Editorial
Por lo común, en la euforia de estas fechas, las personas y las familias recuerdan que pueden sonreír y lo hacen conscientemente y con agrado. No hay simulación.
No es que la religiosidad les rebose sino que el contagio, en este caso visual, en las calles, domicilios y lugares públicos se esparce de forma natural, imperceptible en veces.
La Navidad es fiesta religiosa, cristiana, pero ha trascendido a través de la historia a festejo alegre. En un mundo tan dificultoso para vivir y convivir, lleva un mensaje el anual nacimiento de ese Cristo: el renacimiento paralelo de la memoria religiosa, con lo que se ven envueltos los sentimientos individuales y colectivos.
Estas fechas se convierten en un período de tregua en el trabajo cotidiano, permitiendo cierta laxitud en los espíritus, las pláticas familiares, de oficina y de ocasión.
Los ojos sonríen y los labios también.
Si a ello agregamos que también por estas fechas se hace entrega de aguinaldos, concluiremos que también hay motivo correcto para sonreír, claro, con recursos económicos adicionales en los bolsillos.
Las frases “Felicidades”, “Feliz Navidad”, se escuchan en las calles al cruzarse los viandantes que recorren las aceras públicas.
La alegría se comparte y los medios de comunicación la multiplican con el agregado de mensajes reiterados de “Compre” “Compre”, en tanto las calles rebosan de viandantes cargados con paquetes voluminosos que, la mayor parte de las veces, son cajas enormes con regalos pequeños. Los lazos multicolores con motivos navideños externos en los regalos anuncian su destino final.
Hay un ambiente distinto. Se percibe. Quizá porque la multitud ansía dejar atrás los problemas acumulados.
Como quiera que sea, las caras sonrientes son la gran mayoría en las casas y en las calles de los grandes y pequeñas urbes.
Hoy, 25 de diciembre, es día de asueto.
Es Navidad.
Felicidades a nuestros lectores.