Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XLV

By on julio 21, 2022

Teatro Yucateco

XLV

Leopoldo Peniche Vallado

 

 Cecilio El Magno

PRIMERA PARTE

 

EPISODIO PRIMERO

 

Personajes:   CORONEL ANTONIO TRUJEQUE

CAPITAN JUAN VÁZQUEZ

CACIQUE PRIMERO

CACIQUE SEGUNDO

CACIQUE TERCERO

 

El 12 de enero de 1847, en Tixcacalcupul. Cabaña improvisada como cuartel y central de operaciones de las tropas al mando de TRUJEQUE. Por la mañana. En escena, TRUJEQUE y VAZQUEZ.

 

TRUJEQUE: Si logramos ocupar Valladolid, los barbachanistas habrán perdido el único bastión que les queda, y con él la última esperanza de conservar el poder. VAZQUEZ: Es verdad, jefe. Y ahora que el Gral. Cadenas ha ocupado la hacienda Uayalceh…

TRUJEQUE: Sí, está a la vista de Mérida, como quien dice.

VAZQUEZ: Pero hay algo más grave para los barbachanistas, como usted sabe: Umán ha sido abandonado por las fuerzas del Gobierno y ocupado por las nuestras que se hallaban en Chocholá. Mire usted (Mostrándole el mapa) el coronel Luciano Baqueiro, de los nuestros, ocupó la hacienda Multuncuc; las fuerzas de Cadenas, avanzaron a Tixcacal, y las de Umán han establecido su campamento en Chacsikín.

TRUJEQUE: ¿Quieres mejor situación? Multuncuc está en el cabo de la ciudad, Tixcacal apenas dista una legua de ella rumbo al sur, y Chacsikín, por el camino de Campeche, se halla a la misma distancia de Mérida que Tixcacal. Estupendo….

VÁZQUEZ: De modo que Mérida, la residencia de los poderes, está sitiada por tres direcciones distintas y eso significa que los días de Barbachano están contados.

TRUJEQUE: Podemos estar seguros de que tenemos en la mano el triunfo de nuestra revolución del 8 de diciembre, y Yucatán no caerá de nuevo bajo la férula de México.

VÁZQUEZ: Mucho menos ahora que México está a punto de ser derrotado por los Estados Unidos. ¿Qué nos va ni qué nos viene a los peninsulares con esa guerra? Sólo en el caletre de Barbachano pudo caber la idea de restituir nuestra dependencia en estos momentos precisamente.

TRUJEQUE: Yo vengo por seguro de que Barret se afirmará en el gobierno provisional porque cuenta con la razón y con la fuerza. Y debemos ayudar para que así sea. Por eso considero decisiva la acción que hemos emprendido contra Valladolid. El Teniente Coronel Venegas es duro de pelar; pero tendrá que rendirse ante la evidencia de su inferioridad militar. ¡Mira que atreverse a contestar a la intimación que le hice ayer, mandando una sección mal pertrechada! El resultado es que ha tenido que replegarse a su destino dejándonos en plena posesión de Tixcacalcupul.

VAZQUEZ: ¡Desdichado Venegas! ¿Qué podrá hacer con trescientos hombres de tropa frente a nosotros?

TRUJEQUE: No basta ser valiente militar en casos como el suyo. Sin embargo, la confianza excesiva no es aconsejable. Debemos dejar una puerta abierta a la sorpresa. La guerra es así…

VÁZQUEZ: Así he pensado siempre, don Antonio. En este ataque a Valladolid, tan importante para la causa, tenemos que actuar con un ciento por ciento de probabilidades de buen éxito, y no dejar de usar ningún elemento útil. Hemos visto ya el magnífico papel que han hecho los indígenas en las últimas acciones de guerra. ¿Recuerda usted su participación en la emboscada que tendimos entre Peto y Chacsikín a las fuerzas gobiernistas de los coroneles Cantón y Aznar?

TRUJEQUE: Cómo no voy a recordar. En realidad los indígenas se han hecho soldados desde la revolución de Imán, en 1840. Nos sería decisiva su colaboración en la batalla de Valladolid.

VAZQUEZ: Me satisface que coincidan nuestros pensamientos. De esa colaboración quería hablarle. Porque no hay que dejarla al azar. Es preciso pactarla, amarrarla, como se dice. Ya he comenzado a hacerlo, aunque sin la superior venia de usted.

TRUJEQUE: ¿Qué es lo que has hecho? Dímelo pronto.

VAZQUEZ: Tuve conversaciones con tres caciques mayas, bien seleccionados. Y los he hecho venir para hablar con usted y proponerle un plan de combate.

TRUJEQUE: ¿Dices que están aquí?

JAZQUEZ: En la puerta aguardan.

TRUJEQUE: Hazlos pasar.

VAZQUEZ: En seguida don Antonio. (Se asoma a la puerta y hace una seña.)

 

Entran CACIQUES PRIMERO, SEGUNDO Y TERCERO. Alto, hercúleo y decidido el primero: mulatoide, de rostro agrio, el segundo; el tercero delgado, ágil, de continente grave. Las edades de los tres frisan entre los 25 y los 30 años.

 

TRUJEQUE: Buenos días, amigos. Ya me ha conversado el capitán Vázquez que tienen ustedes algo que comunicarme, acerca de la colaboración que los indígenas puedan darnos en la acción de guerra que hemos iniciado para obtener la posesión de Valladolid. Desde luego quiero decirles que me complace mucho que la clase de ustedes esté en tan buena disposición de apoyar la causa de los revolucionarios campechanos, sintetizada en nuestra proclama del 8 de diciembre pasado. Porque ustedes saben de este movimiento. ¿No es verdad?

CACIQUE PRIMERO: Algo hemos oído, señor, de la revolución iniciada en Campeche el 8 de diciembre. Y cada vez que sabemos de un cambio en el gobierno del país, acariciamos la esperanza de mejorar nuestra condición. Por desgracia, hasta ahora, siempre hemos acabado por desengañarnos. Los señores Barbachano y Méndez riñen, se turnan en el gobierno, introducen cambios en la vida de Yucatán, y nosotros los indígenas permanecemos en la misma deplorable situación.

TRUJEQUE: Bueno, ni ustedes ni yo mismo, que sólo soy un soldado, podemos calificar estas cosas de la política. Pero hay algo en que no debemos dejar de creer: que el bienestar que logremos para Yucatán se repartirá entre todos sus hijos, ustedes y nosotros, y es por eso que debemos luchar todos por conseguirlo a toda costa. Estas luchas con partidos a primera vista parece que son estériles, pero gracias a ellas que la vida de los pueblos va evolucionando hacia mejores metas. Ahora bien, ¿van ustedes a quejarse porque Dios hizo a unos hombres negros, amarillos o cobrizos y a otros blancos?

CACIQUE TERCERO: Eso es lo que menos nos ha preocupado.

CACIQUE SEGUNDO: ¿Cómo has dicho? ¿Es que no te importa sufrir daños y vejaciones de parte de otros hombres que dicen ser superiores a ti?

CACIQUE PRIMERO: No es eso lo que ha querido decir. Le importa sufrir daños y vejaciones injustos que vengan de otros hombres, aun cuando los causantes de ellos tengan la misma piel que él tiene.

CACIQUE SEGUNDO: Pero el caso es que sólo nos vejan los blancos…

CACIQUE TERCERO: Por eso es que de ellos tenemos que defendernos.

CACIQUE PRIMERO: Pero no por blancos, sino por malos.

TRUJEQUE: Haya paz, haya paz, amigos. Repito que los soldados no entendemos ni tenemos por qué entender de estas cuestiones políticas. Nuestro deber es hacer la guerra y con ella mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Y repito también que el solo hecho de que estén ustedes en estos momentos en mi compañía, demuestra que piensan como yo, que la guerra es el instrumento más eficaz con que cuentan los hombres para defender sus derechos, y que el que no participa en ella es un cobarde que merece el desprecio de sus hermanos. Vamos al grano, ¿cuál es el plan de batalla que traen para presentarme?

VÁZQUEZ: Hablen, expónganlo; el tiempo apremia.

CACIQUE PRIMERO: No es ningún plan de batalla. ¿Qué autoridad tendríamos nosotros, pobres bisoños, para presentar un plan de batalla a guerreros experimentados? Es algo más humilde.

CACIQUE SEGUNDO: Que se relaciona con nuestro conocimiento del medio en que vivimos, que para ustedes es natural que sea desconocido.

CACIQUE TERCERO: Si nuestra cooperación es eficaz, tendremos la esperanza de ser correspondidos cuando la victoria corone los esfuerzos de ustedes y de sus tropas. Lo que demandamos es bien poca cosa.

TRUJEQUE Me parece muy oportuna su intervención, mi querido amigo. Y aunque nos demore un poco dígame: ¿Cuáles son las demandas de ustedes? CACIQUE PRIMERO: (Anticipándose.) Derechos iguales y trato igual.

CACIQUE SEGUNDO: Independencia y disfrute exclusivo de los bienes del país en que nacimos y vivimos

CACIQUE TERCERO: La reducción a un real mensual de la contribución de real y medio que hoy pagamos.

VAZQUEZ: Tres opiniones distintas y un solo odio racial verdadero.

TRUJEQUE: Contra ese odio tenemos que luchar, amigos. Nuestra revolución del 8 de diciembre tiene en proyecto muy importantes mejoras para la clase indígena.

Ya se darán cuenta de los ideales de justicia que nos animan, y que en vano pretenden arrebatar los barbachanistas.

CACIQUE PRIMERO: Nada sabemos nosotros de barbachanistas y mendistas, ya se lo hemos dicho, señor.

TRUJEQUE: Nada, es verdad; ustedes pelean por lo suyo. Pero esos falsarios de Mérida intentan aprovechar nuestras iniciativas, haciendo a ustedes promesas que de antemano saben que jamás cumplirán. Por allá se habla precisamente de que tratan de combatir nuestro movimiento triunfante con la bandera de la reducción de las contribuciones que paga la clase indígena.

VÁZQUEZ: Todo es mentira. El poder, tal como ellos entienden, descansa sobre las espaldas de los sufridos indios, de ustedes. Saben que si liberan a los indígenas, lo perderían.

TRUJEQUE: Bueno, basta de filosofías. Queremos ser amigos de ustedes y queremos que ustedes también lo sean de nosotros. Vengan esas manos en señal de solidaridad ante el enemigo común: Barbachano y los políticos de Mérida. (Se da la mano con los tres CACÍQUES) Ahora vamos a hablar de lo que nos interesa más por el momento. ¿Contaremos con la cooperación de ustedes y de sus hombres en la acción que hemos iniciado para ocupar a Valladolid?

CACIQUE SEGUNDO: Contarán si nos compensan debidamente.

CACIQUE TERCERO: ¿Nos rebajarán la contribución? ¿Conviviremos sin conflictos?

CACIQUE PRIMERO: Un momento, queridos hermanos. Las preguntas de ustedes han sido respondidas por el Coronel Trujeque. Ha dicho que quiere ser nuestro amigo, y a nosotros toca hacernos dignos de esa amistad ayudándolo con nuestras pobres fuerzas a salir con bien de la empresa que está realizando al frente de sus tropas. Y lo haremos, puede usted estar seguro.

TRUJEQUE: Gracias, amigos; les prometo que corresponderemos.

CACIQUE PRIMERO: Nosotros los indios tenemos la clave de la victoria, lo digo sin modestia. No ignora usted que Valladolid se ha convertido en un caos en los últimos meses, a causa de la hostilidad que cada día ejercen con más saña los presuntuosos vecinos del centro contra los de los barrios pobres. Tal grado ha alcanzado la tensión, que han llegado a librarse sangrientas escaramuzas entre ambos grupos

TRUJEQUE: Algo sabíamos de esto, pero no le concedimos ninguna gravedad.

CACIQUE PRIMERO: La tiene, señor, Prácticamente los vecinos del centro y los de los barrios están incomunicados; éstos no pueden mezclarse con aquellos en sus fiestas ni siquiera como simples espectadores y aun cuando vistan con el mismo señorío. Aceptarlos significaría para los del centro profanar la alta estirpe de que hacen alarde. Se trata de una discriminación implacable.

CACIQUE SEGUNDO: En estas condiciones nos será fácil obtener la ayuda de los discriminados tratándose, como se trata de exterminar a los discriminadores.

CACIQUE TERCERO: No hables de exterminar, hermano; sólo queremos que nos dejen vivir en paz.

CACIQUE SEGUNDO: Sí, exterminar, ¿por qué no? Repito la palabra; esta es nuestra misión, y la cumpliremos, aunque tengamos que ahogar al país en un mar de sangre.

CACIQUE PRIMERO: Modera tus ímpetus, hermano, y sigamos hablando de lo que nos interesa ahora. ¿Qué pensará de nosotros el jefe Trujeque?

TRUJEQUE: Nada malo. Comprendo y justifico la exaltación del buen amigo. Pero le aconsejo que vea las cosas con calma, y más fácilmente llegaremos juntos a la solución de nuestros problemas.

CACIQUE SEGUNDO: Le pido disculpas y sigo mi relato. Yo personalmente me he puesto en contacto con los vecinos más caracterizados de los barrios, y obtuve de ellos la promesa de que ayudarán con todas sus fuerzas a todo aquel que intente abatir el orgullo y la soberbia de los del centro. Fío de que la cumplirán, vivo entre ellos, he palpado de cerca sus desgracias, he seguido de cerca sus desventuras y he asistido al nacimiento muy justificado de sus odios. Y el hombre que odia es capaz de las más viriles hazañas. Lo sé por propia experiencia. Así pues, sus contingentes, señor coronel, unidos a los nuestros, también encendidos por la pasión, conducirán a Ud. a la más completa victoria.

VAZQUEZ: La ayuda será muy valiosa, don Antonio.

TRUJEQUE: Espero que sí. Aunque de antemano sabemos que los recursos militares de Venegas son muy escasos, repito que no podemos confiar demasiado en esta circunstancia. Vale más estar preparados para cualquier emergencia. Es claro que, de no ser indispensable la cooperación de ustedes, no será requerida; sólo les rogamos que estén en guardia, seguros de que en todo caso sabremos recompensarlos.

CACIQUE PRIMERO: Está bien, coronel; le quedamos muy agradecidos. (Se levantan los tres y se disponen a salir.)

CACIQUE SEGUNDO: Y esperamos sus órdenes.

TRUJEQUE: El capitán Vázquez se las transmitirá oportunamente.

CACIQUE TERCERO: Las contribuciones, señor….

TRUJEQUE: No las olvidaré, buen amigo. Y antes de despedirnos ¿quieren decirme con quiénes he tenido el placer de tratar?

CACIQUE TERCERO: El placer ha sido nuestro, señor. Manuel Antonio Ay, de Chichimilá.

(Se dan la mano.)

CACIQUE SEGUNDO: Bonifacio Novelo, de Valladolid. (Id.)

CACIQUE PRIMERO: Cecilio Chi, de Tepich. (Id.)

TRUJEQUE: Muy honrado en conocerlos, señores. Hasta luego.

 

Oscuro

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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