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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – LII

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Teatro Yucateco

LII

 

Leopoldo Peniche Vallado

 

 

Cecilio El Magno

PRIMERA PARTE

 

EPISODIO OCTAVO

 

Personajes:   CECILIO CHÍ                     RAFAELA

ATANASIO FLORES         MAYA PRIMERO

VENANCIO PEC

FLORENTINO PAT            MAYA SEGUNDO

 

Una mañana del mes de mayo de 1849, en el cuartel establecido en el cantón de Canchén, entre Tihosuco y Valladolid. En escena: CECILIO CHI y ATANASIO FLORES.

 

CECILIO: Estamos viviendo horas difíciles; los blancos han reaccionado.

FLORES: Y su programa de restauración se está cumpliendo rigurosamente. Ya hemos perdido más de las tres cuartas partes de lo conquistado. ¡No quisiste oír en su momento los consejos apaciguadores de Pat!

CECILIO: No me arrepiento. Él mismo no ha podido abandonar la lucha, aunque está cometiendo gravísimos errores que pueden costarle la vida. Desde su cantón de Tabi ha dirigido las campañas de sus tropas. Supe de la muerte de su hijo Marcelo en acción de guerra. ¡Era un valiente! El pobre padre derramó lágrimas… ¡lágrimas de hombre, claro! Porque a pesar de todas nuestras diferencias, yo reconozco que hay en Jacinto madera de caudillo.

FLORES: Sin embargo, parece que tiene grandes diferencias con sus capitanes. CECILIO: Si, porque ha hecho lo que menos debe hacer un jefe maya: imponer nuevos tributos a su gente para el sostenimiento de la guerra.

FLORES: En verdad las circunstancias lo han conducido a ello. Con las pérdidas que hemos venido sufriendo, ya no tenemos donde obtener recursos para seguir peleando. Antes despojábamos a las familias de los blancos vencidos de joyas y dinero. Pero ahora, nos hemos convertido en los héroes de las derrotas…

CECILIO: Todo antes que agobiar con nuevas cargas a la pobre economía indígena. ¡Y que lo haga Jacinto que sostuvo como bandera de esta guerra la reducción de las contribuciones personales y de las cuotas por los servicios religiosos! No tiene explicación. (Llaman a la puerta.) Ve quién llama.

FLORES: (Abriendo.) Los comandantes Venancio Pec y Florentino Chan.

CECILIO: Que pasen, en buena hora.

VENANCIO: Vengo de Nohyaxché y traigo informes muy importantes sobre las actividades de Jacinto Pat.

CECILIO: Coincidencia. De ellas hablábamos.

FLORENTINO: Jacinto ha salido de Tabi y su ausencia se ha hecho sospechosa. Parece que lo acompañan en su viaje gentes blancas.

VENANCIO: Hemos averiguado que usa el pretexto de que se dirige a comprar armas a Chichimilá, y que lleva para ello cinco mil pesos. En Tabi aprehendimos a su secuaz Pantaleón Uh y a otros capitancillos que encontramos.

FLORENTINO: Se supone que Pat va a Bacalar a ponerse a las órdenes del Coronel Cetina y traicionarnos.

VENANCIO: Queremos instrucciones, Jefe. ¿Qué hacemos con los detenidos? ¿Continuamos la búsqueda de Jacinto?

CECILIO: Vamos por partes. A la primera pregunta contesto: conserva a los prisioneros en sitio seguro, mientras damos con Jacinto. A la segunda la respuesta es sí, hay que seguir la huella del sureño, hasta dar con él y sacrificarlo. Esta es hora de grandes decisiones, y de ahogar todo sentimentalismo. Ahora mismo van ustedes a firmar una circular en la que explicarán a los capitanes de nuestras tropas cuál es la conducta indebida que observa Jacinto Pat.

VENANCIO: Parece que le adivinamos, jefe; ya la traemos redactada. ¿Quieres escucharla?

CECILIO: En seguida.

VENANCIO: Lee, Florentino.

FLORENTINO: (Leyendo) “Hora es esta en que nos es preciso hacer saber a vuestras señorías, que no es ya comandante don Jacinto Pat por haber faltado a nuestro mandato, y por cuyo motivo en donde quiera se le encuentre allí será asesinado.

CECILIO: Perfecto el comienzo. Continúa.

FLORENTINO: “Porque por la libertad se levantó nuestro señor padre general don Cecilio Chí, y por eso lo que éste diga será lo que se haga….

CECILIO: (Interrumpiendo) Don Jacinto Pat infirió muchos daños a los pobres, así a los señores capitanes como a todos los pueblos, estableciendo la pena de azotes y el servicio de semaneros, haciéndonos aquello por lo cual nos alzamos contra los blancos. ¿Por qué nos han de matar a azotes? ¿Por qué hemos de servir de semaneros cuando no es eso lo que buscamos, sino el mutuo amor de nuestras tropas para librarnos del enemigo? Ve donde agregas esto, es muy importante:

VENANCIO: Se agregará; ya he tomado nota. Continúa, Florentino.

FLORENTINO: Otro delito de Pat es despojar a sus subordinados, según hemos sabido que lo ha hecho allá en el sur, en unión de otros capitanes que lo siguen, por cuya causa damos a saber a vuestras señorías que no existen ya como autoridades D. Baltazar Ché, D. José Isaac Pat y don Pantaleón Uh, a quienes hemos aprehendido por haber despreciado nuestro mandato. Os damos también a saber para que estén impuestos de todo, que el mismo Jacinto Pat estableció una contribución de guerra a los señores de los pueblos y señores capitanes, por lo que entonces nosotros decidimos que no se aplicará la pena de cien palos a los soldados, ni tampoco se azotará a los ligeros, ni mucho menos se volverá a conocer el servicio de semana, porque todo está ya prohibido. No es eso lo que deseamos: libertad es lo que queremos… Que sepan que en adelante no habrá más mandato que el que establezca el señor comandante general Cecilio Chi con el señor don Venancio Pec y el señor don Florentino Chan. Cualquiera que se oponga será asesinado del mismo modo que lo será D. Jacinto Pat, porque no hay doble mandato, no hay otro que tengan ustedes que hacer saber a los señores capitanes, a los señores sargentos, a los señores alcaldes y a todos los pueblos. Publiquen ustedes esto de orden del señor don Venancio Pec, siendo lo último que decimos a sus señorías. Que Dios nuestro señor guarde vuestras almas por muchos años, es lo que desean los que sin término os aman en su corazón…

CECILIO: Que quede perfectamente claro: no habrá contribuciones, no habrá azotes, no habrá compra de montes para labrar, no habrá recoja de dinero entre los pobres, ni tampoco se cogerá a las tropas que hubiesen ganado al enemigo en acciones de guerra… Flores se encargará de la redacción definitiva. El sabe interpretarme.

FLORES: Si señor. (Recoge los originales.) Voy a trabajar.

CECILIO: En tanto regresa, cambiemos impresiones. ¿Cómo ven ustedes la situación?

VENANCIO: Muy peligrosa, jefe, para qué vamos a engañarnos. El gobernador Barbachano y el Gral. Llergo han adoptado medidas enérgicas con magníficos resultados para ellos. La remoción de los jefes militares principales a quienes habíamos venido humillando, nos está causando muchas derrotas.

FLORENTINO: Y la venta de las joyas de los templos a buen precio en los Estados Unidos, les ha proporcionado muy buenos recursos para mantener la guerra.

CECILIO: Es verdad; pero la fuente principal de nuestras actuales desgracias está en nosotros mismos. Tenemos que reconocer que no logramos en ningún momento la unidad de nuestra raza en la lucha contra el enemigo blanco. Jamás contamos con la completa y cabal solidaridad de nuestros hermanos. Los indios de Mérida y sus alrededores, y los de los partidos de Motul, Izamal, Tecoh y Maxcanú, fueron indiferentes a la sublevación, quizá porque ellos no padecieron desde la colonia el aislamiento a que fuimos condenados los del sur y del oriente. Cuando estábamos a las puertas de la capital del Estado, esos indios, en vez de sumarse a nosotros, ofrecieron su cooperación al gobierno para la defensa de Mérida. Naturalmente sus servicios fueron aceptados, y se halagó su vanidad dándoles el nombre adulador de hidalgos, y hasta sustituyéndoles el apellido autóctono por otro castellano.

VENANCIO: Hubo otra circunstancia desfavorable para el movimiento: el comienzo de la estación de lluvias. Todos los combatientes tuvieron que dejar la guerra para ponerse al cuidado de sus sementeras y conjurar el peligro que corrían de morirse de hambre con sus familias.

FLORENTINO: Y a nuestros compañeros que caen prisioneros, los venden como esclavos a Cuba, de donde no regresan jamás. Naturalmente, cada día somos menos los combatientes indios y más los blancos, que están siendo ayudados por España y por el propio gobierno de México con el que ya se han puesto de acuerdo nuevamente.

CECILIO: Todo esto es verdad, pero no debemos rendirnos; hay que pelear hasta el último soldado. Dominados por los blancos, no tendremos ninguna esperanza, ya lo hemos visto. Nos conceden indultos y más indultos como si fuéramos criminales a quienes se perdona por merced; no queremos perdón, sino justicia. Nos anuncian la devolución de las armas que so pretexto de la lucha, el gobierno nos viene arrebatando, y los comandantes las retienen en su poder y con ellas nos acosan. Nos prometen tierras y jamás las vemos. Hasta las piedras que pisamos son ajenas. Levantamos nuestras cosechas y las tropas vienen y nos las quitan y lo que no se llevan lo destruyen. Se ordena que los capitanes se mantengan en su raya, y sin motivo alguno ni razón invaden nuestros dominios y, por igual, ultrajan a nuestras milicias, a nuestras mujeres y a nuestras hijas. Se dice que el servicio militar es para todos, y la leva sólo cae sobre los indios. Y, todavía, para agobiarnos y avergonzarnos más, el gobierno vende a los indios que se rinden o caen prisioneros, y ofrece el dominio de esta tierra a naciones extrañas y enemigas, a condición de que sus tropas vengan en son de pelea a sojuzgarnos y exterminarnos. ¿Y éste es el camino de honra que nos ofrecen? ¿Y a estos hombres perversos hemos de confiar nuestras vidas, la fama de nuestras mujeres y la seguridad de nuestros hijos? ¿Y éstas son las milicias encargadas de la justicia, de la paz y del buen orden?

FLORES: (Entrando.) La circular.

CECILIO: A firmarla. Mientras tanto, rotula un sobre que diga así: “Para los señores capitanes en donde estén sus señorías. Este papel caminará por cordillera de día y de noche”. (Firman VENANCIO y FLORENTINO y entregan el papel a FLORES.) Ah Jacinto, comandante Jacinto, hermano Jacinto: acaba de firmarse tu sentencia de muerte… Es la guerra, ¡qué quieres!… Tú Atanasio, te encargarás de dar curso a esta circular.

FLORES: Si señor.

VENANCIO: Regresamos a Nohyaxché para preparar la escolta que nos acompañará a la caza de Pat. Vamos, Florentino.

CECILIO: Les acompaño. Quiero dar ánimos a nuestras tropas. En poco tiempo estoy de regreso, Atanasio. Vigila el cuartel y olvida por un momento tus beaterías. FLORES: Te ruego que no te burles de mis creencias, Cecilio.

CECILIO: Si no me burlo; sólo quiero recordarte que ni la guerra ni el amor de una mujer se ganan con triduos, novenas o jaculatorias.

FLORES: Que… ¿ni el amor de una mujer… has dicho?

CECILIO: Si hombre, no te asombres, ja, ja, ja, ja…, vámonos, Venancio. (Sale acompañado de VENANCIO y FLORENTINO.)

RAFAELA: (Entrando cautelosamente.) Se ha ido.

FLORES: Sí, pero no tardará en regresar. ¿Oíste?

RAFAELA: Todo.

FLORES: Te lo había dicho antes; tenemos que estar en guardia.

RAFAELA: En estas últimas semanas lo he visto más hostil que de costumbre. No hace más que hablarme con palabras insultantes; me desprecia me humilla.

FLORES: No hay duda que sospecha, y algo prepara. Tengo que salir al paso.

RAFAELA: ¿Qué pretendes?

FLORES: Nada extraordinario: defenderme de él.

RAFAELA: Huyamos…

FLORES: En el último rincón del mundo en que estuviéramos, nos encontraría. Y su venganza sería atroz. Tenemos que planear algo más efectivo; algo que nos libere para siempre de su sombra, que nos permita vivir en paz…

RAFAELA: Me asustas, Atanasio ¿hablas de matarlo?

FLORES: ¿Y por qué no? Es nuestro único recurso. De lo contrario, será él quien nos mate a nosotros.

RAFAELA: ¿Otro crimen? No podría soportarlo.

FLORES: No es otro, sería el único.

RAFAELA: ¿Y te parecen pocos los que se han cometido en estos meses contra indios y contra blancos? Porque esta guerra es un crimen, no puedes negarlo, en ella nadie gana y todos pierden. Cecilio cree que está trabajando para el futuro de su raza, pero para mí, está equivocado; a una raza sin fortuna como la nuestra, no la salvará nadie en un mundo como el que vivimos en el que la justicia está siempre del lado del fuerte, no del bueno.

FLORES: Yo no pienso en la guerra ni en la raza; en estos momentos mi sola preocupación es salvar el pellejo y salvarte a ti, para que, muy lejos de aquí, en algún país extranjero quizá, libres del azote de la guerra, podamos rehacer nuestra vida y disfrutar la felicidad en los años que nos quedan.

RAFAELA: Es un sueño, Atanasio; tengo el presentimiento de que no lo lograremos. Un cadáver más sobre mi conciencia, no podría soportarlo. Ni yo misma sé lo que haría si se presentara el caso.

FLORES: ¿Es que tú lo quieres?

RAFAELA: Creo que no; pero sí sé que le temo y que le temeré más muerto que vivo. Su espectro me perseguiría a todas partes recordándome la deshonra de que lo hice víctima en vida.

FLORES: No seas niña; el que se muere bien enterrado queda.

RAFAELA: Yo no lo pienso así. Él es capaz de tomar venganza de mí aun después de muerto. Ahora, por ejemplo, tengo un miedo terrible de verlo entrar por esa puerta, convertido en fantasma para sorprendernos. Pero sentiría un miedo mucho mayor si supiera que está muerto y que no necesita entrar por esa puerta para mirarnos y escucharnos…. Que está aquí mismo… que nos juzga y nos ve sin que nosotros lo veamos a él…

FLORES: Tonterías. Yo al contrario que tú, sólo viéndolo muerto me sentiré libre de preocupaciones y de terrores.

RAFAELA: No lo hagas, Atanasio.

FLORES: Lo haré, Rafaela. Y hoy mismo, no hay tiempo que perder. Cecilio debe regresar pronto y es necesario estar en guardia.

RAFAELA: Me perderás, Atanasio, no lo hagas.

FLORES: Ya cambiarás de opinión. Oigo voces… (Empuña uno de los machetes pertenecientes a la dotación del cuartel, y rápidamente se esconde tras de la puerta. RAFAELA permanece a la expectativa con la angustia pintada en el rostro. Pausa. Entra CECILIO despreocupado.)

CECILIO: ¿Qué cara de entierro es esa que tienes hoy, mujer? (Va a seguir hablando pero se la impide un fuerte golpe de machete descargado en la cabeza, a sus espaldas y que lo hace caer exánime).

RAFAELA: (Dando un grito) ¡Ay!… Muerto, Dios mío, muerto… (Se cubre el rostro con ambas manos y sale precipitadamente dando voces.)

FLORES: Ahora irás a denunciarme, mala mujer… ¡Detente! Ya estamos salvados, ¿no lo comprendes? Rafaela… Rafaela… (Tira el machete ensangrentado al suelo y sale corriendo tras ella)

MAYA PRIMERO: (Entrando, a los que huyen.) ¿A dónde van ustedes? ¿Qué ha pasado aquí? (Viendo el cadáver) Ah… jefe Cecilio… (Trata de levantarlo) Está muerto… ¡muerto! Decía bien la mujer… (Se descubre respetuoso y hace una reverencia. Luego levanta el machete ensangrentado y sale a la puerta dando gritos.) ¡A ellos, a ellos! ¡Asesinos! ¡Aprehéndanlos! ¡Han asesinado al caudillo! ¡Deténganlos!… (Emprende veloz carrera. La escena queda sola un momento mientras se oye, cada vez más lejana la voz que repite ¡Deténganlos! Entra rápidamente FLORES y se apodera de un rifle del cuartel.)

FLORES: ¡Imbécil Rafaela! Todo lo ha malogrado… Si huyo, me cazarán como a un conejo. No tengo otro recurso que resistir. (Se para a las puertas con el rifle preparado y dispara sobre los primeros que se aproximan hiriendo a algunos. Pero otros logran entrar y FLORES, sin soltar el arma, corre y se encarama en un madero del techo de la casa y desde allí sigue disparando e hiriendo a otros. A su vez recibe una fuerte descarga y cae al suelo; en ese momento uno de los contendientes se aproxima y le hace otros disparos hasta causarle la muerte. Se oye galopar de caballos y llegan a la casa VENANCIO y FLORENTINO acompañados de un numeroso grupo de soldados mayas.)

VENANCIO: (Se acerca al cadáver y se descubre) No tuviste la muerte gloriosa que merecías, pero te haremos exequias de héroe, Cecilio Chi… Y tú (dirigiéndose al cadáver de FLORES) perro inmundo, traidor, descastado… Tus despojos serán pasto de las aves de rapiña…

MAYA SEGUNDO: (Entrando) Comandante Venancio…

VENANCIO: ¿Qué ocurre ahora?

MAYA SEGUNDO: En un árbol del camino encontramos colgando el cuerpo de la mujer del jefe…

VENANCIO: Bueno, nos ahorró el ajusticiamiento. Atención soldados: Conduzcan este cadáver (Señala el de FLORES) al lugar donde hallaron el de la mujer, y arrójenlos juntos al monte para que se pudran. No merecen ni siquiera la paz del sepulcro. Y venga una escolta selecta para llevar en hombros, con todos los honores de la guerra, el cuerpo de nuestro caudillo hasta la tierra donde nació y que ahora va a ser su tumba. ¡A Tepich soldados!

MAYA SEGUNDO: En seguida, señor…

 

Oscuro

 

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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