De la miel y las abejas (IV)

By on febrero 6, 2020

IV

De los dioses a los hombres

Continuación…

En la mitología hindú los dioses Indra, Krishna y Vishnú son llamados madhavas, palabra derivada de madhumaksha (abeja), y el segundo ostenta una abeja azul en la frente mientras Vishnú es representado con uno de estos animalitos sobre la hoja de loto. El antiguo dios del amor Kama llevaba un arco cuya cuerda estaba hecha de una cadena de abejas.

Mitra, el Sol o dios de la luz celeste en la mitología hindú, pasó exitosamente a Persia donde fue adoptado por los soldados romanos como “Sol invicto”. Mitra fue así llevado a todo el mundo conocido y en los primeros siglos de la era cristiana se convirtió en el más fuerte opositor del cristianismo. En los ritos de iniciación en el mitraísmo, además del bautismo con sangre de toro, las palmas de las manos eran ungidas con miel que también se ponía en la lengua del iniciado.

En la iglesia cristiana la miel, que ya se consideraba sagrada, adquirió más mérito, y la cera vino a caracterizar la carne de Jesucristo, nacido de madre virgen, así como la cera nace de las abejas vírgenes, dada la aparente castidad de éstas no obstante su gran procreación. “Y por lo tanto la misa no puede oficiarse sin velas,” decía un manuscrito galés del año 950.

En la mitología nórdica la miel formaba el principal ingrediente de la bebida divina; en el Valhalla, los héroes muertos en batalla reciben el aguamiel que mana de las ubres de la cabra Heydrun, servido por las Valquirias en copas de cuerno. En el Edda Mayor cae una lluvia de miel del árbol Igdrasil, el fresno sagrado del mundo, sostén de la tierra y el cielo.

En África existen muchos mitos del origen de los granos alimenticios, generalmente robados en el cielo contra la voluntad de la deidad. Entre los gula y los kulfa de Sudán Central se cree que un espíritu femenino se puso cera de abeja en la planta de los pies para que a ellos se pegaran los granos de mijo esparcidos por la deidad del cielo. Así consiguieron estos pueblos el fruto más importante para su alimentación.

El paraíso de los musulmanes se encuentra regado por los “ríos de agua incorrupta, ríos de leche cuyo sabor no se alterará, ríos de vino que serán delicia de los bebedores y ríos de miel límpida.” (sura 47). En él los bienaventurados viven en felicidad eterna, atendidos por huríes, mujeres de ojos rasgados y seno redondeado. En la sura 16, llamada precisamente La Abeja, leemos que Dios ha inspirado en las abejitas para que vivan en los montes, en los árboles y en lo que construyen los hombres; “y de su vientre sale un licor de distintas clases que es un medicamento para éstos.”

Entre los mayas, la miel fue un elemento esencial en la preparación de las bebidas sagradas llamadas balché y zacá; la primera, hecha de miel fermentada a la que se añadía corteza del árbol del mismo nombre; y la segunda, elaborada de maíz y endulzada con miel. Ambas son utilizadas aún en la actualidad como ofrendas en los ritos de la milpa. En la antigüedad se creía en la existencia de dioses que se transformaban en abejas o que descendían a la tierra en esa forma. Ah-Mulcen-Cab, el dios que guarda la miel, era representado con figura humana y su culto debió ser muy amplio puesto que se encuentran muchas representaciones suyas en estuco o piedra decorando monumentos arqueológicos.

Thompson dice que los Bacabes son dioses de las abejas y del colmenar; de hecho, Hobnil, Bacab-jefe, era el principal patrón de los apicultores, y su nombre seguramente es síncopa de Hobonil, “de la colmena”. Según Thompson, es posible que este Hobnil sea el mismo que Ah-Mulcen-Cab, dios abeja de los mayas actuales; él cree que un Bacab era el Señor de las Abejas que las curaba cuidadosamente cuando resultaban con alas rotas o aplastadas o sin vista, a consecuencia de la destrucción de colmenas por los humanos robadores de miel. (Historia y Religión de los Mayas”).

Varias páginas del códice de Madrid están dedicadas a la apicultura, con abejas, colmenas y representación de ofrendas, así como un desparramamiento de dioses con antenas. Ralph Roys creía que la deidad que aparece con la calabaza abajo y que suelen llamar dios descendente es una representación de Ah-Mulcen-Cab. Este ser es particularmente común en la costa oriental de Yucatán, región famosa en el tiempo de la Conquista española por su producción de miel, en particular la isla de Cozumel y la provincia de Chetumal (había en este punto dos o tres mil colmenas de tipo rústico). Destaca esa figura en un edificio de Cobá, en donde los mayas yucatecos creen que mora Ah-Mulcen-Cab.

Al edificio número 5 de Tulum, conocido como “templo del dios descendente”, se le asocia con el dios de las abejas; también se le relaciona con el planeta Venus en su aspecto de estrella matutina cuyo nombre es Xux Ek (estrella de la avispa).

En el Museo Regional de Antropología, Palacio Cantón, de Mérida, se encuentra en exhibición un incensario con la representación de un dios descendente que presenta rasgos asociados con la miel. En las excavaciones de Mayapán se rescataron cantidades enormes de fragmentos de vasijas de este tipo.

Landa dice que esta tierra (Yucatán) abunda en cera y miel, “…y la miel es muy buena”. También dice “que las hierbas y flores son lindas y hermosas y de diversos colores y olores, las cuales allende el ornato con que los montes y campos atavían, dan abundantísimo mantenimiento a las abejitas para su miel y cera.” La fiesta de la miel celebrada por los apicultores ocupaba lo esencial de los meses de Zotz y Tzec que caían en septiembre y octubre. Se invocaba a los Bacabes, se quemaba incienso, se hacía y se bebía balché.

“En el mes del Zotz se aparejaban los señores de los colmenares para celebrar su fiesta en Tzec”.

“Venido el día de la fiesta, se aparejaban en la casa en que ésta se celebraba y hacían todo lo que en las demás, salvo que no derramaban sangre. Tenían por abogados a los Bacabes y especialmente a Hobnil. Hacían muchas ofrendas y en especial daba a los cuatro Chaques cuatro platos con sendas pelotas de incienso en medio de cada uno, y pintadas a la redonda unas figuras de miel, que para la abundancia de ella era esta fiesta. Concluíanla con vino, como solían, y harto, porque daban para ello en abundancia los dueños de los colmenares de miel.”

Landa también menciona una ceremonia para pedir lluvia y floración, a la que desde luego estaban invitados los Chaques o regadores de la lluvia en el panteón maya aunque, al sincretizarse las creencias católicas con las prehispánicas, San Miguel Arcángel se convirtió en el jefe de los regadores celestes.

El sacrificio entre los mayas adoptaba muchas formas: ofrenda de la propia sangre o la de víctimas animales o humanas, o bien de productos y objetos inanimados; entre estos últimos eran muy importantes las ofrendas incruentas de cera, miel y balché, junto al copal, maíz, hule, agua virgen tomada de cenotes y cavernas, etc.

El algodón, la cera y la miel eran la única riqueza de Yucatán, obteniéndose ésta de las abejas silvestres, del género melipona, tal vez domesticada en los tiempos cercanos a la conquista española. La miel era muy apreciada en la América precolombina porque, al no haber azúcar de caña, la miel de las abejas indígenas era la única substancia de que se disponía para endulzar.

La miel está también en las leyendas del mundo maya. Entre los tzeltales de Chiapas se cuentan las aventuras de dos hermanos, uno de los cuales mataba al otro cada día y picaba el cuerpo en pedazos, pero las avispas y abejas lo reunían y devolvían la vida al mozo; este corría a la selva y ahí tiraba un puñado de algodón a un árbol donde se volvía una colmena. De allá procede toda nuestra miel.

En el Popol-Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, leemos que cuando los dioses Progenitores iban a crear al hombre de maíz descubrieron una hermosa tierra que daba miel junto al maíz, cacao, zapotes, anonas y otros sabrosos frutos.

La abeja, el perro y el pavo eran los únicos animales domesticados en el México antiguo, que además tenían una importancia mágico-religiosa. En náhuatl el nombre de la abeja es pipiolli; así, Pipioltepec, en el estado de México, quiere decir Cerro de las Abejas, y en un lugar llamado Pipiolcomic los aztecas vivieron tres años durante su peregrinación.

Chocolate endulzado con miel era la bebida favorita entre los aztecas ricos; “…al final de sus comidas la tomaba Moctezuma en copa de oro y llamaba a sus mujeres,” dice elegantemente Germán Arciniegas en ese espléndido volumen titulado “América Ladina” que, por cierto, me dejó con la miel en los labios (los aztecas obtenían la miel como tributo exigido a diversos pueblos de lo que hoy es el estado de Guerrero).

Desde el néctar que paladeaban los dioses en el Olimpo servido por Hebe, la diosa de la juventud; el maná o pastel con sabor a miel que envió Dios a los israelitas en el desierto; las golosinas y vinos de miel favoritos de griegos y romanos; el manjar de almendras y miel con que Cleopatra enloquecía a sus enamorados; el pan de jengibre de los cuentos de hadas de Andersen; la blakava turca, el turrón español y el drambuí escocés para acortar la lista, hasta los buñuelos, el caramelo de miel, el licor de Xtabentún tan mencionado por Eduardo Feher, y aun así nuestra melcocha envuelta en hoja, todos llevan miel en su preparación. Si agregamos sus cualidades nutritivas, medicinales y cosmetológicas parece que la miel, hasta el día de hoy, conserva la virtud de deleitar y de beneficiar a la humanidad, aunque con el vaivén de los siglos haya perdido su origen divino.

Ana María Aguiar de Peniche

Noé Antonio Peniche Patrón

Continuará la próxima semana…

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