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“El Canon Occidental”, de Harold Bloom, la gran estafa de la Literatura del patriarcado

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INVISIBILIZA LA LITERATURA DE MUJERES, LAS NO OCCIDENTALES Y LAS DE LAS MINORÍAS

edgar rodríguez cimé

Si a alguien se debe que la literatura de Occidente tenga como modelo único la creatividad del hombre blanco centro europeo es al crítico judío estadounidense Harold Bloom (+), creador del ensayo El canon occidental, universo donde “Dios” era el dramaturgo, poeta y actor inglés William Shakespeare, y la sensibilidad de las minorías, comenzando por la mujer y las culturas originarias, estaban negadas.

Retrasó el respeto y reconocimiento del talento de las minorías, empezando con las mujeres, con su mencionada tesis literaria El canon occidental, dominada por obras de autores anglosajones como Shakespeare, Chaucer y Kafka, blancos y masculinos, descalificando a escritores talentosos de lo que llamó “la escuela del resentimiento”, multiculturalismo, feministas o marxistas, a quienes consideraba -eurocéntricamente- “traidores al propósito esencial de la Literatura”.

Su elitismo en la literatura de occidente le llevó a prescindir de talentos provenientes del universo literario de las escritoras, al grado que en su Olimpo únicamente incluyó a tres féminas: Jane Austen, Virginia Woolf y Emily Dickinson (anglosajonas), y solamente tres autores en castellano: Cervantes, Neruda y Borges.

Su tesis –único canon en el universo literario de los países europeos y, por supuesto, en Norteamérica, centros de poder económico y cultural en Occidente– fue desarrollada basándose en varios textos influyentes, e impuesta como modelo universal a seguir en los programas de estudios universitarios y en las listas de los libros más vendidos.

Shakespeare es Dios y sus personajes son tan reales como las personas, moldeando las percepciones occidentales de qué es ser humano” argumentaba en una de sus obras más conocidas, Shakespeare: la invención de lo humano (1988).

Nació en el barrio neoyorkino del Bronx en 1930, hijo de un trabajador de la confección Aprendió el yiddish y el hebreo literario antes que el inglés. Desde pequeño devoraba libros en la biblioteca pública. Posteriormente, estudió en Cornell y Yale, donde se doctoró en 1959 con una tesis sobre la poesía de Shelley.

En esta última fue profesor hasta hace poco, cuando impartió la que sería su última clase, como parte de la cátedra Sterling, que impartía desde 1955. También fue titular de la cátedra Berg, en la Universidad de Nueva York, de 1988 a 2004. Se enorgullecía de hacer que los temas académicos fueran accesibles para el lector.

La fama, por su talento, y la polémica, por su ideología ultraconservadora, llegaron de la mano en 1994 al publicar El canon occidental, donde eleva al Olimpo contemporáneo a un puñado de escritores esenciales de Occidente, contrario al entonces modelo académico en Estados Unidos.

Centraba su visión de la Literatura exclusivamente en los valores estéticos (de Occidente): “La vida es corta y hay que elegir bien qué leer”. Afirmaba, creando polémica, que “o se buscaba el placer de lo sublime” o bien “se prestaba atención a cuestiones de orden político o social, que nada tenían que ver con la Literatura” (alejando a lectores de la otra Literatura).

Como señala Hillel Italie, de la agencia AP, en los años 50 del siglo XX se opuso al clasicismo de T. S. Elliot, y posteriormente condenó el afrocentrismo, el feminismo, el marxismo y otros movimientos a lo que descalificó llamándoles “Escuela del resentimiento”.

Despreciaba los libros de Harry Potter y calificó como “pura corrección política” el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Doris Lessing, autora del clásico feminista The Golden Notebook.

Por supuesto, no reconoció la validez del llamado “boom latinoamericano”: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, como voz propia de América Latina en la Literatura Universal. En este escenario, el llamado “realismo mágico” era para él únicamente “un disparate, una idea tonta”.

La noticia de su muerte desató una doble reacción de antiguos estudiantes de Yale. Algunos elogiaron su extraordinaria erudición y su habilidad para recitar versos de memoria, mientras que los más críticos lo acusaron de acoso sexual, como a tantos otros encumbrados en el poder cultural. En 2004, la autora Naomi Wolf delató que realizó acciones no deseadas cuando ella asistía a la prestigiada universidad de Yale. El “Dios” de la crítica literaria, negó las acusaciones.

edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx

colectivo cultural “Felipa Poot Tzuc”

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