avalado por la vigorosa carta de Don Alfonso Reyes, cien veces reproducida total o parcialmente– el libro que a la postre lo consagraría en el escenario internacional y le daría lustre perdurable: “La Tierra del Faisán y del Venado”. Aunque, como antes dije, he leído muchas veces con renovado deleite este librito que considero bellísimo, nada he de comentar acerca del mismo pues otros lo han hecho con solvencia difícil de superar. Baste decir ahora que uno de nuestros notables críticos literarios, el Lic. Esquivel Pren, hace un estudio acucioso en el tomo IX de su monumental “Historia de la Literatura en Yucatán”. Lo considera un poema épico en prosa.

Como ocurre siempre que un autor obtiene un triunfo demasiado resonante con alguna de sus obras, hay tendencia aumentada por el tiempo a olvidar todo lo demás. El hecho se repite en Mediz Bolio. No es que su producción secundaria sea despreciable, sino que se opaca un tanto ante el brillo de la obra principal. Es el caso del sol y los planetas. Sin embargo, punto y aparte de “La Tierra del Faisán y del Venado”, hay en la poesía del maestro una docena de gemas inolvidables que viven y reviven después de medio siglo. A ningún poeta se le puede pedir más. Con todo, hay quienes se quejan de que la creación de Mediz es reducida, casi mezquina. El Lic. Esquivel Pren lamenta con desenfado esta cortedad y se apresura a buscar la causa. Finalmente la atribuye a dos factores: la nefasta afición a la política y la invencible pereza intelectual. Sobre todo recalca lo de la pereza que, dada la sensibilidad del escritor, “es capaz de producir en él un íntimo y delicioso placer más poderoso y grato que el placer de crear”. Don Antonio parece darle la razón cuando en uno de sus poemas expresa:

El señor me dio un campo bueno

y un ancho saco lleno de semilla.

Cada mañana ir a sembrar

era cosa suave y sencilla.

Yo no la supe gozar.

Yo dormía

sobre mi saco lleno de simiente,

y el campo se secaba, todo el día.

 

Solamente

un grano aquí, otro allá, puso mi mano,

tarda y perezosamente.

……………………………………..

 

Lloré todas mis lágrimas el día

en que pude, en aquella tierra mía,

sembrar mi grano nuevo y fuerte

y no sembré… Y lloro todavía,

y seguiré llorando hasta la muerte.

 

Entonces Esquivel lo remata al añadir: “Y así fue, pues hasta el día en que la muerte lo sorprendió, sólo un grano aquí, otro allá, puso su mano tarda y perezosamente.”

No estoy de acuerdo. No sé si tendrá razón o no el maestro Esquivel en lo relativo a la pachorra; pero, en lo que atañe a la calidad de la obra literaria, no puede ser la dimensión lo que la signifique. Los poetas muy prolíficos cuentan en su haber –si son buenos poetas– con varias perlas y uno que otro diamante igual que Mediz. Y un abultado saco colateral lleno de bisutería. A esta ley no escapan ni siquiera los más grandes como Rubén Darío. A un bardo conocí que valoraba su cosecha de sonetos en Kilos. Y todos estos sonetos, sin excepción, han sido devorados por la polilla. En cambio, abundan los ejemplos de obras mínimas que desbordan por su trascendencia las tapas y las solapas que tratan de contenerlas. Dígalo si no Juan Rulfo.

Carlos Urzáiz Jiménez

 

Continuará la próxima semana…

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