Ensayos Profanos (XXIV)

By on octubre 25, 2018

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XXIV

LA REPRESENTACIÓN DE LA MUJER A TRAVÉS DEL TIEMPO

Venus es sin duda la representación más universal de la mujer, aunque tal vez no la más adecuada en estos tiempos de rebeldía femenina.

Dice Lucrecio en su invocación a Afrodita: “Por ti, todo lo que respira, todas las especies vivientes son concebidas y, llegando a la existencia, ven a la luz del sol. Ante ti, ¡oh, diosa!, a tu sola aproximación huyen los vientos, huyen las nubes, bajo tus pies extiende la tierra la suave variedad de sus tapices de flores, las olas del mar te sonríen y se esparce y resplandece la luz del serenísimo cielo.”

Más adelante añade: “Cediendo a tu hechizo, a tus dulces atractivos, toda la naturaleza, reanimada, te sigue ardorosamente por el camino que llevas. En fin, en los mares, en los montes, en el seno de los ríos impetuosos, bajo las frondas en que moran las aves, entre las hierbas de las praderas, hiriendo todos los corazones con los dulces dardos del amor, inspiras a cada especie el ansia de perturbarse.”

Es evidente que Lucrecio resumía la experiencia vivida hasta entonces; pero no sospechaba siquiera lo que nos deparaba el porvenir.

Desde que Eva invitó a Adán a comerse juntos la manzana, el Hombre, feliz con tan inesperado hartazgo, ha admirado a la Mujer sin remedio posible, y atado por los lazos del amor ha buscado en ella inspiración para sus mejores manifestaciones artísticas. Poetas y literatos cantan su belleza y sus virtudes, o lloran con amargura sus desvíos; músicos almibarados entonan por ella sus más tiernas melodías; pintores y escultores exaltaron sus formas en el mármol y en el lienzo, y hasta la arquitectura ha de haber recibido alguna vez su influencia, pues andan por acá y por allá mujeres que son verdaderas catedrales góticas. En cuanto a su constitución física, se entiende.

La admiración, sin embargo, no ha sido invariable, en su externación al menos. Circunscribámonos a las artes plásticas: el ojo del artista ha cambiado en parte por el impulso de la moda pero, sobre todo, por su propia manera de ver un cuerpo que, un poco más redondeado o un poco más anguloso, no ha cambiado en lo esencial durante los últimos 5000 años. Y es que el artista ve con los ojos del espíritu, que no son los ojos de espectador común. Allá si las variaciones son infinitas: lo que va de la madre a la esposa, a la amante o a la hija; el sentimiento cambia y cada una de ellas aporta características distintas que van de la virtud y la ternura a la liviandad y un concepto más genérico que tiene que ver con las relaciones sociales, políticas y económicas de uno y otro sexo.

En los comienzos del mundo, la Madre lo fue todo. Las fuerzas ocultas de la biología habían dispuesto la trampa del estro como medio para asegurar la propagación de la especie. Pero la mente primitiva del hombre cavernario no relacionó la entrada del éxtasis del acto carnal con las excelsitudes de la maternidad. Ante sus ojos azorados –por motivos que no alcanzaba a comprender–, la mujer se deformaba, se hinchaba a la altura del vientre y, al cabo de un período que hoy sabemos de nueve meses, expulsaba a un pequeño ser semejante a ella. Verdadero acto de magia, taumaturgia pura.

Este milagro fue el origen de una transitoria divinidad. En su forma de madre, la Mujer fue respetada y venerada como diosa. La cópula, acto fisiológico, no tenía más trascendencia que la ingesta o la defecación, aunque se le reconocía el saludable efecto y el placer que proporcionaba. De todas maneras, el papel divino de la Mujer no se puso en duda. Descartada la participación del hombre en el proceso fecundante, ¿de qué manera podría explicarse la procreación?

De tan remota época parten las primeras representaciones escultóricas del cuerpo femenino, impropiamente llamadas Venus en la actualidad. Mejor les quedaría el nombre de Gea, la Tierra; o el de Rea, llamada también Cibeles, y es que se confunde con Deméter o Ceres, posibles derivaciones de una sola deidad. También se les podría llamar Eva, que es otra madre universal a pesar del pecado que la baldona.

Digo esto porque tales representaciones carecen en absoluto de belleza –condición primordial de Venus– y tienden únicamente a realzar la capacidad de reproducción. Ejemplos palpables encontramos en las estatuillas de Lespugue y Willendorf, masas informes en las que lo único que recuerda la mujer es el busto que sugiere lactancia, o el vientre que alude a la fecundidad. Por lo demás, la indiscutible ordinariez de estas figuras no obedece a ignorancia o falta de habilidad de sus creadores, sino a exigencias de la representación en sí. En efecto, se trata de idealizar a la maternidad y nadie identificaría a su madre con las formas voluptuosas de una Venus verdadera.

No sabemos con certeza cuándo el hombre cazador sintió la necesidad de formar un hogar, de tener pareja. Él tenía que ausentarse, pasar días completos lejos del calor de la cueva o la heredad donde se curtían pieles y las primeras espigas maduraban al viento. Con la mujer sometida por mutuo acuerdo, surgió y progresó la agricultura, y comenzó la cría de animales domésticos. Al mismo tiempo, la luz del entendimiento se hizo en los cerebros y se pudo identificar el reclamo instintivo de la cópula con la función reproductora.

El hombre aceptó de buen grado la parte que le correspondía en la reproducción; pero dejó a la mujer la responsabilidad de velar por los vástagos.

Con tales atribuciones y medalla definitivamente en su aureola de divinidad, la mujer conoció la esclavitud. En algunas culturas se volvió incluso contable, factor de riqueza valuado con otras pertenencias, el ganado, por ejemplo.

Esta condición denigrante impuesta a la mujer duró siglos. La pintura rupestre apenas si la tiene en cuenta y da preferencia a hechos de guerra y de caza, y a la representación de animales. Sin embargo, el establecimiento de las castas produjo claras diferencias. No era lo mismo ser princesa, sacerdotisa o vestal, que mujer del pueblo. Las señoras de alto rango que ocuparon tronos y habitaban palacios sí tuvieron derecho a perpetuar su imagen en frisos y murales. También en estatuas de gracia indiscutible y majestad suprema.

Carlos Urzáiz Jiménez

Continuará la próxima semana…

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