El mes de marzo reúne tres fechas relevantes en lo político: el aniversario del nacimiento del prócer de Guelatao, Don Benito Juárez, la de la expropiación petrolera efectuada por el presidente Lázaro Cárdenas y la conmemoración del centenario, precisamente en este 2015, de la entrada del General Salvador Alvarado y el ejército constitucionalista a Yucatán, donde él fungió como gobernador.
Tenemos, pues, oportunidad de tres reflexiones. Y debemos hacerlas porque, en cuanto a industria petrolera, no solo hemos dejado que se apropien grupos políticos y económicos trasnacionales de esa fuente energética propiedad del país, sino que también estamos a punto de otorgarles nuevas concesiones que harán que seamos mucho más dependientes de los grandes trusts internacionales, como también más pobres e incapaces de resolver sobre el uso del petróleo para mayor bienestar de los mexicanos, especialmente de las generaciones futuras, condenadas a una miseria ancestral.
Juárez es un bastión ideológico, un hombre de principios que mantuvo a raya a los explotadores, a las castas privilegiadas, y construyó un país de esperanza para sus conciudadanos, acabando con las pretensiones de implantar un imperio extranjero en México. No dudó en enfrentar a una gran potencia mundial y ganarle en el campo de batalla. Al morir, su herencia modesta, humilde, no fue de grandes propiedades y millones de pesos en bancos extranjeros, sino el resto de un capital obtenido con el trabajo honesto de toda su vida, llena de tropiezos, que es ejemplo a seguir porque mostró voluntad, decisión, verticalidad, fortaleza y sobre todo fe, inquebrantable fe en sus compatriotas. Él puso fin a la venta de mayas capturados en la guerra de castas que realizaban los hacendados; con toda su familia eran exportados a Cuba para seguir esclavizados en la explotación azucarera.
La conmemoración de Salvador Alvarado también forma parte del ejercicio reflexivo. Tal vez en lo íntimo es lo que nos sería más útil. Y es que Alvarado hizo un trabajo gubernamental excelente, que sirvió de base incluso para dar cuerpo a la Constitución de 1917. La Justicia Social alentó su tarea gubernativa. A cien años de distancia, su decisión de establecer escuelas rurales contrasta con la violencia actual contra ellas. Su combate al alcoholismo en un estado como el nuestro, que ahora encabeza este problema a nivel nacional, es un llamado de atención hacia los centenares de permisos y licencias expedidas en cien años para fomentar este vicio fatal entre nuestros conciudadanos y, con él, las enfermedades, la violencia, la pérdida de valores. Nos encapsulamos en un territorio rodeado de seguridad pero con altos índices de violencia interna. Prostitución, droga, mujeres sirviendo en cantinas y bares, frustración juvenil que deviene en suicidios por la pérdida de esperanza, surgimiento de grupos sociales que desde su nivel aristocrático se avienen a “ayudar” a esa parte de la sociedad, presa en las garras del consumismo galopante que se vive.
La defensa de los trabajadores y su protección, impulsados después de Salvador Alvarado por Héctor Victoria y Felipe Carrillo Puerto, ha devenido en agrupaciones “representativas” dentro de un mapa político para uso en tiempos electorales y como medio de control. Lograr obtener el salario mínimo por los trabajadores es una prueba de paciencia y aceptación anticipada de sumisión ante el poder de los grandes capitales y elites políticas que son sus aliadas.
Si, indiscutiblemente son tiempos de reflexión. Tiempos para preguntarnos si la lucha de nuestros predecesores progresistas valió la pena o bien ha sido olvidada y/o traicionada. ¿La historia se repite? ¿Vivimos una esclavitud disfrazada?
Pero, por sobre toda pregunta hay una esencial: ¿todavía hay esperanza para nosotros como pueblo que aspira a trabajar en paz, con justicia, libertad y seguridad dentro de nuestros valores y forma de vida?
Estas fechas y estos personajes nos permiten repensar nuestro tiempo y circunstancias.