Oswaldo Baqueiro Brito
Hace algunos años la editorial Paidós tuvo el acierto de agregar a su catálogo una serie de libros de divulgación científica como La física del Coyote y el Correcaminos, del doctor Luis Javier Plata Rosas, que es un libro sui géneris. A lo largo de sus páginas se analizan investigaciones científicas y serias realizadas en torno a los dibujos animados que por cultura general (y popular) todos o casi todos conocemos. Se cita, por ejemplo, un estudio sobre los desórdenes mentales de los personajes de Winnie Pooh, una hipótesis que daría sentido al fenotipo de los minions de la película Mi villano favorito, y los tipos de liderazgo representados por las dos facciones en pugna presentes en la caricatura Transformers (Optimus Prime de los Autobots, y Megatron por los Decepticons).
Pero el capítulo que más ha llamado mi atención es el dedicado a los pitufos. En dicho capítulo se menciona un estudio realizado por la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana, Margarita Zires, cuya área de trabajo se centra en el análisis de rumores, mitos y leyendas actuales de México y América Latina. Hay que decir a estas alturas que, aunque la caricatura de los pitufos tuvo un éxito arrasador en México, no tardó en surgir y difundirse un rumor colectivo que socavó la popularidad de estos pequeños entes azulados. El rumor en cuestión se basaba en supuestos casos «reales» en los que los niños que tenían en su posesión algún artículo vinculado a los pitufos (juguetes, llaveros, loncheras, pósteres) morían inexplicablemente (la imaginación colectiva no tardó en darle explicaciones sobrenaturales y satánicas a dichas muertes). La investigación de la profesora Zires la llevó a recopilar datos en la Ciudad de México y en Yucatán, para ser más específicos, en la ciudad de Valladolid. Los resultados del sondeo realizado en Ciudad de México son de lo más variopinto. Algunos niños consideraban ingenuos y descabellados aquellos rumores sobre pitufos que cobraban vida por las noches y asesinaban a los niños mientras dormían. Otro grupo de niños daba por cierto el rumor que involucraba a los pitufos homicidas, e incluso había participado en hogueras públicas en las que acabaron ardiendo productos con la imagen de los personajes de la caricatura, actos que se repetirían años más tarde con el auge de la caricatura japonesa Pokémon. De acuerdo con el libro, los niños de Valladolid eran ajenos a la histeria que tenía lugar en el resto del país. El rumor sobre los pitufos no agregaba nada nuevo a su forma de ver el mundo. Lo que los niños de la capital del país llamaban pitufos eran en realidad algo bien conocido por todos los infantes de las zonas rurales de Yucatán: los aluxes.
Los aluxes son seres de la tradición oral del pueblo maya. No se les considera especialmente malvados, sino más bien traviesos y chocarreros con quienes les faltan al respeto. A menudo hay quien se refiere a ellos como duendes con apariencia de niños, o personas de baja estatura. En el libro Los aluxes, duendes del mayab de Gaspar Antonio Xiu Cachón se recoge un esclarecedor testimonio acerca de la naturaleza espiritual de los aluxes como dioses del monte formados a partir del barro extraído de las cuevas y cenotes por sacerdotes mayas; éstos formaban el cuerpo del aluxe con dicho barro y, mediante rituales que solamente los antiguos conocen, infundían vida en ellos, para después llevarlos a cuidar de la milpa, tarea a la que se dedicaban afanosamente siempre y cuando se les diese una ofrenda, que podía consistir en golosinas o cigarros, entre otros artículos valorados por los aluxes.
La inesperada vinculación entre los pitufos, creación del genial historietista belga Pierre Culliford, más conocido como «Peyo», y los aluxes, entidades del folclor maya, bajo la mirada de un estudio científico serio no deja de ser por lo menos curiosa para quien decida tener los ojos y la mente abierta.