El Precio de la Inmortalidad

By on diciembre 21, 2018

Gilgamesh_1

Oswaldo Baqueiro Brito

«Cuando los dioses crearon a los hombres

decretaron que estaban destinados a morir,

y han conservado la inmortalidad en sus manos

Epopeya de Gilgamesh

Uno de los temas recurrentes y primigenios de la literatura universal es la búsqueda de la inmortalidad. Indudablemente, este anhelo proviene de la insoportable idea de la muerte pisándonos los talones, matándonos un poco cada día hasta erguirse vencedora. En los mitos mueren hombres, dioses y titanes, y resucitan y mueren nuevamente en un bucle infinito. Podemos ver ejemplos numerosos de estas resurrecciones en culturas de las más diversas, siendo quizá la más conocida aquella que se refiere al sacrificio de Jesucristo para liberar a la humanidad del peso del pecado original, para después resucitar al tercer día y ascender a los cielos. Es de común acuerdo que en las culturas mesoamericanas el dios del maíz cumple con el propósito de la germinación de la vida. Nace y envejece, muere y renace prodigiosamente desde el seno de la tierra; pues cuando el grano de maíz es introducido en la tierra, éste habrá de sufrir (simbólicamente) en el inframundo antes de poder convertirse en el fruto que dará sustento a las comunidades y pueblos agrícolas. De esto se puede especular con cierta certeza que la tarea evangelizadora en el continente americano hubo de empezar por transfigurar a los dioses generadores de Mesoamérica en los santos, profetas y vírgenes de la tradición judeocristiana.

¿Pero qué ocurre con los hombres, cuyas vidas son efímeras y sin la posibilidad de la resurrección? Esto se lo debió preguntar el rey de Uruk, el poderoso Gilgamesh, cuando fue consciente de la muerte. La muerte de su amado amigo, el hombre bestia Enkidu, le hizo ver la fugacidad de la existencia. Gilgamesh, como un niño incapaz de entender lo que significa la enfermedad y la muerte, trata de hablar con el cuerpo inerte de Enkidu. Recibe en cambio el silencio y le llora desconsoladamente. A partir de aquí, la epopeya de Gilgamesh nos lleva a su búsqueda del sabio Utnapishtim, quien es el único hombre que ha sobrevivido al diluvio universal. Utnapishtim viene a ser un Noé prebíblico, que ha vivido mucho más que cualquier otro hombre y es un patriarca de la humanidad. Él es quien indica a Gilgamesh la ubicación de una planta mágica que solamente crece en el fondo del mar y que es capaz de otorgarle la inmortalidad. Gracias a sus capacidades sobrehumanas, el rey sumerio logra conseguir la planta, pero ésta le es robada por la serpiente, quien se hace con el secreto de la inmortalidad. De allí que, cada vez que la serpiente se siente cercana a morir, se hace cambiar de piel y de esta forma vuelve a nacer. Gilgamesh se resigna a morir como cualquier hombre, sabe que ha fallado. Desconoce que su leyenda se contará por los siglos de los siglos y que permanecerá en la memoria humana mientras exista humanidad para recordarlo. He allí la verdadera inmortalidad.

Ahora bien, decía con cierta sabiduría cínica Schopenhauer que «El desear la inmortalidad para el individuo es realmente lo mismo que desear perpetuar un error por siempre». La inmortalidad conlleva un precio a pagar, y a veces éste es demasiado elevado. Tomemos como ejemplo al Fausto de Goethe quien, sintiendo la muerte próxima, convoca al demonio Mefistófeles y le ofrece su alma a cambio de volver a ser joven. En las religiones monoteístas siempre ha estado claro que, aunque el cuerpo está destinado a morir y corromperse, cada hombre posee un alma inmortal y que el seguimiento de la doctrina correspondiente es la garantía de que esa alma llegue a un estado de plenitud, al paraíso cristiano o al yanna musulmán. En caso contrario, el alma sufrirá eternamente los castigos de los infiernos, por lo que el trato de Fausto se antoja un poco excesivo.

Analicemos brevemente un último personaje literario relacionado con la inmortalidad: el vampiro. Casi todas las culturas del mundo tienen a su propio vampiro, pero cada uno con determinadas características que lo hacen diferente y reconocible. En la cultura popular occidental, el vampiro es un ser sobrenatural y hematófago, es decir, que se alimenta de la sangre de los demás para mantenerse él mismo con vida. Es un depredador nocturno cuya figura ha sido romantizada por la literatura y el cine, muchas veces sin que nos detengamos a reflexionar sobre el peso que ejerce la inmortalidad en él. Hemos visto representaciones de vampiros que se han tornado en aristócratas nihilistas, a lo Dorian Grey; y con mucho menos frecuencia tenemos a los vampiros pesimistas y cansados, para los cuales la existencia es un acto de absurdidad, cual si fuesen discípulos de Schopenhauer o de Camus. En la película clásica de culto La sombra del vampiro, el director de la película Nosferatu, F.W. Murnau (John Malkovich), contrata a un vampiro real (Willem Dafoe) para el papel del conde Orlok, desatando una serie de asesinatos debido a la incapacidad del vampiro por controlar su sed de sangre. La sombra del vampiro es un homenaje extraño, pero nos ha legado uno de los mejores parlamentos recitados por un vampiro. Cuando al vampiro le preguntan su opinión respecto a la novela de Bram Stoker, Drácula, éste responde: «Me entristece… me entristece que Drácula no tenía sirvientes… Drácula no ha tenido sirvientes en 400 años y repentinamente un hombre llega a su hogar ancestral, y debe convencerlo de que él es como el hombre. Debe alimentarlo, cuando él mismo no se ha alimentado en siglos. ¿Puede acaso acordarse de cómo se compra el pan?, ¿o de seleccionar un queso o un vino? Y entonces él recuerda todo lo demás. Cómo se prepara la comida y se hace una cama. Recuerda su primera gloria, sus ejércitos, sus criados, y a lo que ha sido reducido. La parte más solitaria del libro tiene lugar… cuando el hombre accidentalmente ve a Drácula poniendo la mesa». De esta larga intervención podemos darnos cuenta que el precio a pagar por la inmortalidad es la de un amargo hastío y de una larguísima soledad, toda vez que el vampiro de la película parece identificarse con Drácula.

Para los biólogos, e incluso para quienes no ejercen esa profesión, resulta interesantísimo el hecho de que especies de medusas como la Laodicea undulata o la Turritopsis nutricula sean capaces de repetir sus ciclos biológicos indefinidamente, haciéndolas en teoría seres inmortales. Pero mientras estas fascinantes criaturas no generen literatura o sean incapaces de transmitirnos las ideas y pensamientos desarrollados a lo largo de los milenios que han existido, tendremos que conformarnos con la literatura y la imaginación humana que, para nuestra suerte, es muy amplia y se renueva y redescubre constantemente.

 

Saludamos esta aportación inicial a nuestro semanario de este joven escritor, vinculado a las raíces de nuestro origen impreso. Su vocación natural hacia las artes gráficas se incrementa con este escrito primero, de contenido valioso y documentado. Bienvenido.

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