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El idioma de los Iniciados
Letras
Lenguaje críptico
1 de octubre de 1998
El lenguaje de los políticos suele ser interesante, pero el de los técnicos en la actualidad, es verdaderamente desconcertante. Decía Catón “El Viejo” a propósito, “hace tiempo que hemos perdido los nombres auténticos de las cosas” y esto que señalaba ocurría ya muchos años antes de Cristo. En el fenómeno del lenguaje, podemos distinguir tres líneas científicas de gran importancia: la etimología, la semántica y la gramática. Su estudio general como hecho colectivo, social e histórico, requiere, al decir de los especialistas, del estructuralismo, pero convienen en que el análisis de las palabras, de las oraciones, de los textos literarios, o sea de las piezas de la estructura, debe ser hecho etimológica, semántica y gramaticalmente.
Por ligereza o desconocimiento del idioma, es común que quienes tienen necesidad de expresarse en forma oral o escrita, pasen por encima de las normas señaladas y contribuyan al oscurecimiento de lo que debiera ser claridad en la expresión de las ideas.
Esto sin considerar las llamadas “lenguas especiales” y “jergas de grupo”, que han alcanzado hoy un gran desarrollo, como por ejemplo el “inglés aeronáutico”, que solamente pueden entender los pilotos y los técnicos de las torres de control de los aeropuertos,
Durante el último cuarto de siglo en nuestro país, el lenguaje oficial de los técnicos y funcionarios convertidos en políticos, ha transformado por completo la forma de comunicación anterior y ha dado surgimiento a una nueva terminología difícil de comprender.
Al respecto, a principios de 1977, asistí a la Reunión Anual de Institutos de Seguridad Social, efectuada en Mexicali, Baja California Norte. Entonces ocupaba el cargo de Director General del ISSTEY, creado al inicio de la administración, del Dr. Francisco Luna Kan, quien me confió recién concluida su campaña política, la encomienda de realizar el proyecto respectivo. Participaba por primera vez en un evento de esta naturaleza. El encuentro estuvo lleno de experiencias y de satisfacciones, pero la sorpresa más interesante e inesperada, la experimentamos los asistentes, cuando tocó el turno de su disertación al Actuario Alberto Hazas, afamado como uno de los más competentes profesionales de su especialidad. El tema a su cargo se refería precisamente a la importancia del estudio actuarial en los organismos de seguridad social, para poder anticipar y planificar el pago de pensiones y el equilibrio financiero.
Al concluir el ponente su exposición, quienes lo escuchamos quedamos desconcertados y confundidos, no pudimos entender su larga conferencia. Con discreción y refinado tacto, algunos de los señores directores participantes solicitaron al orador, explicar de nuevo los puntos medulares de su intervención. Otra vez el Sr. Hazas se extendió con amplitud en una nueva exposición que nos dejó todavía más confundidos. No acertábamos a comprender su idioma de tecnicismos y neologismos que utilizaba con gran soltura y naturalidad. Al concluir sonreímos con resignación, sin saber que nos habíamos asomado a un nuevo lenguaje que en el futuro habría de tomar carta de naturalización.
Por entonces también solía leer las publicaciones trimestrales de una institución bancaria privada, que acostumbraba realizar en sus boletines, análisis y prospecciones económicas, redactados utilizando un lenguaje ambivalente y ambiguo, confuso, a salvo de cualquier juicio definitivo y comprometedor.
Desde que la tecno burocracia se hizo cargo, el idioma español ha sido reemplazado por otro lenguaje que utiliza palabras extrañas para referirse a objetos, fenómenos, sustantivos y adjetivos calificativos.
A partir de las sucesivas devaluaciones de la moneda, se comenzó a explicar la caída del peso como “flotación” y “deslizamiento”; cuando se puso en marcha un programa agrícola denominado “SAM”, Sistema Alimentario Mexicano, se empezó a mencionar la “frontera agrícola” y a llamar “suelos con vocación agrícola” a los terrenos adecuados para esta actividad; a los topes de gastos presupuestales se les comenzó a decir “techo financiero”, los más sesudos economistas nos hablan también, de “fenómenos coyunturales”, “cuellos de botella”, “amarrar arriba y amarrar abajo” y muchos otros barbarismos por el estilo, que si bien no pudieron hacer producir con el SAM ni siquiera un taco, han enriquecido el vocabulario de los iniciados cuyos textos harían palidecer a don Mario Moreno, en el supuesto de que pudiese volver a vivir.
A las ventas alegres de las empresas del Estado se les denomina “desincorporación”, a los intentos de descentralizar las actividades educativas se les llama “federalización”, y al desmantelamiento de las responsabilidades del Estado, se les califica de “adelgazamiento”. Nunca como ahora se habían puesto al alcance de las masas tantas explicaciones sobre macroeconomía, economía de mercado, inflación, deflación, aceleración y desaceleración, estanflación, etc., y sin embargo, nunca como ahora las cosas habían ido tan lejos.
Probablemente ocupe nuestro país un primer lugar entre las naciones que han inventado su propio lenguaje para caracterizar su entorno político y económico. Si fuese cierto que la palabra le fue dada al hombre para ocultar sus pensamientos, estaríamos ante el fenómeno de un léxico creado para decir mucho sin expresar nada.
El contagio del virus de la terminología alcanzó ya hasta a las más modestas empleadas de los bancos que ofrecen facilidades para “aperturar” las cuentas de cheques.
Pero debemos reconocer que el pleno dominio de este nuevo lenguaje críptico es de suma importancia y de gran utilidad para el ascenso burocrático en las esferas del poder.
Cualquier ser humano normal, que hable el idioma español en forma común y corriente, parecería un advenedizo incapaz de comprender los complicados giros de la terminología de las finanzas que exigen los oficios de las tareas mayores.
Por su parte los profesionales y aficionados a la teoría y práctica de la política encaran hoy nuevos desafíos: aprender a diferenciar sobre porcentajes del PIB, tasas de inflación, desempleo, volatilidad de los mercados, calentamiento y sobrecalentamiento de la economía, aceleraciones y desaceleraciones, característicos ya de estas épocas.
Estamos todavía a tiempo para volver a una era de racionalidad y recuperar el idioma español, devolver el sentido original a las palabras y desterrar el uso del lenguaje críptico, que es el arte de escribir con claves secretas o de modo enigmático; y el empleo de barbarismos que son los vicios del lenguaje que consisten en pronunciar o escribir mal las palabras y en emplear vocablos impropios.
Dice Felipe Mellizo, periodista español, que “desde que existe la sociedad humana, la política ha condicionado el lenguaje” y reconoce que cuando “la política transforma la semántica y la gramática, adrede, no se producen así, cambios, sino deformaciones”.
Hay que recomendar a los nuevos políticos los consejos de don Ermilo Abreu Gómez a los jóvenes que se interesan por las letras: “Nada de prosas aceitadas”.
El discurso más profundo puede expresarse con la mayor claridad, utilizando las palabras adecuadas, en forma espontánea, natural, que es lo que le da grandeza a la pieza oratoria o escrita.
Si en el principio fue el verbo, en la actualidad es la palabra, el medio de comunicación por excelencia de los pueblos para su liberación.
Luis F. Peraza Lizarraga
Continuará la próxima semana…
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