El Alma Misteriosa del Mayab – XXVIII

By on junio 23, 2022

Leyendas del Mayab

XXVIII

LAS MALAS ARTES DE LA XTÁABAY

Ya te ha explicado la tradición el origen de la mujer Xtáabay, y está bien, lector curioso, que hoy conozcas algunos casos concretos de las artes endiabladas de que usa para cautivar y perder a los hombres. Como recordarás, en su vida humana fue aparentemente una mujer virtuosa, pero perversa en el fondo, y entonces se llamaba la Uts Ko’olel, la cual después de muerta vino a llamarse la Xtáabay y que convertida en la flor del tsakam, sale en ocasiones para hacer a los hombres todo el mal que puede. Y vamos a los casos.

Del pueblo que Chumayel se llama viene esta narración que es muy vieja. Sucedió que una vez en horas en que el sol caía sobre el horizonte, que son las de la tarde, salió de su choza un joven indio con su escopeta al hombro con propósito de dedicarse a la caza.

Pasó por donde vivía la mujer a quien amaba la cual, hallándose a la puerta, le dijo al verlo:

-Me alegra que vayas de caza. Procura cazar mucho y sobre todo procura volver con algún venado, pues quiero hacerme de sus intestinos un collar y de sus cuernos un peine.

El mozo la aseguró traerle la pieza, y dándole las buenas tardes como es uso el darlas en todas estas gentes encuéntrense con quienes se encuentren, prosiguió su camino hasta salir a campo.

Pero fue en vano toda búsqueda. No cayó ningún animal y cariacontecido tomó la vuelta a tiempo que anochecía, hora propicia a encantamientos y brujerías.

Tristón regresaba el mozo cuando de pronto le salió al paso precisamente la mujer a quien amaba. Le extrañó al cazador, pero la otra le explicó que había salido de su casa con el fin de encontrarlo, impaciente de que tardara tanto en volver.

-¿Y el venado?, le preguntó la mujer al ver que no traía nada. Contóle el otro que por más que había oteado el campo no había encontrado nada.

Ya me lo suponía, replicó ella sonriendo maliciosamente, sin advertir el mozo el gesto de ironía. Y juntos tomaron el camino del pueblo. Pero pasó que al llegar a una tsakam que se hallaba al paso, tropezó en él la mujer y cayó. Trató de auxiliarla el hombre, alcanzándole un pie por donde quiso sostenerla, cuál no sería su asombro hasta erizarse de espanto, al sentir que aquel pie no era humano, sino que era la pata de un pavo montés, y al ver que manaba abundante sangre, cosa que le atemorizó más, vio que también se desangraba el tsakam en que tropezara la mujer.

Comprendió entonces que tenía que habérselas con la Xtáabay, que había tomado la figura de la mujer que él amaba para atraparlo más fácilmente, y huyó lleno de miedo.

Trató la Xtáabay de seguirlo, pero no pudo, pues se había prendido fuertemente a las púas del tsakam, tal como si ex profesamente tratase de detenerlo. En tanto el muchacho corrió, pero cuando llegó a su casa cayó gravemente enfermo de una dolencia desconocida pues comenzó a ponérsele la piel como la del pavo montés. Atendiéronlo los curanderos quienes después de varios conciliábulos, y sabedores del incidente ocurrido, diagnosticaron que el enfermo estaba hechizado por la mujer Xtáabay, y decidieron acudir al lugar del suceso y hacer allí los exorcismos. Y así lo hicieron hallando el tsakam ensangrentado y roto. Diéronlo a las llamas, y llevando las cenizas untaron con ellas al enfermo, el cual entonces quedó curado.

He aquí otro hecho que espeluzna más todavía.

Viene también de hace muchos años, y contólo un anciano de la región sureña. Es el caso que, en un rancho de aquellos rumbos, vivía un hombre muy de bien, muy honrado y serio a quien no se le conocía ninguna trápala de amor, llenando cumplidamente su día con las labores de su milpa, y dedicando la noche religiosamente al descanso.

Y es fama que una noche en que llovía a mares, alguien llamó a las puertas de su cabaña pidiendo albergue. Abrió el hombre y se encontró con una joven india de belleza extraordinaria que traía los negros y abundantes cabellos empapados por la lluvia, y la cual en tono suplicante le pidió la dejara pasar allí aquella noche de tormenta.

Extrañó el otro que a tal hora y con aquel tiempo anduviese fuera de su casa una mujer, y más aún extrañó el no conocerla, pues nunca hasta entonces la había visto.

Contestóle afligida la otra que esto era así porque ella no era de aquel rancho sino de otro que estaba algo distante, y que se dirigía al pueblo inmediato por haber recibido aviso de que su padre que vivía allí estaba enfermo y que, andando, la tormenta la había sorprendido.

Con lo cual quedó tranquilo el hombre y consintió en albergar a la desconocida cediéndole galantemente su lecho en tanto él se tendía en el suelo.

Súpose después que allá por la media noche la mujer se aproximó al hombre que ya dormía profundamente y despertándolo comenzó a insinuársele con gran coquetería. Pero el recto varón venciéndose a sí mismo hubo de rechazarla. Dícese que la mujer llena de despecho le dijo entonces:

-Está bien, me rechazas, pero habrás de recordarme. Y aunque disgustada, como continuara la tempestad, volvió al lecho al parecer decidida a reposar.

Achacó el hombre a solo despecho femenino la amenaza que consideró pueril, y trató de conciliar nuevamente el sueño, pero es el caso que ya no pudo, y cuál no sería su estupor al amanecer, al darse cuenta de que la mujer había desaparecido, como por encanto, sin que la hubiese sentido hacer movimiento alguno. Observó las puertas y las encontró como las había dejado, fuertemente atrancadas hacia adentro, de modo que la fuga de la mujer era inexplicable. En la hamaca en que la intrusa había reposado halló, sí, un mechón de pelo negro, sin duda de la cabellera de la mujer, pero de hebras tan rígidas que punzaban.

Confundido, el hombre consultó con los magos y éstos fueron de parecer que en día viernes y a la salida de la luna se quemase el mechón, se hiciera un hoyo en la tierra y en el fuesen enterradas las cenizas. Y así trató de hacerse, pero ocurrió que conforme se excavaba el hueco volvía a llenarse inmediatamente, sin que nadie pudiera explicarse fenómeno tan raro. Una noche se pasó en aquel trabajo sin que se consiguiera el fin deseado, hasta que se optó por esparcir las cenizas al viento. Dícese que por no haberse llenado cumplidamente aquel requisito fue por lo cual los sortilegios no causaron el efecto que debían, como va a verse.

Preocupado andaba el buen hombre pues era claro que se había interpuesto en su camino la mujer mala, cuando días después regresando de su milpa al comenzar de la noche, vio una pequeña venada junto a una ceiba. El animal no se atemorizó ni trató de huir. Pensó el hombre en aprovechar tan magnifica pieza y la tiró con su escopeta. Cayó herida la venada y sin poder moverse y el indio fue a recogerla, pero el espanto se apoderó de él al oír que el animal hablaba como un ser humano para decirle

-Necio, creíste cazar una venada y es la venada la que te ha atrapado. Y en aquel instante el animal desapareció quedando en su lugar la hermosa mujer a la que diera asilo la noche de la tormenta. Y ocurrió, sin que al hombre le fuera dable impedirlo, que ella se le abrazó ciñéndose a él frenéticamente. Pugnaba el hombre por desasirse, pero fue en vano, y considerándose perdido comenzó a pedir auxilio a gritos, y tan fuerte gritó que fue oído hasta en el pueblo.

Al oír las voces corrieron varios vecinos al lugar de donde partían, mas al llegar pudieron ver llenos de terror cómo la tierra se abrió en el punto en que luchaba el hombre con la mujer y los tragó a ambos sin dejar huella.

Dícese que en aquel lugar salió una planta tsakam, y que por las noches quien pasa por allí escucha gemidos y risas a un mismo tiempo, que parecen salir de la misma tierra en el punto en que la Xtáabay y el hombre fueron engullidos.

Otro sucedido.

Localízalo la leyenda en una finca de campo del oriente yucateco. Vivía en ella un indio joven muy jovial y serenatero, el cual enamorado de una india cuya casa estaba en un extremo opuesto, la hacía continuamente objeto de sus requerimientos. Fue una noche con la guitarra. a darle serenata. Encantada quedó ella y él todavía más y a la noche siguiente volvió a lo mismo.

Pero caminando iba todavía hacia la casa cuando la misma mujer le salió al paso, diciéndole que en su ansiedad había salido a encontrarle. Agradecióle el joven tan extrema diligencia y vanidoso como todo enamorado correspondido, achacó en realidad a afanes amorosos de la muchacha el que hubiese salido en su busca, sin percatarse en más detalle.

Embelesados iban camino de la casa de la moza, pero más embelesado él, tanto que ni siquiera se dio cuenta de que habían cruzado ya, sin detenerse, frente a la cabaña, y no hubo de parar mientes en ello sino cuando ya se encontraban en pleno campo.

Entonces él dudó que fuese realmente la mujer amada, aunque físicamente parecía serlo. Sabía muchas historietas de la Xtáabay, y entró en recelo, y más aún cuando insinuándole la idea de volver hacia la finca, ella respondió zalamera:

-Hay mucho calor, demos antes un buen paseo por el campo. Pero al fin el mozo se resistió a seguir, mas ya fue tarde. La mujer no trató de seguir disimulando y le cogió un brazo para obligarlo a continuar. Entonces al contacto de aquella mano sintió el indio como si se le hubiesen clavado en la piel muchas púas de tsakam, y comprendió que era víctima de la mujer Xtáabay. Trató de defenderse desenvainando su cuchillo de caza y clavándolo en el pecho de la mujer, la cual en tal momento desapareció. Corrió el otro a su choza, pero en el camino cayó presa de intensa fiebre y así fue recogido por unos labradores que lo encontraron al pasar. Supo entonces que la muchacha a quien cortejaba no había salido para nada de su casa. Se agravó de su dolencia, y los curanderos acordaron ir al lugar en donde se había desarrollado la escena, encontrando allí una mata de tsakam y en ella clavada el arma. Hicieron los conjuros, extrajeron el arma y cuando regresaron a la casa se encontraron con que el enfermo ya estaba sano. Había sanado en el instante mismo en que el cuchillo fue extraído del tsakam.

Dos muchachos se dirigían a un pueblo en una noche en que la luna lo bañaba todo. De pronto junto a un árbol apareció una mujer bellísima que peinaba sus cabellos mientras cantaba así:

¿Tu’ux ka bin?

Ko’oten waye’.

Lo cual dice en lengua gachupina: ¿A dónde vas?, ven acá.

Deslumbrado uno de los mozos por la hermosura de la india se adelantó a ella aunque su compañero temeroso trataba de disuadirlo a que no hiciera tal. Puesto el otro en contacto con la mujer emprendieron ambos el camino cogidos de la mano, mientras el compañero receloso decidió seguirlos a distancia.

De pronto oyó este un grito y vio que la pareja desapareció como si la tierra se la hubiese tragado. Corrió hacia el lugar y al llegar a aquel punto se encontró con la boca de un áaktun, que así se llama en lenguaje maya a las cuevas. Allí seguramente habían caído. Retrocedió al pueblo, narró lo ocurrido y varios vecinos salieron para el lugar con objeto de rescatar al imprudente. La cueva era muy profunda, pero descendieron a ella, y tras buscar mucho encontraron al fin al muchacho con los brazos y las piernas destrozados. Lo extraño fue que de la mujer no hallaron ni huellas siquiera. Contó entonces el herido que tomándolo de la mano la mujer lo había conducido por aquel camino ofreciéndole goces sin cuento para cuando llegasen a la casa de ella, que, según el decir de la misma mujer, no estaba lejos, y que de pronto había sentido como que la tierra se abría bajo sus pies y había caído en aquella profundidad, instante en el cual la mujer se había evaporado.

Fue extraído el mozo y en el momento en que se le sacaba de la cueva oyóse una amplia y burlesca carcajada que hizo trepidar todo, y la voz una mujer que cantaba:

¿Tu’ux ka bin?

Ko’oten waye’

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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