Refugio del desterrado

By on abril 19, 2018

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José Juan Cervera

El escurridizo recuerdo de muchos autores decimonónicos va opacando su nombre cuando queda atrapado en la referencia histórica que alguna obra de consulta acarreó hacia otros tiempos, recuperando su memoria, pero restándole la vitalidad que podía encontrarse en la tinta fresca de sus versiones originales.

Aunque los escritores de antaño hayan estampado su rúbrica en libros y folletos, fue en los periódicos donde plasmaron emociones e ideas que fluían junto con los acontecimientos de aquel siglo elegante en sus discursos y osado en sus acciones. La literatura mexicana esparció su semilla en páginas que alternaban información política y mercantil, gacetillas y proclamas de respaldo a caudillos convertidos en figura pública. Predominaron las luchas ideológicas que el pragmatismo de la hora presente parece haber despojado de sentido.

Javier Santa-María (1854-1910) representó un ejemplo de los intelectuales de ese entonces. Nació en la capital de la república, en donde desarrolló una presencia activa en órganos de prensa como El Siglo XIX, La Revista Universal y El Eco de Ambos Mundos; en la redacción del primero de ellos tuvo un trato estrecho con personajes como Ignacio Ramírez, José María Vigil e Ignacio Manuel Altamirano. En El Eco de Ambos Mundos, que salía de la imprenta de Ignacio Cumplido, escribieron también Clemente Cantarell y Diego Bencomo, ambos nacidos en la península del sureste mexicano.

Santa-María tuvo una relación entrañable con Yucatán desde que pasó a residir aquí, acompañando a Eligio Ancona de quien se expresó como “la persona más honrada y discreta que he tratado en mi vida”, de acuerdo con lo que asienta en una semblanza de sí mismo que publicó en Pimienta y Mostaza, el renombrado periódico literario y festivo que se editó en Mérida a fines de ese siglo, en su número 74, correspondiente a 1894.

Es precisamente con un texto que lleva el nombre de Yucatán con el que inicia la colección de sus Composiciones poéticas que publicó por entregas la imprenta de Cisneros Cámara y Compañía en 1879. Es el canto de un desterrado que encuentra cobijo en donde no sabe si fue traído por la atracción del progreso o por su amor al trabajo, con la gratitud que inspira la mano generosa tendida a su paso.

En calidad de contrapunto, en ese mismo poemario –que dedicó al maestro Altamirano– aparece otra composición que, con el nombre de “Brisas”, lleva el peso de la nostalgia de la tierra que lo vio nacer. Está formada de cinco décimas, si bien algunas de ellas muestran variaciones en su rima; la primera dice: “Brisas del valle nativo/impregnadas de perfume;/aquí donde me consume/la soledad en que vivo;/aquí donde pensativo/siempre al dolor entregado,/recuerdo un dulce pasado/de ensueños y de delicias,/dad, brisas, al expatriado/vuestras amantes caricias”.

En octubre de 1875, la Quinta Legislatura del Estado declaró ciudadano yucateco a Javier Santa-María, de acuerdo con su decreto número 89 publicado en el periódico oficial La Razón del Pueblo. En ese tiempo, Santa-María se desempeñaba como redactor de dicho medio impreso, cargo que ocupó diez años después cuando aquél se denominó La Unión Yucateca, si bien llegó a asumir varias responsabilidades más en la administración pública: por ejemplo, también fue jefe político de Progreso en la década siguiente.

En 1879 dieron inicio los trabajos de construcción del ferrocarril de Mérida a Peto; Santa-María fue requerido para escribir unos versos para celebrar ese acontecimiento y, no obstante su origen completamente circunstancial, entre su conjunto pueden hallarse estrofas como esta: “Revienta el algodón en copos blancos/como la mar en temblorosa espuma,/y al blando peso de sus áureas pomas/el naranjo magnífico se abruma./Pero, brillante reina de esos campos,/su manto extiende la soberbia caña/del dulce néctar y el follaje umbrío;/con profusión extraña/se agrupa, se entreteje, se doblega,/toca la tierra pródiga y arraiga/una vez y otra vez. Al aire entrega/en rítmicos rumores/el himno de ternura con que paga/de benéfica lluvia los favores.”

Por su militancia liberal, este poeta romántico recibió ataques de sus adversarios políticos, y su obra fue desacreditada con juicios ajenos al criterio estético, como los que emitió un malqueriente suyo escudado tras el seudónimo Rodrigo, a quien refutó uno de los redactores del periódico El Ensayo Literario en 1886. Por otra parte, Santa-María llegó a afirmar: “Le caigo mal a La Revista de Mérida”. Y es que la cuna tipográfica del conservadurismo en Yucatán –si bien tuvo predecesores más o menos efímeros– diseminó con éxito prejuicios y atavismos que se extendieron más allá de esa centuria.

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