Alegría y Nostalgia, Semblanza de mi barrio XIX

By on junio 22, 2016

Santiago_portada

EL CIRCO TEATRO YUCATECO

Al iniciarse la mitad de la centuria pasada, nuestros padres nos llevaron a mi hermanita Hilda y a mí a una función del circo Arriola, que en esas fechas triunfaba en sus presentaciones en el Circo Teatro Yucateco. Cuando llegamos al lugar donde se efectuaría la función quedé impactado por la profusión de luces, el enorme gentío, y el regocijo producido por la música de una banda que interpretaba las melodías en boga.

El local, ubicado en las calles 57, 55, 68 y 70, tenía su entrada en el ángulo sureste del cruce de la 57 con la 68. Una elevada barda resguardaba el inmueble y en ella se fijaban carteles con anuncios de los espectáculos que se presentaban. El acceso al recinto se hacía por tres puertas: la central, para ir inmediatamente a la luneta y palcos, y las laterales que comunicaban con las gradas.

El Circo Teatro era una construcción circular de estructura metálica, techos de lámina, gradas de madera y piso de cemento que se cubría con abundante arena para las corridas de toros y novilladas. Como se empleaba para toda clase de espectáculos, el lugar contaba con un escenario, camerinos, redondel taurino y extenso patio para acomodar animales. Su capacidad era para tres mil espectadores.

Según los historiadores, el Circo Teatro Yucateco fue inaugurado el 17 de junio de 1900 con una corrida de toros. En octubre de ese mismo año se presentó en su escenario una compañía teatral que subió a escena un drama titulado Fernanda. Luego, en febrero de 1902, en ese local se proyectaron por primera vez películas cinematográficas. Más adelante actuó en ese mismo lugar una compañía de zarzuelas. El centro de espectáculos declinó como teatro al inaugurarse en 1908 el Teatro Peón Contreras.

La enciclopedia Yucatán en el tiempo nos dice que en el Circo Teatro yucateco actuaron famosos circos, como el Orrín y el de los Hermanos Bell; muchas compañías representaron comedias, zarzuelas y bailables; la compañía Rosete y Aranda presentaba su teatro de títeres; los colegios efectuaban ahí sus festivales de fin de cursos; hubo muchas festividades taurinas, que se restringieron a partir de 1929 al establecerse la Plaza de Toros Mérida, aunque se efectuaron ocasionales corridas y charreadas.

Desde mi niñez yo fui asiduo asistente a las funciones de lucha libre y, ya de adolescente, a las de boxeo, de las cuales el veterano local fue sede hasta su fin, cuando los propietarios decidieron desmantelarlo en 1961.

Lugui Shima aplica una dolorosa tapatía al rival en turno durante una de tantas funciones de lucha libre en el Circo Teatro Yucateco.

Lugui Shima aplica una dolorosa tapatía al rival en turno durante una de tantas funciones de lucha libre en el Circo Teatro Yucateco.

A principios de la década de los 50 del siglo anterior, la empresa promotora de espectáculos del Circo Teatro Yucateco decidió realizar una temporada de lucha libre con la participación de varios luchadores foráneos que se iniciaban en el singular deporte.

Recuerdo entre los integrantes de ese elenco de atletas procedentes del Distrito Federal al “japonés” Mishima Ota; al Sheik Mar Allah (Maralá, como lo llamaba el público, quien era ampliamente apoyado por numerosos integrantes de la colonia sirio-libanesa de esta ciudad); al salvaje “Cavernario” Rangel, odiado por los espectadores, aunque en la vida privada era un caballeroso estudiante de medicina que luchaba profesionalmente para costearse los estudios; y al ídolo de la afición, el “Gorila” Castillo, quien tenía un ángel para llegarle al populacho como el del actor Pedro Infante. Los pancracistas locales eran liderados por Lugui Shima, el hoy ingeniero Alfonso Hiram García Acosta.

Las temporadas de lucha libre fueron un rotundo éxito para la empresa. Desaparecido el Circo Teatro Yucateco, esa actividad continuó con otros promotores en locales modestos como las Arenas San Juan y Baratilleros, fuera de nuestro suburbio. Las funciones de postín, con luchadores estrellas de las Arenas México y Coliseo, ambas del Distrito Federal, se celebraron desde entonces en la Plaza de Toros Mérida.

En mis años de adolescencia mi deporte preferido fue el de las trompadas. Los combates entre púgiles locales y foráneos se efectuaban en la llamada Catedral del Box: el Circo Teatro Yucateco. Mi padre no me llevó a las funciones de boxeo cuando yo era un niño, por su trabajo nocturno en el Diario de Yucatán. Sin embargo, como años más tarde sí lo acompañe a ese espectáculo, ahora creo que su actitud fue con la intención de no dañarme los infantiles nervios con las fuertes impresiones que produce esa actividad deportiva.

La primera función de boxeo que presencié tenía como atractivo la murga del maestro Colitos que, para amenizar la espera, a las puertas del Circo Teatro interpretaba jaranas de compositores vernáculos, mientras se llamaba a los aficionados por medio de voladores. Colitos (mote derivado de su patronímico Cool) era uno de los tipos populares de esos tiempos. Llevaba una vida modesta y gozaba del reconocimiento público como ejecutante del trombón de vara, con el que tocaba espectaculares solos muy festejados por el auditorio. Su presencia era imprescindible en las corridas de toros, funciones de boxeo y otros espectáculos.

Como pelea estelar se anunciaba la presentación de un prospecto del patio llamado Carlos Navarrete, quien subía al ring (entarimado) con el nombre de Zurdo Aparecido. Su contrario era un carmelita que se hacía llamar Baby Albornoz, quien no pudo con la manifiesta superioridad de su oponente. Su fina estampa, dominio de la defensa personal, pegada aceptable y capacidad para resistir o aguantar los golpes del contrario, le granjearon a Navarrete muchos seguidores, quienes auguraban para el Zurdo un buen futuro en ese cruel deporte.

El combate semifinal dejó a los espectadores con los nervios de punta por la terrible batalla entre dos bravos y fornidos fajadores a quienes el promotor anunció como los acorazados Rach Cámara, del barrio de Santiago, y Pastor Medina, del barrio de Santa Ana. Estos jóvenes, al calor de su rivalidad deportiva, tuvieron tres aguerridos encuentros para dilucidar la supremacía entre ellos. Finalmente, Pastor, al que el multicéfalo llamaba Siqui, llegó a campeón estatal de peso mosca (hasta 50 kg.), en tanto que Cámara, aunque protagonizó espectaculares pleitos, permaneció en un nivel inferior.

En ese lapso surgió otro peleador que con el tiempo llegó a ser clasificado mundialmente: Silverio Ortiz, quien era más conocido como El Chamaco Ortiz. Este muchacho, fortachón y de tremenda pegada con la mano izquierda, fue el eterno enemigo del Zurdo Aparecido, con un encono entre ambos que trascendió las actividades deportivas.

También rememoro en el Circo Teatro Yucateco la presentación de la Caravana Corona, patrocinada por la embotelladora de la cerveza del mismo nombre, con la actuación de diversos artistas del género frívolo, encabezados por el mago y ventrílocuo Paco Miller y sus muñecos don Roque -indiscutible favorito del público- y la calavera doña Marraqueta, a quienes Miller hacía decir chistes y cantar para delicia de los asistentes al espectáculo.

El Circo Teatro Yucateco llenó toda una época en la vida de los meridanos y en especial de los santiagueros. Como el inmueble era propiedad de particulares, por razones económicas fue desmantelado y vendido en 1961. En su amplio terreno se construyeron numerosas casas para las familias del rumbo.

Recordar al Circo Teatro Yucateco me produce grandes añoranzas por una era que se fue y no regresará.

[Continuará la semana próxima…]

Felipe Andrés Escalante Ceballos

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.