Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XLVII

By on agosto 4, 2022

Teatro Yucateco

XLVIII

 

Leopoldo Peniche Vallado

  

Cecilio El Magno

PRIMERA PARTE

 

EPISODIO TERCERO

 

Personajes:   CECILIO CHÍ

ATANASIO FLORES

RAFAELA

RICARDA REYES

CAPITAN MIGUEL BEYTIA

FELIPE

 

El 27 de julio de 1847. El interior de la cantina de RICARDA REYES en Tepich. Es de noche. CECILIO, sentado ante una mesa, una botella de aguardiente y un vaso, bebe acompañado de su secretario FLORES. En otra mesa, RICARDA Y RAFAELA, la mujer de CECILIO, platican.

CECILIO: ¡Te digo que es un crimen! ¡Un repugnante crimen que pagarán muy caro los blancos! ¡Manuel Antonio Ay inicuamente sacrificado! ¡Sí parece increíble! FLORES: Lo denunció uno de los conspiradores.

CECILIO: Sí, el muchacho de Acambalán. José Pech se llama. ¡Llegó a Xihún engañando a los Puc…! ¡Y hasta a mí me engañó vilmente con sus juramentos hipócritas! ¡A mí que tengo la malicia de un zorro! Ah, canalla… ¡Si ahora cayera en mis manos!…

RAFAELA: Y si sigues como Manuel Antonio, entregado a la borrachera correrás su misma suerte.

CECILIO: ¡Cállate, ramera! ¡Qué sabes tú de estas cosas!

RICARDA: Calma, Cecilio… Tus voces podrían atraer a la gente.

CECILIO: ¡Y a mí qué me importa la gente! ¡Que vengan todos los que quieran! ¡Que vengan los blancos! Aquí los espero. ¡Cecilio Chi no conoce el miedo!

RAFAELA: Llámalos, sí, pero como asome uno por esta puerta….

CECILIO: ¡Te voy a matar, desgraciada! Ningún hombre se ha atrevido a llamarme cobarde… ¡Y que sea una mujerzuela como tú!… (Se levanta y va hacia ella.)

FLORES: (Deteniéndolo.) No hagas caso. No se diga que te atreves a poner la mano en la cara de una mujer. Y tú, Rafaela, ya podías ser más prudente.

RAFAELA: Está bien, no volveré a hablar.

CECILIO: ¡Es lo mejor que puedes hacer, si quieres conservar el pellejo…! ¡Oh, Manuel Antonio, gran amigo, hombre valiente, yo te vengaré! Los blancos han rebasado todos los límites de nuestra paciencia. Ya no podemos más con las vejaciones y las injusticias de que nos hacen víctimas.

RAFAELA: Muy valiente tu amigo, pero ¡cómo lloró cuando lo llevaron a fusilar!

CECILIO: ¡Mentira! Esas cosas fueron inventadas por los enemigos. Aquellas palabras no pueden ser suyas. ¡Si lo sabré yo! Era un hombre cabal. No pudo haber cometido la villanía de denunciar a sus amigos.

FLORES: ¿Y la carta firmada por ti que aparece en el expediente?

CECILIO: Yo se la mandé, es cierto, pero el canalla de Rajón lo emborrachó para quitársela. Así obran los blancos. Rajón ¡qué ironía! Juez de Paz y además envenenador del pueblo. ¡Tabernero! Hay que acabar con todos, hay que hacer que corra sangre, sangre, sangre…

RICARDA: Por favor, Cecilio, guarda silencio… O no te sirvo más aguardiente. CECILIO: Déjame desahogarme, Ricarda. Por ahora es el único recurso que me queda. Pero mañana, ya verán ustedes; hoy mismo convoco a Jacinto Pat y nombro a Florentino Chan jefe de las operaciones en el oriente; yo me encargaré del centro y Pat del sur; entonces si vamos a obrar con decisión. ¡Ay de los blancos! No saben lo que les espera. Dame otra botella, Ricarda, ya se agotó ésta… y necesito celebrar esta noche nuestra victoria futura y segura…

RICARDA: Bueno, celebra lo que quieras, pero no hagas escándalo. (Le da otra botella.) Son casi las once de la noche y alarmarías al vecindario.

CECILIO: Te prometo ser cauto. Ven acá, Atanasio; escríbeme una carta para Jacinto y otra para Florentino; debo darles instrucciones.

FLORES: Voy por papel, tinta y pluma. (Sale.)

CECILIO: Ja, ja, ja, ja. ¡Alégrate, Ricarda! ¡Alégrate! ¡Voy a pasar a la historia! ¡¡Voy a pasar a la historia!! Y Manuel Antonio Ay también pasará a la historia; no, no era un cobarde, no era un traidor. Era tan noble que no quería la muerte de los blancos. Abrigaba la esperanza de convencerlos con razones para que se exilien por su propia voluntad del país, y nos dejen dueños de él, a quienes nacimos aquí, en la tierra de nuestros mayores. Ja, ja, ja. ¡Qué ingenuo! ¡Y mira cómo le pagaron los blancos su nobleza!… ¡Asesinos! ¡Cobardes! ¡Y así no quieren que florezca el odio!… Pero no, nos juzgan mal; no vamos a hacer ninguna guerra de castas: ¿quién habla de castas? Vamos a hacer una guerra contra la injusticia. Odiamos a los explotadores, no a los hombres de piel blanca… La piel no engendra diferencias entre los hombres; son otras causas las que nos dividen… Los mayas demandamos justicia, y si para obtenerla necesitamos derramar sangre blanca, la derramaremos. ¿Qué no obramos bien? La historia dirá la última palabra, no los hombres con poder que hoy nos sojuzgan.

FLORES: (Entrando.) Ya estoy preparado. ¿Dictarás las cartas?

CECILIO: Si, vamos a empezar. Sr. Comandante Jacinto Pat, Culumpich. Los acontecimientos que ya debes conocer nos obligan a variar los planes…

CAPITAN BEYTIA: (Desde la puerta.) Buenas noches tengan todos.

CECILIO: (Poniéndose en guardia) ¿Quién?

BEYTIA: Yo, Cecilio, gente amiga.

RICARDA: (Melosa.) Pase, capitán, tome asiento. ¿Qué apetece a estas horas?

BEYTIA: Nada, Ricarda, muchas gracias. ¿Me permites hablar unos minutos con Cecilio! Veo que está muy alegre… y en muy buena compañía.

RAFAELA: Disculpe, señor,

BEYTIA: No hay nada que disculpar; todo es tan natural…

CECILIO: No estoy alegre, capitán; al contrario, estoy muy triste. ¿O es que cree usted que Cecilio Chi no puede estar triste? ¿Cree usted que Cecilio Chi no tiene entrañas? Se equivoca…

BEYTIA: Yo no creo nada, Cecilio.

CECILIO: Sí, sí, cree usted que yo estoy muy alegre…

BEYTIA: Bueno, fue un decir.

CECILIO: Estoy muy triste, sí señor, tanto que he estado a punto de llorar… ¡De llorar yo, Cecilio Chi! ¿Extraño, verdad? Por la pérdida de un amigo, de un hermano, de Manuel Antonio Ay.

BEYTIA: Es muy lamentable.

CECILIO: Sólo un gobierno mendaz y traicionero como el que usted representa, señor capitán Beytia, pudo haber cometido semejante crimen.

RICARDA: Cecilio, más prudencia…

CECILIO: Únicamente sé decir la verdad. Su gobierno ha cometido un crimen, sí señor, un crimen; no puede llamarse de otra manera. ¿Cuál ha sido el delito de Manuel Antonio? ¿Soñar que los suyos tuvieran derecho a la justicia, a la libertad? Vaya delito, capitán. Lo cometemos los indígenas todos los días y a todas horas y sólo sacrificándonos a todos impedirían que se siguiera cometiendo. Dígame la verdad ¿vino usted a aprehenderme? ¿Me someterán a esa caricatura de proceso que mandó al patíbulo a un hombre bueno como Manuel Antonio Ay? Estoy presto capitán, vamos.

BEYTIA: No, no se trata de eso, por favor.

CECILIO: Sí, sí se trata de eso. ¿De qué otra cosa puede tratarse? Detrás de mí y detrás de Manuel Antonio hay miles de hombres, hombres de verdad, no fantoches blancos, que cobrarán nuestras vidas a precio de sangre, arrasarán con todos ustedes y conquistarán por fin su libertad….

BEYTIA: No te exaltes, Cecilio: te digo que estás equivocado, yo vengo a cumplir una misión de orden superior, no a aprehenderte. ¿Por qué iba a aprehenderte? CECILIO, ¿Y me lo pregunta usted? ¿Por qué habrían de aprehender y fusilar a Manuel Antonio Ay?

BEYTIA: Bueno, se llenaron las formalidades, él confesó, y se le aplicó la ley. CECILIO: Mentira, él no pudo confesar un delito que no había cometido. El juicio fue una farsa. Menos pudo arrepentirse como dicen, ni dar consejos cobardes a su hijo. Todo es un embuste…

FLORES: Bueno, Cecilio; escucha primero al capitán: si no le dejas hablar, nos pasaremos toda la noche en lamentaciones.

BEYTIA: Eso, escúcheme; seré breve.

CECILIO: Hable.

BEYTIA: Me envía el teniente coronel Trujeque.

CECILIO: Ah, el gran don Antonio que, como Pilatos, se lavó las manos el día de la catástrofe de Valladolid de la que todo el mundo culpa a los indios… el que dice ignoraba que el vecindario de Valladolid estuviera dividido entre aristocracia y populacho, y que tampoco sabía de las crueldades de que la primera hacia víctima al otro… ¡Que todo fue una sorpresa para él!… ¡El angelito!… Puf….

BEYTIA: Tendrás razones para soltar tus ironías, pero vamos a lo que vine. D. Antonio me ha encargado suplicarte que bajes a Tihosuco donde él se encuentra, para presentarle la liquidación de los haberes de la fuerza indígena que sirvió a las órdenes de los jefes de la revolución del 8 de diciembre, pues ya están liquidados los demás, y no considera justo desatender a los de Tepich.

CECILIO: ¿Ese es el objeto de su visita, capitán?

BEYTIA: Te lo aseguro.

CECILIO: Está bien; dígale al señor Trujeque, que así lo haré.

BEYTIA: Cumplida la misión, me retiro; ¡Que siga el jolgorio! Buenas noches, amigos. (Saluda militarmente.)

RICARDA: Buenas noches, capitán. (Sale BEYTIA)

FLORES: Eso me huele a trampa.

CECILIO: Lo es.

RAFAELA: Tienes que salir del pueblo si quieres salvar el pellejo.

CECILIO: Chist… Yo sé lo que tengo que hacer. No necesito consejos de nadie. FLORES: Chúpate esa, para que no hables inoportunamente, Rafaela.

RAFAELA: Tienes razón. Para que yo no me meta en lo que nada tiene que importarme.

CECILIO: Verdad. ¿Qué puede importarte mi vida? Mi vida es necesaria para la causa, para ti.

RAFAELA: Veo una vez más la poca estima que me tienes.

CECILIO: La que mereces, mujer.

FELIPE: (Desde la puerta) ¿Puedo pasar, señor?

CECILIO ¿Quién eres?

RICARDA: Es Felipe, de toda mi confianza. Entra ¿qué novedades?

FELIPE: Ese capitán que acaba de marcharse dejó a una escolta escondida en el cabo del pueblo. Ahora ha ido a juntarse con ella.

CECILIO: ¿Lo has visto bien?

FELIPE: Si señor; lo estaba vigilando.

CECILIO: Está bien, gracias, puedes irte. (Vase FELIPE)

FLORES: Ha venido a detenerte, Cecilio. La cosa está bien clara. Además, te conté antes de que tomaras la primera copa que la carta que mandamos al sargento de Telá cayó en manos del alcalde D. Abraham Castillo.

CECILIO: ¿Qué has dicho? ¿Qué la carta…? En ella le decía que reuniera a su gente y cayera sobre Tihosuco el día… ¿Pero cómo es posible… si era un correo de toda mi confianza?

FLORES: Ignoro detalles. Pero la noticia es cierta. Si no hubieras bebido tanto aguardiente, recordarías…

CECILIO: ¿Vas tú también a regañarme?

FLORES: No, sólo refresco tu memoria. ¿Terminamos las cartas?

CECILIO: No; he cambiado de opinión. No mandaré cartas. Saldré ahora mismo de Tepich, y Trujeque no dará conmigo. ¡Ahora sabrán quién es Cecilio Chi!…

 

Oscuro

 

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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