Editorial
La Humanidad está conmocionada por los crecientes incendios en la Amazonia brasileña, uno de los escasos pulmones vegetales aún vivos y generando oxígeno vital actualmente.
Dada su magnitud, y hay que decirlo con franqueza, la lucha contra los centenares de incendios vivos en diversos lugares de ese otrora paraíso vegetal está destinada al fracaso. La propia naturaleza no puede aportar las generosas y constantes lluvias que se requieren para terminar con ese flagelo que amenaza directamente a todos los seres humanos.
Lo triste del asunto es que la mayoría de los incendios han sido provocados por manos cobardes y afanes mercantiles de empresarios ambiciosos, a quienes importa más el “aquí y ahora” que el futuro de los seres humanos.
Esto ocurre cuando el planeta va pasando por un deshielo continuo en los polos terrestres, lo que anuncia otra futura catástrofe.
Grandes dramas de la humanidad han ocurrido anteriormente y han sido evidenciados, como lo fue la desaparición en el territorio de los Estados Unidos de una de las primeras razas del mundo, los pieles rojas, que los mayas registraron en sus escritos de la creación del universo, donde también están registrados los colores blanco, negro y amarillo.
Recordemos que en todo el mundo –México no es la excepción– las ambiciones económicas están desatadas.
Los empresarios “modernos” y sus acciones contaminan nuestro subsuelo y las aguas subterráneas con detritus y excrementos, desechos industriales y líquidos contaminados. Los mares soportan en sus superficies millones de envases y basura plástica contaminante, y las selvas vírgenes son taladas salvajemente para comerciar sus maderas, sin meditar que con ello paralelamente acaban con la vida animal.
El daño a la Madre Tierra y sus habitantes originarios, ya sean humanos o animales pequeños y medianos, no ha disminuido durante todo el recorrido histórico de la humanidad.
El abuso continúa por toda la superficie terrestre.
Las intenciones de dar continuidad a actividades destructivas continúan e incluso en veces, se anuncian: Nuevas armas nucleares y convencionales se presumen, se prueban, se anuncian; misiles de “prueba” cruzan los espacios; tecnologías de avanzada amedrentan a la Humanidad, más que a quienes han sido antiguos adversarios bélicos transcontinentalmente.
¿Es acaso lo que vivimos un prolegómeno del gran final del Hombre sobre la Tierra?
¿Es quizá que el mito bíblico de Caín y Abel se repite entre hermanos en este angustiante mundo?
Al parecer, nos encontramos en tiempos para la reflexión sobre el pasado y nuestro presente, analizando distintas opciones para un discutible futuro.
Aún quedan mentes sanas y espíritus limpios en esta contaminada región estelar triste que, a gustarnos o no, nos ha tocado compartir.
Observemos la realidad y las actitudes de las potencias mundiales y saquemos conclusiones.
Razonemos también lo que la mente y las acciones del ser humano pueden lograr cuando se lo propone colectivamente, para bien o para mal.
El ser humano está dotado de inteligencia para analizar tiempos y situaciones. También posee la capacidad para crear vida y protegerla. Recordemos aquel mandato bíblico de “creced y multiplicaos”.
Si hemos de vivir y convivir, no será sobre cenizas producto de la inconsciencia de gobiernos poderosos, sino sobre la luminosa guía de mentes abiertas a la coexistencia pacífica en un futuro justo y equilibrado para todos.
Aún estamos a tiempo…