Música
José Juan Cervera
Para Soco, por los recuerdos que anidan en las canciones
La música, en alianza con las creaciones literarias, inspira rutas para desafiar los límites que la inmediatez de las apariencias y la fatigosa rutina imponen en el fluir de la experiencia diaria. Como todas las manifestaciones del arte, rescata a la imaginación de las brechas en que se estanca, para conducirla a las regiones en que el orden de la vida pueda reconstituirse en formas persuasivas. En la vastedad de su impulso, los horizontes se hacen tangibles para arrojar vínculos frescos y reminiscencias vindicadoras.
Fuera de los circuitos de la música predominantemente comercial y de la escasa solidez de sus piezas de moda, subsisten modalidades de la canción contemporánea nutridas de la herencia poética nacional que recrean la vida cotidiana que se desenvuelve en ámbitos locales con su galería de personajes populares, características ambientales, referencias históricas y étnicas, lenguaje y sustrato mítico que infunden vigor a las realizaciones artísticas haciéndolas trascender sus circunstancias de origen.
David Haro es un autor e intérprete nacido en Jáltipan, Veracruz, que inscribe su nombre entre los de una generación que ha sabido equilibrar la conciencia social y la lucidez creativa con frutos de gran calidad: así lo atestigua su catálogo discográfico. Ariles. Música del Sotavento (Dirección General de Culturas Populares, 2000) es una de sus producciones más destacadas. La dirección, la música y los arreglos son suyos igual que los textos, excepto dos de Jaime Sabines y un par de décimas de Sergio Morales Vera que, combinadas con versos de dominio público, dan como resultado la canción “El tiempo”; incluye la letra deslumbrante de “Laguna del ostión”, del historiador, lingüista y musicólogo Antonio García de León, quien firma unas palabras de presentación para el disco. En ellas expone las variadas acepciones del vocablo Ariles, con significados que remiten a los anhelos incumplidos, al mundo de los sueños, y a un instrumento para cribar cereales, pero subraya el uso del término en el estribillo de El Balajú, son veracruzano que ejemplifica, como otros muchos, la adaptación costeña de antiguos romances de origen español.
Las canciones abundan en imágenes que transmiten una atmósfera exuberante: la de la costa, el llano y la sierra de una región descrita a partir de su flora y de sus criaturas campestres, enmarcando las pasiones que animan la existencia humana y singularizándolas en las creencias y las costumbres de esta porción del territorio nacional. Es notable el gozo con que el cantor incursiona en las vetas de la memoria colectiva para transformar su energía en una suma de matices que apela a las sensibilidades de hoy, aludiendo con frecuencia a las tonadas del terruño, con ecos que traslucen la voluptuosidad del trópico.
Como tributo lírico al suelo nativo plasma la diversidad cultural enriquecida por la población descendiente de esclavos africanos que, además de su huella fenotípica, se hacen evocar en ciertos registros del habla y en la nomenclatura de pueblos de las cercanías. Esta afirmación de rasgos de lejana raíz exhala un aliento libertario que da sentido al conjunto de las piezas reunidas en el álbum. “¡Ay! Las campanas / repican en Malibrán, / está Mariana / bailando el tilín tilán, / alma llanera, / postura de rumba y son / como campana / repica y repicando / va rezumbando en mi corazón, / así es mi color. / Mocambo, Yanga, Mandinga / me hablan con el tambor, / así es tu color, así, / con toda la rebeldía liberarás tu color.”
Los ritmos del tiempo y el acento de sus cantos han traído a David Haro a la península del sureste mexicano; así, entre sus visitas se recuerda su intervención en el Festival de Trova Contemporánea, con sede en Yucatán y Quintana Roo, en mayo de 2002; de modo semejante, el 29 de marzo de 2008 presentó el recital La Bohemia en el teatro Peón Contreras, espectáculo al que dio vida junto con Rafael Mendoza y el difunto Marcial Alejandro en varios escenarios del país y del extranjero, en disfrute del oficio compartido.
Las disciplinas artísticas procuran una experiencia integral en el ánimo de quienes son capaces de apreciar sus valores, aun si éstos difieren en sus efectos sensoriales.
La cultura es un proceso de renovación constante, un canto de fecundidad que proclama la esencia versátil de sus fuentes originarias y el impulso plural con que la expresan sus formas emergentes.