DOBY

By on junio 3, 2016

La cuestión no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?

Bentham, Jeremy (1748-1832) Filósofo inglés

Xocchel es un pequeño poblado aproximadamente a 45 minutos de la Ciudad de Mérida, tomando la carretera a Cancún y desviándose en su momento. Fue de ahí que reportaron un caso a través del Facebook: un video donde se apreciaba un perrito que a todas luces se veía enfermo. De primera vista tenía sarna, ya que parecía no tener pelo en su cuerpo pero, ya viendo más detenidamente la imagen, se observaban movimientos involuntarios de su cuerpecito. Lo primero que se me vino a la mente fue distemper, comúnmente conocido como moquillo.

El distemper es una enfermedad que pasa por varias fases; cuando llega a una fase neurológica, ataca el sistema nervioso y aparecen movimientos involuntarios o “tics”. Es una enfermedad degenerativa y muy contagiosa; cuando se llega a esta etapa solo deja como camino la eutanasia para evitar más daño al can.

Me puse de acuerdo con la persona que la reportó para estar al día siguiente a primera hora en Xocchel, aunque de antemano sabía que el viaje sería solo para traerlo a Mérida y ponerle fin a su sufrimiento. Una buena alma quiso colaborar con la gasolina para el viaje y quedó todo listo para partir al poblado

Doby nació y vivió en Xocchel; desafortunadamente un caso como muchos que pueden verse al interior del Estado, donde la desatención social golpea tanto a seres humanos como a animales.

Doby nació y vivió en Xocchel; desafortunadamente un caso como muchos que pueden verse al interior del Estado, donde la desatención social golpea tanto a seres humanos como a animales.

La mañana me sorprendió en el pueblo. Fuimos hasta donde estaba el perrito. Su familia ya nos esperaba con él en la puerta, sentados en su triciclo, afuera de una vivienda humilde. Ya más cerca y en vivo se apreciaba el temblor en su cuerpo, producto del moquillo o como secuela de éste. Sus carnes carentes de pelo, salvo en algunas partes, con costras, resultado de la sarna que lo aquejaba. Flaco pero aún fuerte, como buen perro mestizo. Era un cuadro conmovedor.

—“Doby, así se llama”— fue la respuesta a mi pregunta sobre su nombre.

—“Ya había pensado en matarlo”— me dijo apesadumbrado su dueño. No quise imaginar cómo pensaba hacerlo, solo entendí que en medio de su ignorancia el hombre lo que buscaba era que Doby no siguiera sufriendo.

No muerde, es muy bueno— comentó la pequeña de la casa, cuando subíamos a Doby a la parte trasera del coche. Tal vez por la debilidad, o porque en realidad era buen perro, se dejó manipular sin problema.

Me despedí de ellos, con el consejo de que vigilaran la salud de sus otros canes, ya que el moquillo es muy contagioso. Al poner en movimiento el auto, Doby lanzó un ladrido, como despidiéndose de ellos.

Fue un momento emotivo y creo que una basura me entró en el ojo, ya que una lágrima intentó salir de él…

Por el retrovisor veía a Doby, sentado, tembloroso, mirando por el medallón trasero cómo salíamos del pueblo, de su pueblo.

Durante el camino de regreso tuve que reenfocar mis pensamientos para no sentirme como un Ángel de la Muerte, hablando de vez en vez con Doby —aunque eso suene un tanto idiota—, pensando lo difícil que es la vida en el interior del Estado donde los servicios son precarios para los humanos, y no se diga para los animales; teniendo sueños guajiros sobre cómo acercar a estos lugares la cultura del no maltrato, cuando sus habitantes son maltratados por las mismas circunstancias sociales.

Y ahí, de nueva cuenta una basura del camino se me incrustó en un ojo….

Bastarán tres inyecciones en el catéter para que descanse del dolor.

Bastarán tres inyecciones en el catéter para que descanse del dolor.

Repasé mentalmente lo que ocurriría al llegar con Doby al consultorio veterinario. No sería la primera vez que pasara por ese trance: una rápida valoración, subir a la báscula para saber el peso y calcular el medicamento a aplicar; después, una inyección para tranquilizarlo, la que haría que su cansado cuerpo dejara de temblar por unos minutos; luego canalizarlo para que el suero corriera por sus venas, y después bastarían tres inyecciones en el catéter para que descansara del dolor.

En eso estaba cuando me di cuenta que ya llegábamos a la ciudad. Tomé el camino hacia la veterinaria y en pocos minutos nos encontrábamos en la puerta.

Le pedí a Doby que me esperara —como si pudiera entenderme—.

  • Buenos días, doctora. Ya traje a Doby.”

Entonces saqué la última basura de mi ojo, sequé una lágrima, y le pedí a Dios que nunca me quitara la capacidad de conmoverme.

Carlos M. Vivas Robertos

cvivas@diariodelsureste.com

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