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Simas y Cimas
OTRAS MIRADAS A NUESTRO ENTORNO LOCAL.
Juan José Caamal Canul
Iba silbando mi trino
por una calle cualquiera
cuando a un lado del camino
me encontré con la escalera.
Era una escala sencilla
de rústico enmaderado
desde la calle amarilla
hasta el rojo de un tejado.
En distintas ocasiones se perdió la oportunidad de tener miradores en la ciudad. Hago un repaso: cuando se hizo el remate del Paseo de Montejo; cuando se edificó el mercado de san Benito.
Es decir, espacios desde los cuales observar distintos momentos del día a la ciudad. Pudo haber sido una experiencia sinigual para los citadinos y para los que están de paso.
Quizá cuando concluya la presente administración estatal aun pensemos en ella por un tiempo más dado que, además de gestionar los recursos y edificar el Palacio de la Música, se creó un espacio para tener otra mirada sobre la ciudad.
Ya Silvio Rodríguez, con mejor tino y aliento poético, ha escrito esa bella letra en la cual por una escalera ascendemos para tener una mirada diferente y, una vez satisfecha la curiosidad, descendemos y continuamos nuestra vida entre los mortales de a pie.
El único mirador que se tiene hasta la presente fecha, aunque generaciones han crecido en la ignorancia, es el ex convento de monjas concepcionistas, pues todos a pie de tierra la hemos mirado y han sido pocos los que han subido y observado la ciudad desde ese lugar.
Existe otro que se localiza en el parque Animaya, en medio del follaje ocre o gris de los montes periféricos de la ciudad. Desde ahí solo se ven los fraccionamientos populares y, en la lejanía, que para el caso no es necesario ascender ni descender porque los percibimos de por sí lejanos, los proyectos inmobiliarios cabalgantes del norte meridano.
No sabemos por qué hemos perdido tanto el tiempo en crear o habilitar estos espacios, ya que los visitantes, cuando llegan a la ciudad o a algunos de los vestigios arqueológicos, lo primero que hacen es ascender hasta las cúspides para mirar los demás edificios y más allá, hasta donde nos permita la visión.
¿Sabrán que esos templos de la cultura maya no fueron para mirar hacia abajo sino para estar más cerca de la bóveda celeste, para mirar los planetas y las estrellas que se ocultaba o asomaban por el horizonte? ¿De laguna manera, la lejanía, la sideral lejanía, el movimiento de los astros y los planetas?
¿Qué se verá desde el techo?
dijo la voz de un extraño
y sin meditar el trecho
le puse afán al peldaño.
La brisa me acompañaba
en el ascenso del alma
y mi camisa volaba
junto al sinsonte y la palma.
Mientras más ganaba altura
la calle me parecía
más pequeña, menos dura
como de juguetería.
Y sucedió de repente
que después de alimentarme
con la visión diferente
sólo quedaba bajarme.
En estas vacaciones se leyó en los medios impresos que los cenotes, algunos inmersos en la polémica, han sido los más solicitados para conocer, descender y sumergirse en sus aguas. Posiblemente también han contribuido las noticias sobre los recientes descubrimientos de cavernas inundadas donde se han encontrado vestigios humanos que proporcionarán información sobre el poblamiento de la península.
Esperemos que en los pozos naturales se cumpla con las especificaciones sanitarias para preservarlos, y que solo algunos estén abiertos al público. Hay un reglamento para acceder y cuidar el entorno.
Pero también esperemos que se divulgue que estos hábitats fueron, y aún siguen siendo, sagrados para la etnia maya, ya que se descendía para colectar el agua que se tiene por sagrada y que sirve para las aún supervivientes ceremonias mayas.
Sagradas debido a que esta agua, o la que se acumulaba en sus lechos, es filtrada por la tierra y la roca y a través de los años ha dado a formaciones calcáreas; o quizá simbolizando los senos de la Madre Tierra que nos proporciona el agua primigenia que es la que fecundará la vida y nos hará fuertes mediante el alimento del que estamos hechos: el maíz, alimento de nuestros hijos y los dioses que pueblan esta tierra.
10 de abril de 2018
Dejé la altura en su calma
dejé el cielo en su horizonte
siguió batiendo la palma
siguió volando el sinsonte.
Me encontré con la escalera
cuando a un lado del camino
por una calle cualquiera
iba silbando mi trino.
SILVIO RODRIGUEZ. LA ESCALERA.
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