La nueva entrega de George Miller – afamado creador y director de las películas anteriores de Mad Max, así como de Babe un puerquito valiente, y de Happy Feet –es una obra maestra por muy diferentes razones siendo la más importante la visual: es tan rica en detalles que es prácticamente imposible disfrutarlos tan solo con una proyección por lo que, dependiendo del grado de impacto y emoción sentido, tal vez sea necesario verla dos o tres veces – y luego comprar la película – para poder captar la magna oferta que nos hace.
Después de las dos primeras entregas de Mad Max debo confesar que murió mi interés por la saga: eso de ver a Mel Gibson con extensiones capilares que además venían en más de dos tonos no era mi idea de entretenimiento, no era lo mío mucho menos después de haber disfrutado el descenso a la locura que había sufrido en esas dos primeras locuras. George Miller nos contaba en esos días una historia que se desarrollaba en un futuro apocalíptico en el que la ley del más fuerte se había convertido en la manera de sobrevivir a un medio hostil, uno en el que la gasolina, los motores, y el agua eran la nueva moneda de cambio y, como sucede siempre, aquello de lo cual había siempre que tener lo más que se pudiera, eliminando competidores. Su imaginación probaba ser vanguardista y su estilo de filmación minimalista. Eso era en 1979.
30 años después, el director no escatima en mostrarnos – ahora sí – el alcance de su visión, y nos ofrece no solamente lo que vendría siendo la continuación natural de la segunda entrega en la historia de Max Rockatansky, sino que va más allá y nos presenta la teología, las costumbres, las nuevas clases sociales, y una serie de conductas que nos dejan con la boca abierta. Digo, ¿cuántos de ustedes se imaginan un futuro en el que los prisioneros sean usados como “bolsas de sangre”? ¿O que la leche materna sea un elemento de trueque por gasolina? ¿O que a Valhalla se llegue gracias a los actos heroicos que se cometan, siempre y cuando sean “atestiguados” por compañeros?
Pero regreso al punto inicial: sin menospreciar por un segundo la vorágine conceptual a la que nos somete George Miller – la cual por momentos nos remite a Arrakis, el planeta del cual se obtiene la especie-droga que el universo entero requiere para sobrevivir en la obra inmortal de Frank Herbert, Dunas –, es el vapuleo visual lo que nos deja sin aliento durante sus dos horas de duración. Los maquillajes y las escenografías son de fábula, pero son los vehículos automotores, con las modificaciones que los identifican y asocian a las diferentes tribus y clanes que aparecen en el filme, los que descuellan por la personalidad que adquieren y que asumen en el desarrollo de la historia. Olvídense de la serie de Rápido y Furioso: los vehículos de Miller son actores en su obra, y cada uno es más letal que el anterior.
De las actuaciones, Tom Hardy – a quien conocimos como Bane en The Dark Knight Rises – cumple discretamente con el rol de interpretar a Max; Charlize Theron es Imperator Furiosa – una renegada con una agenda personal que desencadena la película; Hugh Keays-Byrne interpreta a Immortan Joe – el padre (literalmente) de la comunidad en la que cae Max y que, al enterarse de que Furiosa ha secuestrado a sus consortes, sale en su persecución; y reservo para el final a quien considero se roba la película, a Nicholas Hoult que en su papel de Nux – un fracasado muchacho-kamikaze que juega un rol pivotal de perseguidor a perseguido y que logra ampliamente ponernos de su lado.
La paleta visual del director George Miller, rica en tonos amarillos en este filme, ha evolucionado con el paso de los años, lo cual es en beneficio de los amantes del cine. La única pregunta que flota en el aire después de este monumental logro es “¿adónde llevará ahora la saga?”.
Mad Max: Furia en la Carretera es una película que define un nuevo estándar en el cine de acción, que nos permite apreciar la labor de amor de un director comprometido con una visión de hace más de treinta años, que nos logra entusiasmar sobremanera con el alcance y logros del filme y que, finalmente, nos garantiza divertirnos – alejarnos – hacernos olvidar lo deprimente y paupérrimo que resulta nuestro panorama electoral de nuestros días.
Véala y platiquemos sobre sus impresiones.
Gerardo Saviola
gerardo.saviola@gmail.com