Letras
XI
CUANDO LLEGAN LAS ÁNIMAS
Tres días antes comenzaron los preparativos para recibir a las ánimas. Don Pancho Ek con gran esmero pintó con cal las albarradas de la casa y sobre las piedras puso velas para iluminar el camino de los fieles difuntos. Sus dos hijos pequeños también hicieron lo suyo blanqueando los troncos de los árboles. La esposa doña Virginia y la hija mayor, Candita, linda muchacha con tuxes en las mejillas y de fresca sonrisa, se ocuparon de lavar y planchar los manteles blancos bordados de colores para el altar de los muertos.
–Hay que apurarse –dijo Candita–. ¿Qué dirán los difuntos si encuentran la casa desarreglada?
Ya les había sucedido el año pasado; entonces, cuando llegaron, las ánimas se pusieron a pintar, barrer y a arreglar todo lo que estaba en desorden.
–¡Qué vergüenza! –continuó Candita–. Cuando amaneció todo estaba limpio, reluciente, las visitas se habían ocupado de los arreglos. Por eso es necesario que nos apuremos, el día de los muertos debemos celebrarlo con mucho respeto y no cometer descortesías con ellos.
Don Pancho con sus peones, como todos los años, se ocupó también de cavar el horno de tierra para el cocimiento de los mucbilpollos. En el fondo de la hondura prendieron la leña de cedro y otras maderas olorosas para mejor sazón. Encima colocaron piedras de regular tamaño para conservar el calor. Después, latas con las viandas que fueron cubiertas con hojas de plátano, pitas de henequén y tierra.
Con un reloj de sol improvisado que giraba la sombra de una vara sobre una circunferencia, don Pancho calculó el tiempo de cocimiento de los pibes para que no se quemaran como ya alguna vez había sucedido y que de no ser por unos niños difuntos que tomaron prestado algunos de otros altares vecinos, las visitas se hubieran quedado sin disfrutar “la gracia” de las viandas.
Doña Virginia, Candita y dos mujeres que las ayudaban en los quehaceres con mucha devoción instalaron el altar. Colocaron las fotografías de los difuntos de la familia, pusieron artesanías hechas de barro artísticamente decoradas y figurillas prehispánicas que don Pancho había encontrado en unas ruinas mayas por el rumbo del cerro. Algunas eran Aluxes que arrojaban pedruscos a las personas que se acercaban a los sembradíos, produciéndoles enormes “chuchulucos” en sus cabezas.
Al poner doña Virginia la fotografía del tío Huayo en el altar, dudó en hacerlo. Entonces dijo con enfado:
–Este Huayo cometió muchos pecados en vida, era muy mujeriego, no merece estar– y quitó el retrato.
Entonces Tencha, una de sus ayudantes, respondió:
–No le hace, ¡eh! Acuérdate que cuando murió todos comimos del pavo en relleno negro que se preparó con el agua con que lo bañaron para que sus pecados se repartieran entre los asistentes.
–¡“Fó, arredro vaya”! –replicó doña Virginia–. Yo no comí de ese relleno negro, qué costumbre tan malsana.
–No, Virginia, con el cocimiento ya no hay microbios, pero los pecados, eso sí, quedan repartidos entre los que comen y al difunto se le hace menos pesada la carga–, respondió Tencha.
–Además, cuando sacaron el féretro de don Huayo con rumbo al cementerio –continuó diciendo–, echaron una cubeta de agua fresca en la puerta de la casa para limpiar sus pecados. No tengas miedo, no seas rencorosa, ya don Huayo no tiene pecados o si acaso algunos pocos, no tardará mucho tiempo en el purgatorio y si le rezamos más pronto sale de ahí.
Doña Virginia, no muy convencida, puso de nuevo el retrato del difunto en el altar de los muertos.
Sobre una mesa cubierta con mantel blanco y bordado se pusieron las viandas: los mucbilpollos, los pibes de xpelón, los pibinales, el tanchucuá, la horchata, la calabaza melada, los pimes de masa y manteca, los zapotitos, los merengues y los mazapanes. No faltó la cerveza, el aguardiente y el xtabentún, algunos difuntos en vida acostumbraban estas bebidas y era ocasión de complacerlos en todo.
Se rezó el rosario. Doña Tárcila Cupul, rezadora de oficio dirigió los rezos y cantó con voz nasal las plegarias para los muertos. Los dolientes, obnubilados por las emanaciones de los incensarios convocaron la presencia de los espíritus, que poco a poco fueron llegando entre la bruma adormecedora del ambiente.
Alrededor de la mesa se dispusieron numerosas sillas intercaladas con los nombres de los difuntos y de los anfitriones. Cada quien ocupó su lugar en ese encuentro amoroso de familia. Comieron y bebieron los vivos, las visitas disfrutaron “las esencias” y recordaron los tiempos idos.
Poco después del atardecer se fundieron en abrazos de despedida, las velas encendidas de las albarradas iluminaron el camino de la noche y las ánimas se disiparon en el misterioso mundo de Xibalbá.
VOCABULARIO:
–Tuxes: Hoyuelos en las mejillas.
–Mucbilpollos: Comida del día de muertos.
–Aluxes: Duendes de la mitología maya que cuidan las milpas.
–Chuchulucos: Hematomas.
–Fo, arredro vaya: Expresión popular de rechazo o asco.
–Xpelón: Frijol tierno en vaina.
–Pibinales: Elote cocido en horno de tierra o en comal.
–Tanchucuá: Atole hecho con masa de maíz y chocolate.
–Pimes: Tortilla gruesa de maíz con manteca y sal.
–Xtabentún: Licor con sabor de anís destilado de una flor amarilla del mismo nombre.
–Xibalbá: El inframundo de los mayas, lugar de los muertos referido en el Popol Vuh.
César Ramón González Rosado
Continuará la próxima semana…