Un susto de aquellos

By on enero 31, 2019

Susto_1

 (Fragmento)

Juan José Caamal Canul

Operador: [Detiene la unidad. Habla por teléfono –casi murmullos, casi ininteligible- con su manos libres] ¿Qué pasó? ¿Cayó? ¡¡Te la llevaste!! Ya tabas encima de ella. ¿Está junto a ti? Sale, sale, más tarde. Dos como la gente. ¿Neta? Dale. Te hablo.

Suben pasajeros, cobra el importe de los boletos. En el radio truenan los metales y alientos de la Banda Limón o El Recodo. Hace falta esta música para espabilar a los somnolientos, tanto por la mañana como ahora, la tarde. Dialoga primero por teléfono y luego con un despachador –que libreta en mano revisa los folios del boletaje y horarios, pero echándole ojo fijamente a la lana, considerando si le darán algo–, abre y cierra accesos.

El camión avanza lentamente.

[Profieren gritos con registros femeninos]: Eeeyy…eeaaayyy…uauayyyy… ayyyyy….

Detiene la marcha del camión –latón abollado y herrumbroso, caldos hediondos contenidos, mugre solidificada de ayeres y porvenires.

Confusión general.

El pie dispensa fuerza y determinación sobre el pedal del freno –compresores de aire– y la máquina se detiene con potencia, casi amarrándose, impulsando a los pasajeros, tanto a los que se han sentado como a los que permanecen de pie, hacia adelante.

Mira por el espejo retrovisor: de un lado, del otro, en dirección a la acera, a la calle, en ese espacio donde abunda la penumbra del atardecer de mediados de diciembre y a los árboles, sombra de la sombra de las ramas caídas, el sobrepeso de la fronda no le deja mirar bien.

Otra vez los gritos, con más angustia y desesperación.

Susto_2

Algunos pasajeros asoman la cabeza por la ventana un tanto temiendo, por los gritos, evidente desgracia; otra más para enterarse antes que nadie de otra tragedia citadina y llevar algo más a casa, no solo hastío y hambre.

Coutiño en la radio grita y aúlla a cien palabras por segundo; manda saludos y anuncia a todo pulmón sin perder el aliento un bailaaaaazooooo en Umááááán, suuuuper, meeeega. Sus palabras prolongadas y estentóreas dejan paso a más música que nace, viene del fondo, creciendo, en auditivo ascenso hasta que solo quedan los tamborazos duranguenses –ya de plano, para abreviar, de banda norteña–, como borbotones acústicos en el bafle.

El despachador, que momentos antes charlaba animadamente haciendo un paréntesis cuando el operador lo hacía por el celular, viaja sobre el cofre interno del motor y también mira intrigado por el espejo lateral más cercano, con preocupación. Piensa con fatalidad: «Uta, despanzurraron a alguien.»

El operador mira y vuelve a mirar. Pestañea repetidas ocasiones con la intención de aclarar la vista, pues el nerviosismo se la ha empañado. “¿Quién estará gritando como loco?” –dice más para sí mismo que para compartir el comentario. El despachador se vuelve y lo mira directamente a los ojos, alcanzando a atrapar alguna palabra del operario, quizá imaginando que el operador dijo algo porque, si realmente lo dijo, fue casi del todo incomprensible para él.

Susto_3

Una mujer mayor se acerca a prisa, agitada, sudorosa por el esfuerzo de la carrera con su hija y/o nieta a cuestas, y luego en horcajadas, agregando peso al sobrepeso de la dama. Pregunta a voz de cuello: ¿Pasa por el psiquiátrico?

El operador respira/suspira se pasa la mano por encima de las cejas; una película de sudor frío le ha humedecido la frente, presiente que brincará los diques pilosos y se derramará sobre los ojos. Se limpia con presión la sensación.

Un poco más tranquilo, contesta a la dama, que hace malabares para subir por los tres escalones desescuadrados, empinados, pulidos, con la hija/ nieta a cuestas, en tanto introduce los dedos, medio y anular entre el sostén/brassier/corpiño para extraer el monedero y revolver dentro de ella para hallar el menudo del pasaje, todo al mismo tiempo: –“Vamos, suba. Si vas cerca, o para allá, chance te calmes.”

23-01-2019

Fotos de Juan José Caamal Canul

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