Versatilidad e inventiva

By on julio 5, 2018

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José Juan Cervera

La savia epigramática fluye con la misma libertad que exalta a los espíritus convencidos de la necesidad de alternar los tonos y los matices inscritos en los giros de su conciencia. Reclama esmerada atención cuando florece en plumas reacias a tomar por asalto los campos destinados al retozo exclusivo de los ingenios efímeros. Bien puede brotar, en cambio, de la serenidad de un criterio que se afina gradualmente en la experiencia y la reflexión.

Séneca formuló nociones éticas que hoy se reconocen como legado de su pensamiento filosófico, pero entre los frutos de su escritura se halla también un conjunto de epigramas cuya plena autenticidad siguen discutiendo los eruditos, validando algunos de ellos como expresión indiscutible del pensador latino; otros, en cambio, apuntan a la plausible redacción de discípulos que se ejercitaron a la luz de la figura del célebre preceptor cordobés. En la colección de estos textos caben distintos rangos de aceptación autoral, aunque en todos ellos impera una cierta unidad de estilo que, por otra parte, no necesariamente denota un trazo individual, sino que también responde a una percepción cultural propia de su época.

Los epigramas atribuidos a Séneca han transitado por numerosos filtros durante casi dos milenios antes de llegar a nosotros, y esto es lo que explica la escasa certeza que acompaña a algunos de ellos al momento de plantear la naturaleza real de su origen; basta aceptarlos como productos de un tiempo y de una visión del mundo de los cuales formó parte el personaje que alienta su evocación. Entre los que menos suspicacias despiertan, hay varios que recrean rasgos biográficos plenamente documentados del filósofo, como el de su exilio forzado en Córcega, tal como lo refiere el epigrama que concluye con el siguiente dístico: “Piedad de los desterrados; piedad ya, es decir, de los muertos./Al polvo de los vivos sea tu tierra leve.” Otros rinden homenaje a amigos suyos y a caudillos de su época, así como a acontecimientos de ese entonces, como guerras civiles e invasiones. Uno más encierra las resignadas palabras de su epitafio.

Hay textos que se avienen con la sobriedad de carácter de su autor, mostrando el gesto circunspecto de quien reconoce la materia lábil que sostiene los objetos del mundo, del que acaso perduren las obras del impulso creador, desprendidas de sus moldes contingentes. En ellos describe cómo sucumbe el esplendor de todo lo que en su momento suscitó la actitud reverente de generaciones enteras, como la inigualable Atenas: “Ésta es la que un día los antiguos con razón admiraron:/de grandes cosas pequeñas tumbas miras”.

En otros destaca el agobio del pesimismo que algunas veces parece disipar la Esperanza, deidad voluble cuyas promesas escapan sin cumplimiento. Pero también se concede la opción de abandonar la austeridad que domina sus versos, para cantar a la vida ligera y a los amores furtivos, extasiándose con la belleza femenina que colmará sus anhelos en tanto despide a la Musa severa. En este punto, la inspiración erótica imprime color a sus sentidos, aun al precio de tornarse evasiva en el acuerdo de prodigar sus mimos y sus caricias.

Como no es suficiente la grata apariencia para conducir con tersura y equilibrio las relaciones afectivas, el epigrama número 60, dedicado a una mujer celosa, subraya la importancia del buen juicio en ese ámbito: “Vigílame así, Cosconia, que las cadenas no sean/ni muy estrechas ni demasiado flojas./Huiré, si son asaz laxas; las romperé, si muy tensas./Pero ni esto ni aquello, si eres gentil, haré.”

La aportación básica de un autor debe aquilatarse en el despliegue global de su pensamiento. La trascendencia de los valores que postula Séneca se perfila en el llamado a practicar una vida sencilla, lejos de la adulación y de las recompensas vanas que muchos persiguen a costa de satisfacciones plenas. Brilla tanto como la naturalidad de una mujer que renuncia al aliño excesivo para exhibir la frescura de su rostro sin artificio, tema que exalta en otro de sus memorables epigramas.

Lucio Anneo Séneca, Epigramas. Introducción, traducción y notas de Roberto Heredia Correa. México, UNAM, 2001. Biblotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, 92 pp.

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