Ensayos Profanos (XXIII)

By on octubre 18, 2018

Ensayos_1

XXIII

LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER

Continuación…

¿No es bastante lo que se ha obtenido ya? De primera intención parece mucho. Hasta hace poco, la mujer casada era confinada a las estrecheces del hogar y de allá no salía ni para parir a sus hijos o tomar el fresco. Su atadura mediante los lazos indisolubles del matrimonio religioso y el respeto obediente que debía a su cónyuge eran inviolables. Le estaba prohibido fumar ante de los 50 años. Vegetar, engordar, envejecer, partirse los lomos en faenas agobiantes. La soltera sólo contaba con dos opciones: la prostitución –si es que tenía atractivo físico y disposición anímica– o el servicio doméstico, que no exige cualidades de ningún orden. El trabajo en la fábrica no pasó de ser una esperanza infundada. La explotación de la fuerza humana no respetó sexo ni edades y la mujer entró en ella con todo el arrojo de su espíritu y el jugo de sus glándulas. Hablar de buenos tiempos en esta historia es delirar.

No es sino hasta nuestros días que el panorama cambia. ¡Qué bueno es poder decir que ahora –salvo las excepciones de machote– la casada moderna comparte con el marido preocupación y diversiones, limita la prole a su antojo, fuma o bebe si le viene en gana y se emborracha a discreción cuando es preciso! De no ejercer una profesión, ni desempeñar trabajo alguno fuera de casa, puede tirar sus horas libres en el salón de belleza o sobre la mesa de juego. Esto se entiende si el marido no es un energúmeno cabeza de chorlito. En cuanto a la soltera medianamente avispada, tiene a la vuelta de la esquina los caminos que abre a su libertad la educación superior lo que, entre otras cosas, no coarta sus expansiones sexuales si le vienen en gana o le salen al vuelo. Hasta podrían comprarse un amante en caso de necesidad.

Así, todos contentos.

Bueno, más o menos.

Si bien parece que el cielo se ha despejado y que las aspiraciones femeninas tocaron fondo, la guerra de los sexos no concluye aún.

Después de los desplazamientos, escaramuzas, asonadas, treguas, sitios, asaltos, bombardeos, traiciones y actos heroicos, como en toda guerra, la violencia quedó atrás. Ahora gozamos del armisticio. La pareja humana se divide los bienes y las obligaciones en santa paz y de manera casi justa. Sin embargo, no hay que cantar victoria. Es posible que los años venideros nos deparen sorpresas. Quizás el poder económico de la mujer aumente en exceso y dé lugar a desigualdades diametralmente opuestas a las de antaño. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Quedará la economía casera en manos de la mujer? ¿El hombre será el esclavo de la nueva sociedad?

Por lo pronto, se avizoran cambios de insospechada trascendencia en la estructura de la familia tradicional. Los niños, cada vez en menor número, serán pertenencia del estado y crecerán lejos de sus madres en los establecimientos ad hoc. Desde ahora no hay cupo en las guarderías. El matrimonio, obsoleto, será reemplazado por uniones libres y ocasionales, nada comprometidas. No obstante, como las fuerzas de la atracción carnal son incontrolables, persistirán los casos de poetas trasnochados que canten sus desgracias a la luna; y los chulos vividores que dilapiden el dinero ganado por su hacendosa mujercita. También habrá disturbios pecuniarios de gran envergadura. Con el empleo de ambos cónyuges, algunas parejas podrán enriquecerse desmedidamente. Y, puesto que en los países pobres la mano de obra en oferta es muy superior a la demanda, otras parejas igualmente meritorias verán disminuidos sus ingresos y sus oportunidades de ascenso. Nada peor para acentuar las diferencias de clase que el mundo capitalista impone a rajatablas.

Como una consecuencia más del mismo móvil, la explotación de la mujer por la mujer –vigente siempre en forma limitada– se acrecentará: la tía solterona, la pariente de escasos recursos, u otra cristiana cualquiera con la soga al cuello, quedará al cuidado del hogar a cambio de un sueldo miserable, o tan solo del techo y la comida. Pobreza obliga. Como en los tiempos del rigodón. En tanto, la verdadera ama de casa la que otrora velaba por la conservación de los bienes familiares, estará en su oficina, despacho, tienda o almacén acumulando plata. Un caso extravagante será el de algunos hombres que se meterán en la cocina a cocer los frijoles o lavar los trastos mientras la esposa se faja en la calle con el gasto. Existen en círculos restringidos y sólo falta que se generalicen.

Como quiera que sea, nuevas incógnitas se plantean y las salidas todavía no se vislumbran.

El impuesto armisticio que tanto nos tranquiliza no es sino una paz de quita y pon, de equilibrio inestable y duración dudosa. Pasada la fase cruenta la guerra de los sexos ha degenerado en la “guerra fría” que dicen los expertos.

¿Verdadero? ¿Falso? Sólo el tiempo podrá quitarnos o darnos la razón.

Mérida, 1980.

Carlos Urzáiz Jiménez

Continuará la próxima semana…

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.