Ana García Bergua o la imaginación categórica

By on junio 1, 2017

La autora, Ana García Bergua.

La autora, Ana García Bergua.

Ana García Bergua o la imaginación categórica

Minutos después de concluir la lectura de “El imaginador”, de Ana García Bergua, mi primera intención fue preguntar dónde encontrar más títulos de la autora, eso en el caso de que estuvieran disponibles, si hubiera existencias en las librerías de la ciudad. Este ejemplar cuenta con diecinueve relatos, textos firmes y sólidos, y no por ello pesados: ya la FILEY ha establecido un nuevo parámetro para sopesar las lecturas. En esta ocasión se vendieron 89 toneladas de libros (P.E. 28-05-17). Háganme el favor.

La segunda intención fue tirar libros por la borda. Es una expresión, una licencia poética, una exageración, si se quiere. Quizá lo más viable sea intercambiarlos, desalojar espacios, deshacerse de casi todos lo que hasta ahora habías leído, cuando sentías que faltaba algo -se dice hay que apreciar lo malo para saber distinguir lo bueno- y tenías que adquirirlo para próximas lecturas. Conservar los mínimos ejemplares en tu isla, para ejercer ese legítimo derecho de leer lo que soberanamente te plazca, sin prisas, sin obligaciones…

Cada determinado tiempo, uno se encuentra con maravillas y sorpresas y, dado que no ejercemos la crítica ni el análisis literario, sino tan solo nos aventuramos a comentar lo que por nuestras manos, escasa vista, cuestionables gustos, recursos pecuniarios por defectos limitados, y sentimientos ambiguos pasa, lo que intuitivamente consideramos, luego se vuelve objeto de conocimiento y, aún así, continúa y concluye siendo emotiva y subjetivamente apreciado.

Dado que evitamos el ejercicio responsable de la crítica, nos exponemos a cometer crímenes involuntarios que podrían ser considerados los peores, pensando en tanto leemos, que esa forma particular de escribir, narrar, exponer los hechos, trae otros recuerdos, conecta con otras lecturas, como que hay ciertas influencias y pues la escritora ha acometido con esfuerzo propio y meritorio, y ha proyectado con luz propia experiencias, vivencias, estudios y lecturas, y se ha hecho un espacio, muy merecido eso sí, en el país de las letras.

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Diecinueve historias en las que la imaginación, el hecho fantástico, se amalgama con la realidad.

Estos relatos son disfrutables, gozosos, platean misterios y convocan a replantearnos la realidad y el hecho humanamente imaginativo, la imaginación dentro de la imaginación. La realidad tiene elementos que explotan o se elevan como ascuas, y nos dan una nueva perspectiva sobre la vida cotidiana. Las vivencias son inusualmente distintas, tal cual estamos acostumbrados a verlas y, sin embargo, tienen su propia circunstancia, su dinámica que nos lleva a otras estaciones y a otros puertos. Al final, comprendemos que hay vida o imaginación más allá de la monotonía en la que se desenvuelve el día a día.

Pensemos en Hasta nuevo aviso, cuando el domingo, día del Señor, se instala definitivamente en la vida de una familia, de una ciudad, de la existencia misma.

La señorita, una historia de amor que retorna en el tiempo, o le parece a los personajes que la rueda dentada –para hacerla más dramática- de la historia vuelve, menos aplastante, aunque sí muy hiriente, porque se desarrolla en la herida del recuerdo, en una ondulación leve de la cotidianeidad tan real como intangible, aunque desde otra dimensión: las cosas parecen que son, que vuelven, se repiten, laceran y se van para siempre, dejándonos con una profunda tristeza.

O quizá Flor de pluma, la casa de huéspedes en la que una tierna, dulce y maquiavélica anciana apresa el espíritu consanguíneo para que esté a su servicio y lo someta por toda la eternidad, como a la Cenicienta; y el viajero que se recluye para trabajar en una innumerable cantidad de inquietantes baúles de indescriptible contenido, cayendo bajo el hechizo de amor del espectro que solo identifica por la estela de su característico perfume.

O tal vez la historia del compañero de labores que hace de la empatía su bandera y comprende el dolor que oculta La sonrisa de Brenda, sometida y explotada a todos los sufrimientos físicos y mentales desde la más tierna infancia por sus padres, al menos en la inmutable imaginación y la obcecada mente del amigo, porque la dolencia de Breda en la realidad es, según se vea, hasta cierto grado superficial, salpicada de vanidad, casi egoísta.

O cuando el amor concluye y quizá un infarto pone a prueba la vida y el amor de la otra persona, para resetear su existencia, pero que a la protagonista le tiene sin cuidado, porque lo que verdaderamente le importa en esa tarde bella y apacible, sola en casa, es prepararse un café, quizá beberse una copa y leer: había decidido leer y es lo que únicamente le importaba: leer Los últimos días de Pompeya.

Estamos sobre estos cuentos y sentimos cómo pasa la alargada figura y sombra del cronópio mayor: Cortázar, que desde una puerta que entreabrimos, atisba y nos guiña el ojo. Percibimos cómo la fuerza de un rabo de nube, un ventarrón narrativo, pasa a nuestro lado, nos revuelve la imaginación y entusiasma.

Eso es: leemos y escribimos desde el entusiasmo.

Ana García Bergua comanda alguna guarnición de combativas escribidoras con bastantes recursos, y solvencia narrativa e imaginativa a su favor.

La autora nació entre pañales de letras. En la casa paterna debe de haber cientos de libros, miles de historias reales y fantásticas, escritas o habladas en su momento, que arrullaron su infancia, miles de kilómetros de películas vistas, y un entorno y paisaje múltiple de personas creativas. Pertenece a la estirpe de Emilio García Riera.

Aunque quizá también porque no vivió una niñez libre de estos corsés aburridos, vivió ajena y feliz todas sus etapas, hasta encontrar la escritura y su sentido de la vida.

Haya sido como haya sido, este primer libro de relatos, editado en 1996, es un buen comienzo para ella y nosotros.

Juan José Caamal Canul

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