El Calor Nuestro de Todos los Días

By on abril 12, 2018

Perspectiva

Calor 2018_1

“¿Qué le han hecho a la Tierra?

¿Qué le han hecho a nuestra noble hermana?”

When The Music’s Over, The Doors

Llevamos menos de un mes de primavera en este 2018, y ya todos en Mérida estamos quejándonos del excesivo calor que se siente. Al día de ayer, la temperatura máxima registrada en abril ha sido de 40.6°C, pero con una sensación térmica de 45°C. La zona más afectada se encuentra en Ciudad Caucel; en el interior del estado es Maní la población que sufre los embates del astro rey con mayor intensidad.

Cierto es que influye la disminución de la capa de ozono, que permite que ingresen con mayor intensidad los rayos del sol; cierto es que la contaminación se ha encargado de disminuir esa capa, y también es muy cierto que hemos hecho crecer la mancha urbana mundial a costa del sacrificio de los pulmones naturales que tenemos y que cada vez más deberíamos cuidar: los árboles.

¿Quiénes son los culpables de que estemos sufriendo de esta manera la inclemencia del clima? Nosotros mismos, y nadie más: nuestra raza humana es brillantísima en muchos aspectos, pero somos estúpidamente idiotas en muchas otras, siendo la conservación del medio ambiente la desatención que potencialmente puede acabar con nuestra especie.

Recordarán muchos de ustedes aquellos días en los que los patios de las casas constaban de innumerables árboles de todo tipo, frutales la mayoría, e incluían una veleta de aire que se encargaba de jalar agua de pozos con la que se regaban los árboles, además de usarse para nuestro consumo y de otros animales de patio.

Otros recordarán también la gran cantidad de jardines en las casas, de árboles en las avenidas y en las calles, cómo en los parques los frondosos árboles nos permitían jugar bajo su sombra, y también recordarán el inmenso árbol que estaba en el centro del arenero del Parque Centenario.

Conservemos esa imagen que hemos retraído de nuestras memorias unos segundos más…

Ahora observemos nuestras casas, nuestras calles, nuestros parques. ¿Qué ha cambiado?

Observemos que no tenemos la cantidad de amigos verdes que tuvimos, que nos hemos olvidado de ellos en aras del “crecimiento poblacional”, que son muy pocos aquellos ciudadanos que aún se preocupan por la reforestación y la apoyan sembrando árboles en sus casas, y que la genial idea de las autoridades ha sido poner “toldos” en los parques para dar sombra a nuestros hijos.

¿Alguno de ustedes puede decirme cuántos árboles ven cerca de las magnas obras de esta administración estatal: el “Palacio” de Música y el Centro Internacional de Negocios? Yo tampoco los veo.

¿Cuántos de estos generadores de oxígeno y sombra cayeron bajo la picota asesina del mal llamado “desarrollo”?

¿No habrá sido posible usar algo del presupuesto destinado a ambas obras –que, por cierto, va a ser motivo de escándalo si nos lo dan a conocer, porque no debieron tardar tanto en construirse y seguramente va a venir infladísimo– y comprar árboles ya crecidos que fueran trasplantados a pocetas, en vez de sembrar tristes chilibes cuyo crecimiento tal vez no alcancemos a ver muchos? Dan pena, la verdad.

En el caso del “Palacio” de Música, ¿cómo fue posible que un edificio cuya imagen choca y contrasta tan evidentemente con su entorno haya sido aprobado para su construcción, y por qué las autoridades no fueron tan celosas de su deber como lo son con aquellos que osan pintar con un color no autorizado por ellas las fachadas de sus casas? ¿Y cuánto aumentará el calor en esa zona de la ciudad ese gran cubo cerrado, con ventanas que más bien parecen escotillas de un buque-prisión?

¿Qué vamos a hacer para contrarrestar este agobiante calor que nos vapulea y deja de mal humor desde muy temprano y hasta muy noche?

Desde esta perspectiva, vayámonos haciendo a la idea de que no serán las autoridades quienes se preocuparán por estas cosas: a ellas se les da cobrar, disfrazar y desaparecer recursos, como hemos visto.

¿Alguno de ustedes ha sentido la emoción de ver crecer una planta, un árbol, y tener la certeza y satisfacción de que hemos hecho algo bueno? Pues bien, nos toca replicar esa sensación en todos aquellos que aún no han tenido ese gozo, y que ellos lo repliquen a su vez con otros.

Nos toca a nosotros adquirir un árbol, o dos, o más, hacerles una poceta, regarlos y cuidarlos mientras se afianzan y se desarrollan, y entonces, lenta pero gradualmente, restañar la herida que hemos causado a nuestra Madre Naturaleza, a nuestro medio ambiente.

Con empeño, y con dedicación, podremos retornar a esa imagen mental de nuestra infancia. Nuestros hijos, y nuestros nietos, nos lo agradecerán.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.