De la miel y las abejas (III)

By on enero 23, 2020

III

De los dioses a los hombres

Continuación…

También entraba la miel en la ceremonia del matrimonio, en la que el padre de la novia ofrecía un festín con sacrificio de sésamo amasado con miel. Era común su uso en la región indo-europea y entre muchos pueblos que estaban fuera de ella, como símbolo de dulzura del amor. Tal vez de allí la expresión “luna de miel” para referirse al primer mes de matrimonio. No sólo se utilizaba para comer, sino también como bebida en forma de hidromiel, como regalo, para ungir y para untar el umbral y los postes de la puerta de la nueva casa.

Con miel se embalsamaban los cadáveres de los grandes personajes que no eran incinerados inmediatamente, o cuya conservación se pretendía que fuera eterna, costumbre que parece haber sido importada de Asia o Egipto a través de Creta, aunque en Grecia no se llegó a los extremos del país de los faraones. La miel está presente en los tiempos homéricos: en “La Ilíada”, Tetis vierte néctar y ambrosía en las fosas nasales del cadáver de Patroclo para que no se corrompa; y más tarde, en “La Odisea”, nos enteramos de que “el cadáver de Aquiles fue colocado en el ropaje de los dioses, en ricos ungüentos y en dulce miel”; así se explica que los cuerpos de Héctor y de Aquiles estuvieran expuestos, el primero nueve días y el otro diecisiete, antes de ser conducidos a la hoguera.

En la época histórica, Estrabón nos dice que el cuerpo de Alejandro Magno fue colocado en miel blanca en un ataúd dorado y así fue enterrado, como seguramente lo habían sido sus predecesores, los soberanos asiáticos. Herodes el Grande mantuvo durante siete años conservado en miel el cuerpo de su bella esposa Mariamne, a la que él había mandado matar por celos, “porque la amaba aún después de muerta”.

Los romanos relacionaban la miel con Baco, dios del vino, a quien se atribuía la invención de la Apicultura, quizá porque el hidromiel fermentado era la bebida que había precedido al vino. Aunque, si hemos de creer a los griegos, el inventor fue Aristeo, hijo de Apolo y de Cirene, a quien las ninfas enseñaron a cultivar los olivos, a hacer queso y obtener miel de las colmenas, conocimientos que él llevó luego a Cerdeña y Sicilia.

En Italia se creía que la miel había sido inventada por el sol, leyenda relacionada con su origen celeste; era tan grande su consumo que en tiempos del Imperio los colmenares se fueron extendiendo por toda la campiña romana, llevándola además a Roma desde España, que producía una miel muy apreciada, y desde Germania, de donde Plinio cita panales de un grosor extraordinario. Como aun así no fuera suficiente para el consumo, se le llegó a falsificar adicionándole materias menos costosas y menos estimables. (Nada nuevo bajo el sol, diría mi compadre Víctor Manzanilla). En varias mesas de las tiendas de Pompeya se encontraron, en los vasos donde habían bebido los clientes, huellas de haber contenido miel todos ellos.

La diosa itálica de las flores y los jardines era Flora, que se representaba como una hermosa joven adornada con guirnaldas de flores y llevando en la mano una cesta o un cuerno de la abundancia. Como alegoría de Flora, o Primavera, suele utilizarse un niño con una abeja en una mano y un pavo real en la otra.

Narra Ovidio que un día Venus se enamoró locamente del bello Adonis y, cuando éste murió destrozado por un jabalí, la diosa roció con su néctar divino la sangre del joven, y éste se convirtió en la flor llamada Anémona.

La miel se usaba con la leche para diversos propósitos sagrados y es común verla presente en el paraíso de muchos pueblos. En concepto de los antiguos, la leche y la miel eran lo más perfecto que había dado la naturaleza para la alimentación del hombre; estas dos substancias habían sido alimento de la Edad de Oro y constituían las delicias de la infancia; los dos alimentos eran símbolo de riqueza y abundancia. La edad de Oro según Hesíodo, la infancia de la humanidad, es una imagen de la inocencia primitiva cuando no había leyes ni legisladores pues todo era paz y ventura, se ignoraba el mal y no existían las enfermedades, la tierra ofrecía gratuitamente sus frutos, los árboles destilaban miel, los ríos manaban vino y leche. Ovidio nos dice en las “Metamorfosis” que “la tierra sin haber sido labrada, producía mieses; el campo, sin ser cultivado, se cubría de grávidas espigas; manaban ya ríos de leche y de néctar, y de la verde encina iba destilándose la dorada miel”. Don Quijote, en su discurso a los cabreros, completa la Edad Dorada cuando dice que “en las quiebras de las peñas y en los huecos de los árboles formaban su república las solícitas abejas, ofreciendo a cualquier mano sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo”.

En el Antiguo Testamento se habla de la Tierra Prometida como el lugar donde fluye leche y miel, debido a que los espías que mandó Moisés a Canaán cuando venían de Egipto regresaron entusiasmados con la tierra, pues habían visto abundantes plantaciones de higos y granadas, viñedos y olivos; y el jugo dulce de las uvas era alabado en tiempos antiguos como miel. Por otra parte, las abejas (Débora en hebreo) constituyen una de las familias de insectos más extendidas por toda la tierra, pero la Palestina es una de las regiones donde existen (o existían) con mayor abundancia. Es de creer que serían más numerosas en la antigüedad, por lo templado del clima y por la gran calidad de flores silvestres de pronunciados aromas que crecían en aquella comarca. Siendo la miel para muchos pueblos una ofrenda que se hace a los dioses, los judíos la tenían prohibida en sus altares, precisamente por dicho uso pagano, “…no haréis quemar nada con levadura ni con miel en las ofrendas ígneas al Eterno”. Levítico 2,11. No obstante, el gran sacerdote aceptaba donativos de miel y no parece haber habido prohibición para su consumo. En el libro de los Jueces leemos que Sansón encontró un panal en el cadáver de un león y que se lo fue comiendo con los dedos con todo y cera según caminaba. En el Nuevo Testamento vemos que Juan el Bautista se alimentaba de langostas y miel del monte. En Rosh Hashaná, que es la fiesta del año nuevo judío, entre otros alimentos simbólicos, se consume miel.

Ana María Aguiar de Peniche

Noé Antonio Peniche Patrón

Continuará la próxima semana…

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