El Regalo Mejor

By on diciembre 14, 2016

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El Regalo Mejor

Claudina es una adolescente de 18 años. Se aproxima la Navidad, y ansiosa espera los regalos de sus amistades. Recuerda el año pasado cuando recibió algunos caros, de buena calidad, que usa con orgullo y agradecimiento a sus amigos.

También recuerda con cierto enfado y desprecio aquellos obsequios baratos que recibió y que a su vez había dado a personas que consideraba de menor nivel económico y social que el suyo.

Así, regaló un pequeño oso de peluche a la hija de la trabajadora doméstica; un disco de canciones pasadas de moda al jardinero; una blusa barata a la cocinera; un sweater de baja calidad a la esposa del chofer, y también pequeñas bolsas de dulces a personas que pasaban por su casa pidiendo alguna ayuda. Todas quedaron muy agradecidas con ella por su aparente bondad.

Pero Claudina no era culpable de tal actitud. Alguna vez, cuando niña, escuchó decir a su padre por un regalo recibido: “¡Ah, que mi compadre! Me regaló una botella de sidra en lugar de una legítima champaña. ¡Qué se cree! Está buena para la sirvienta, se la daré a ella.”

Desde entonces, Claudina pensó que aceptar regalos sencillos no era digno de su nivel social. De ahí su costumbre de deshacerse de aquellos que consideraba de poco valor.

Ansiosa espera el intercambio de obsequios con motivo de las fiestas navideñas.

Hizo su relación de acuerdo con lo que había recibido: “Para fulanita,” se dijo, “una baratija de aretes de fantasía; no merece más. Para menganito, ah, él si me dio un buen regalo, así que le compraré una chamarra de marca. Para sotanita cualquier cosa, es muy cicatera; y a perenganito le compraré… ¡Ah, ya sé! Un reloj de Chetumalito.”

Llegó el día de los intercambios.

Emocionada, esperaba los regalos que le harían. Jubilosa repartió entre sus amigos lo que había comprado y ansiosa recibió los suyos.

Cuál no sería su sorpresa conforme los iba desenvolviendo: “¡Puras chácharas, baratijas, que tacaños son!” exclamó y, soberbia, abandonó la reunión, y también los obsequios. Subió a su carro y enojada se dirigió a su casa.

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En el camino pudo observar las tiendas adornadas con bonitos aparadores iluminados. Sin embargo, apenas algunos clientes salían con pocos regalos. “¿Qué pasará: la gente no compra casi nada o es que sólo entran para ver?” se preguntó.

También escuchó voces infantiles que cantaban: “Ya se va la rama, muy desencantada, porque en esta casa no le dieron nada.”

“Ha de ser la crisis económica,” pensó. “Ya la gente no tiene. Podrían comprar regalos sencillos, o una postal navideña para saludar a sus amistades.”

En sus cavilaciones estaba, cuando de pronto reflexionó. Algo insólito le ocurría: se daba cuenta de que su proceder con sus amigos no había sido correcto. ¡El espíritu navideño la iluminaba!

Claudina regresó de prisa, abrazó a sus compañeros, les pidió perdón por su conducta y dijo con humildad: “Gracias. He comprendido que el regalo mejor que puedo recibir es su amistad y su cariño.”

En el ambiente se escuchaba una tierna melodía: “¡Noche de paz, noche de amor!”

César Ramón González Rosado

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