El Alma Misteriosa del Mayab – XVIII

By on abril 15, 2022

Mayab

EL K’AAK’AS BA’AAL Y SUS LEYENDAS

Del seno de la noche sale.

De la sola negrura de la noche. Emanación de ella.

O de la fusión diabólica de la noche con la luna. Porque la luna embruja a la mujer negra que se llama Noche cuando la penetra con sus rayos lívidos.

Del corazón de la noche sale, o de la conjunción diabólica.

¡El k’aak’as ba’al!, grita el indio con grito que le arranca de la garganta la uña rígida del miedo. El k’aak’as ba’al, o sea la “cosa mala”.

Y su cuerpo tiembla como si fuera a deshacerse o a desprenderse de los huesos.

Y hasta sus huesos tiemblan, y hasta su sangre tiembla, como si fuera a salírsele del cuerpo.

Y sus gritos de espanto resuenan bajo los árboles, negros de noche como llenos de tinta negra.

Y sus pies que son incansables, se aligeran para alcanzar un refugio; se aligeran más que los del venado cuando despavorido huye del cazador.

Porque siente que la muerte le ha salido al paso.

Es aquel monstruo que se desprendió de improviso de un cono de sombra. Es aquel animal de pesadilla que recortó su silueta con perfiles de luna anémica, allí donde la mancha lunar acaba y comienza la sombra de los follajes negros. Es aquel hálito que salió del rincón más obscuro del espacio infinito, y que enfría, asfixia o estrangula.

Temedle los que vais por los caminos abiertos, o por los senderos, o bajo el pleno monte. Temedle los que vais a vuestras milpas, o los que vais a vuestras chozas, o los que vais a las jaranas y a las fiestas, o los que ambuláis sin saber por qué, en las noches cerradas, o bajo la luz enfermiza de los plenilunios, como si fuerais en pos de un destino que presentís sin encontrarlo.

Temedle, y escuchad lo que ya ha ocurrido, lo que ocurre y seguirá ocurriendo. Esto es lo que ha pasado muchas veces en tierras del Mayab y que cuenta bajo su fe la palabra india.

¿A dónde va el cazador de piel de bronce, cuando la noche ya se viene encima del mundo como una cosa mala y negra? Mala hora de cazar es esta en que salen los alientos malos que dañan o matan al indio.

¿A dónde va el cazador con el arma lista y el morral al hombro?

Va a sorprender al pavo montés que duerme en las ramas bajas de los árboles. Va a sorprender al venadillo que reposa descuidado bajo el matorral espeso. Porque es de noche y los animales duermen, como también los árboles, como también las aguas, como también los vientos, como también los hombres.

El yantar de mañana espera aquellas carnes finas como de seda que más parecen alimento de los dioses, y por ellas va el cazador escudriñando atento.

Pero he aquí que pasa el tiempo; y pasa y pasa, y en la choza espera la mujer con los ojos desvelados. Cantará al hijuelo para que duerma, pero el hijuelo llora y no duerme.

Ya la noche ha avanzado hasta tajar por en medio al mundo.

Y he aquí que de pronto el cazador retorna. Pero, ¿en dónde está la caza? Seguramente en el morral de fibra, que para eso sirve, que el indio ha abandonado, lleno al parecer, en un rincón de la estancia, en tanto cuelga el arma.

–¿Fue el pavo montés, fue el venado, fue el ave de vuelo corto? pregunta acuitada la mujer, pero malhumorado y sombrío está el esposo y no contesta.

Mujer maya, hecha de obediencia y pasiva discreción, no insistirás más en saber lo que el morral contiene, pero acaso la charla familiar gustará al hombre para ablandarlo.

Pero malhumorado y sombrío está el hombre y no contesta.

Vigila, maam, vigila, porque hay algo extraño en ese hombre cuya figura parece borrarse en semioscuridad del aposento. Vigila, y hoy que se aproxima al fogón fíjate bien en su rostro.

Un grito de angustia ha conmovido la techumbre de palmas y hasta a los vientos que afuera gimen.

Es la “cosa mala”, la que está allí en forma humana. No es el esposo, es la “cosa mala”, es el k’aak’as ba’al, en cuyo rostro dos ojos desorbitados rasgan y horadan lo que ven con miradas que enfría la muerte.

Cómo llora tu hijo, mujer india, ocúltalo presurosa bajo el apaste, que es como un cántaro de boca ancha, y que la boca pegue al suelo, de manera que cubra al niño por completo, y sal y corre y pide auxilio. Pero en vano ha sido todo, en vano que los vecinos acudieran. El k’aak’as ba’al se ha desvanecido resbalando en la sombra nocturna hasta volver al infinito negro.

Abre y sacude el morral, porque ya es tiempo.

Ni pavo montés, ni cervatillo, ni liebre, ni ave de corto vuelo. No más que huesos humanos, fríos ya, pero aun con la huella del descarnamiento. Mujer, ya sabes, cómo pudo ser eso.

El k’aak’as ba’al sorprendió a tu hombre en pleno campo, lo mató con muerte de angustia y le devoró las carnes. Y te ha traído como presente ese residuo.

Alza el apaste, mujer, bajo el cual ocultaste al hijo. No hallarás más que sus huesos tiernos. Ya sabes cómo pudo ser eso.

El k’aak’as ba’al lo ve, lo puede y lo traspasa todo. Así pudo ver dónde ocultaste al hijo y penetrar a través del apaste y devorar sus carnes tiernas.

Sabed los que habéis oído, que esto ocurrió en un poblado de esta tierra del hombre maya. Esto y otras cosas que se le parecen.

Y sabed también que la serpiente no es siempre la serpiente.

Chay kaan es la misteriosa serpiente vieja, varias veces centenaria. Y es en ella donde se infunde el espíritu maligno. Entonces cuando esto ocurre no es serpiente, aunque lo parezca, es el k’aak’as ba’al.

Cuídate de ella cuando oigas en la noche su silbido prolongado, cuando la veas deslizarse suave y magnífica en color y en hermosura, porque aun cuando centenaria no pierde su esplendor, saliendo como una cinta de ancha esmeralda bajo las breñas o de la boca de los cenotes, o desanillándose lánguida al pie de un tronco.

Esto fue lo que ocurrió.

Yacía en la milpa el cadáver del milpero.

Pero estaba exangüe como cosa vacía.

Y seco como si toda el agua de su cuerpo se hubiese evaporado.

Alguien le había chupado toda la sangre.

Fue la chay kaan, gritaba la mujer india desmelenada de espanto sobre el extraño cadáver.

Fue la chay kaan, fue la chay kaan. Yo la vi anoche cuando estaba sola en mi cabaña. La serpiente verde pasó rápidamente por la puerta de mi casa, y desapareció al punto, pero en ese instante se alzó del lugar en que se había desvanecido, un hombre horrible con piel de serpiente y garras en las manos y en los pies.

Era el k’aak’as ba’al, y corrí hasta alcanzar y trepar a un árbol cuyos frutos verdes y duros me sirvieron para arrojar sobre el monstruo. Vinieron gentes en mi auxilio, pero el maligno lanzó una carcajada, y dijo que fuéramos al campo a recoger el cadáver de mi esposo, e instantáneamente volvió a convertirse en la chay kaan que se alejó silbando. Había matado a mi hombre y le había chupado la sangre toda.

No está mal que sepáis los que escucháis estas cosas, que es al atardecer y durante las noches frías cuando ocurre la transmutación misteriosa del k’aak’as ba’al en la serpiente verde, varias veces centenaria, y que es la sangre su alimento preferido.

Seguid escuchando si os place.

Alzad vuestra mirada a la altura cuando sintáis una como intuición que viene del fondo de vuestro ser, un como presentimiento de que arriba hay algo malo.

¿Qué mancha es esa que tiembla bajo el cielo? Parece una pequeña pero horrible nube parda, que tuviera una vida inexplicable.

Pájaro ts’unts’unka’an, pájaro de pesadilla, feo y repugnante, de un solo pie y ojos que parecen nada más dos cuencas, ¿qué avizoras bajo el cielo que la luna empalidece? Dicen los que te han oído que no cantas sino que gimes con gemidos que presagian cosas malas. Y que sales solamente en las noches tempestuosas o cuando la luna está en conjunción.

Eso dicen, y dicen que porque vas volando se te llama ts’unts’unka’an en este idioma maya, que es como decir: “va por el cielo”.

Y dicen que también te llaman k’aak’as ch’íich’ que es como llamarte: “pájaro del mal”. Y dicen que en tu ser de repulsión y de daño va también el k’aak’as ba’al que puede penetrar en todos los cuerpos.

Y dicen que las madres indias te temen más que a nada, porque tú matas a sus pequeños hijos.

Porque bates con las alas los vientos malos dirigiéndolos en soplos fríos que irán a colarse en el pecho de los niños.

Madres indias, que no duerman vuestros hijos boca arriba y con los labios abiertos para que el ts’unts’unka’an no les sople la muerte en la boca.

Pero hay más, madres indias, recordad que el peligro es mayor porque no lo veréis venir. Grande es el poder del k’aak’as ba’al y no ha menester cuando quiere, de forma alguna para ahogar a vuestros hijos.

Ya sabéis que a veces es sólo un hálito fatal o impuro, una bocanada de la noche fría, el k’aak’as iik’, que es como decir el “viento malo”, el viento que se mete muy en silencio en los pulmones de vuestros hijos y los hechiza y mata de ese hechizo. “Resfriado” dicen los médicos que no saben de estas cosas, pero vosotras, madres indias, ya sabéis a qué ateneros.

¿De qué sustancia eres k’aak’as ba’al maléfico que así puedes en cualquier momento transfundirte en el cuerpo que te apetezca?

Sé que eres también el balislo’ob, el pequeño animal negro de pezuñas que rematan en uñas afiladas, y de colmillos finos y salientes.

Y que de ti se cuentan cosas que ponen en toda el alma el escalofrío del espanto.

Así se cuenta que en una ranchería del oriente yucateco ocurrió el caso truculento.

Entraron en manada los balislo’ob porque así entran para asegurar más el ataque, y entraron gruñendo con el gruñido peculiar con que se anuncian. Eran los ka’ak’as ba’al, dicen las voces que lo cuentan y en cada balislo’ob habia un k’aak’as ba’al.

Entraron en manada y con toda la familia concluyeron. Cuando los gritos de angustia y terror de las víctimas conmovieron el aire, y gentes presurosas acudieron a la defensa, el hecho trágico ya estaba. Pero pudo verse a los negros animales salir de la casa dejándola vacía, y llevándose a cuestas y entre los colmillos, algo como carnes desgarradas y sangrientas.

Y que había huellas de sangre, y que fueron seguidas esas huellas hasta que se perdieron en una caverna sin fondo.

Y no fue la primera vez que ocurría tal cosa. Ni será la última. Eso dicen las voces que hablan de estas cosas.

He aquí la palabra del indio, que no miente porque él lo sabe todo, y porque está en pureza de alma y pensamiento.

He aquí que esa palabra dice que el k’aak’as ba’al es también el pájaro wáay póop que así se llama por ser monstruoso, y que es negro y con alas de petate erizadas de pequeñas navajas de pedernal, y que su fuerza es tanta que carga con los cuerpos de los hombres como si cargara nada.

Es al filo de las medias noches y sólo cuando hay luna, cuando como una amenaza se cierne bajo el cielo.

Entonces, ¡way! de aquel sobre quien caiga esa bestia negra. Se abatirá de improviso sobre su víctima. El rayo cae menos rápidamente que el wáay póop sobre su presa.

Y le hundirá hasta desgarrarla las cuchillitas de pedernal, y luego le envolverá el cuerpo en sus grandes alas de petate y vertiginosamente emprenderá de nuevo el vuelo con su botín humano.

Pero, ¿a donde se la lleva? Nadie lo sabe, nadie lo ha visto. Lo que se sabe es que viéndolo volar se han visto caer residuos humanos hasta la tierra.

Pero los adivinos dicen: seguramente transporta a sus víctimas hacia los confines del mundo, porque no se vuelve a saber de ellas. Pero hay un medio, agrega, el adivino, uno sólo para escapar del k’aak’as ba’al, infundido en el pájaro wáay póop. Atended por si acaso.

Que una mujer encinta se presente en el instante en que el wáay póop aprese a alguien, y que le ofrezca el fruto de sus entrañas para el apetito de su insaciable vientre. Porque el wáay póop apetece antes que ninguna otra, la carne de los niños tiernos.

Pero cuidad de no engañarlo, pues habréis de saber que en una ocasión una mujer encinta, al ver que su hermano iba a ser arrebatado por el monstruo, le ofreció el hijo que habría de nacer a los pocos días. Libre quedó la víctima bajo la fe de la mujer preñada.

Pero el amor materno fue más grande porque así está bien que sea. Y la madre, temerosa y amorosa, guardó al hijo en el hueco de un tronco viejo.

–Vine por tu hijo, le dijo el wáay póop, cuando bajó a reclamar su presa. El indio cumple lo que ofrece. Dame al niño.

–Es que ha desaparecido, respondió la mujer, sudando sudor de muerte.

Pero el animal ya sabía a qué atenerse. Wáay póop k’aak’as ba’al, eres suspicaz y no te engañan. Remontó nuevamente el vuelo, hasta perderse en el espacio, sin objetar nada. Creyó la mujer haber salvado ya al hijo, pero cuando fue por él el hueco del tronco se había cerrado con todo y la criatura. Quedó la madre llorando al pie del árbol, y llorando estaba cuando de pronto el wáay póop cayó sobre ella, y envolviéndola en sus alas de petate la arrebató de la tierra.

Y habrá de saberse que el k’aak’as ba’al es también el horrible wáay pach que es como decir “el espanto que comprime”.

Si ves de noche una cosa pequeña y negra que se mueve en la lejanía, y no aciertas a ajustar su forma a ninguna conocida, seguramente es el wáay pach. Entonces es como una larva.

Pero ya viniendo hacia ti y conforme se aproxime irá creciendo en tamaño hasta tomar trazas enormes. Entonces advertirás que es un cuerpo monstruoso, pero de tan gigantesca altura que el más alto de los hombres entre sus pies parecerá menos que una criatura.

Si entra en poblado lo verás trepar a las azoteas tal como si fueran los peldaños más corrientes. Y caminará con un pie sobre una azotea y con el otro sobre la otra.

Mas no dejes que llegue a ti, porque ¡ay! del incauto que se atreva a esperarlo o que es sorprendido. Entonces cerrará las piernas comprimiendo entre ellas a su víctima hasta triturarla, hasta triturarle las carnes y los huesos.

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Nota. El k’aak’as ba’al que viene a traducirse por “cosa mala” es en la superstición maya un ser sobrenatural de gran trascendencia. Es el más maligno y adopta formas diversas para llegar a los hombres. Toma de preferencia la figura de animales que entonces se vuelven monstruosos; pero en ocasiones se hace invisible, volviéndose como un hálito. Por consiguiente, sus formas de actividad son múltiples y múltiples los nombres con que se le designa en cada caso especial, aunque genéricamente se le conoce con el de k’aak’as ba’al.

Acaso con la célebre Xtáabay, o sea la mujer fantasma que seduce a los hombres y los mata luego, integra la pareja más culminante de los seres malignos que según la ardiente fantasía maya van por la tierra en las ocasiones que le son propicias, sembrando el mal entre las gentes. Apenas hay espantos y apariciones, en que no se reconozca aunque sea en su más honda concepción la presencia del ka’ak’as ba’al.

Hay animales a cuyos nombres, al infundirse en ellos aquel espíritu perverso, se antepone la expresión wáay, que viene a significar “espanto”. Esos animales cobran entonces figuras monstruosas y ferocidad terrible. Cítanse entre otros el wáay peek’ que se refiere al perro embrujado, que es totalmente negro y ladra angustiosamente, acometiendo a quien encuentra; el wáay wakax que se refiere al toro en igual condición, que también es negro y arremete iracundo contra todo lo que encuentra, bramando como si estuviera enloquecido de furia; el wáay miis que es el gato, embrujado también, cuyos ojos despiden siniestros fulgores verdes; el wáay soots’ que es el murciélago y que chupa la sangre humana, especialmente la de los niños, y así otros, y otros.

Todos estos animales embrujados por el espíritu del k’aak’as ba’al salen de noche, unos en las más negras, otros cuando hay luna y de preferencia en las conjunciones, y van por los campos y los poblados pequeños, haciendo todo el mal que pueden.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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