Que No Se Olvide

By on octubre 4, 2018

2 de octubre de 1968

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De los cinco continentes, América es el que despertó, desde su declarado “descubrimiento” en 1492, grandes ambiciones. Oceanía había sido, hasta entonces, uno de los menos golpeados por las ambiciones de grupos de poder, dentro de los cuales los liderazgos fueron generalmente de corta duración, aunque la explotación de la mano de obra estaba en su apogeo, incrementada por la prevalencia de una nación sobre todas las demás. Conquistar a sangre y fuego espacios para explotar sus riquezas y esclavizar población era la ambición.

La violencia y agresiones desatados en el centro del país, por el sueño del oro supuestamente acumulado por los aztecas, y las enfermedades de que los invasores eran portadores, diezmaron las poblaciones y crearon el ansia aventurera en Europa por localizar y saquear el tan mentado oro que, por ese tiempo, entre los nativos americanos no era moneda general de cambio.

Cuauhtémoc, el último emperador azteca, ni con los pies en las brasas confesó lo que tanto deseaban los invasores, y eso porque no existía el oro acumulado que era la ambición de los conquistadores.

Lo que sí existía, y aún existe como su riqueza mayor, creada para ellos por sus dioses, era una tierra generosa, para ser trabajada y compartida, que a partir de entonces comenzó a ser explotada por nuevos conquistadores, esclavizando la mano de obra indígena, obligada a hacerlo en un sistema que les era extraño, bajo el mando y la violencia de nuevos amos con poder absoluto sobre ellos.

Una excepción en la forma de actuar fue la actitud del náufrago español Gonzalo Guerrero, reconocido hoy como padre del mestizaje en América, quien sumó sus conocimientos a los de los mayas, convivió y se integró con ellos, creó familia, los defendió y luchó con ellos como combatiente por una forma de vida que, a su juicio, era la correcta. Sumarse, integrarse, multiplicarse, no destruirse, hubiera sido lo apropiado desde ese entonces.

1800… Nuestra lucha por la Independencia está cimentada en la libertad como justificación contra los abusos y agravios de un sistema de explotación, generador de riquezas de la minoría criolla y española. Este movimiento independentista, triunfante en un territorio extenso en proceso de integración aún, cortó lazos políticos con el otro continente, pero creó una casta supremacista interna, cada vez más explotadora de la fuerza de trabajo de los nativos, en sus propias tierras.

Así como las encomiendas y los latifundios nacieron y se reprodujeron, surgen las grandes haciendas y, con ellas, cambios bruscos de vocación de los suelos y un mayor sojuzgamiento sobre la fuerza de trabajo de la población originaria, sus descendientes y familias.

Por un siglo, el XIX, se mantienen vigentes las condiciones de explotación de los habitantes y continúan limitados sus accesos a la tenencia histórica de su tierra. La vida en condiciones extremas para los más, y las insultantes riquezas y lujos surgidos de la explotación y sangre de la masa campesina.

Por treinta años, accede al gobierno un militar oaxaqueño combatiente como Porfirio Díaz, durante ellos las luchas internas por intentos de prevalecer de una facción política sobre las otras favorece movimientos revolucionarios aislados que se generalizan y culminan con el exilio del gobernante Díaz y la asunción de Don Francisco I. Madero y José María Pino Suárez al gobierno de la República.

A esa Revolución, consumada según se ha dicho después del sacrificio de un millón de muertos, se agrega poco después la de dos de sus líderes: Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez, ya entonces gobernantes, caídos ante la traición de Victoriano Huerta, que carga también con el vengativo sacrificio de Serapio Rendón.

Ya antes, dentro de los primeros años de los alzados, habían sido emboscados y muertos los líderes revolucionarios Emiliano Zapata y Francisco Villa.

En Yucatán, los grandes hacendados que fueran calificados como la Casta Divina reúnen sus riquezas para pagar por la muerte de los socialistas Felipe Carrillo Puerto, sus hermanos y colaboradores cercanos, 13 asesinatos, considerando que con ello podrían volver a medrar libremente en el Estado, al terminar con la vida de combativos adversarios, luchadores por la justicia social y contra el abuso de los explotadores de la mano de obra campesina.

Salvador Alvarado, que fuera gobernante progresista y justiciero, y promotor del desarrollo del Estado, también fue asesinado años después.

El dominio en lo nacional y local sobre las tierras y la explotación campesina por parte de los grandes propietarios fue la constante por muchas generaciones.

La violencia continuó con la guerra cristera y, en 1928, en México, asesinan a Álvaro Obregón. Un año después se intenta un nuevo régimen aglutinante de fuerzas “revolucionarias” que fue el P.N. R., al que luego se denominó P.R.M. y, por último, P.R.I., cuando supuestamente se institucionalizó la unión de grupos “herederos” de la Revolución, en los que se fueron sembrando nuevos liderazgos de corte político y económico que unieron, hasta la fecha, sus intereses y destinos muy particulares, por encima de los del país.

Liderazgos poderosos en lo económico, a los que poco interesaba lo político, fueron agrupándose en otros partidos, o apuntalando con sus recursos intereses que les fueran afines, sin considerar su denominación partidista.

El problema nacional sobre la tenencia de tierras continuó en México.

La lucha de clases se ha ido acentuando en el creciente gremio obrero, consecuente a las condiciones de trabajo y a la industrialización.

El presidente Lázaro Cárdenas, acertadamente da inicio a la Reforma Agraria en México y Yucatán, que a su juicio estaba pendiente, pero que no bastó, aunque sí aclaró, las tenencias y uso de la tierra para millones de mexicanos que ahora, como gran ejido, dependen de lo que produce la tierra trabajada por ellos. En Yucatán, remarcamos que las milpas sostienen el bienestar, la alimentación, medicación y supervivencia de los mayas de ahora. El presidente Cárdenas impulsó también la Expropiación Petrolera, a la que años después agregó el Presidente Adolfo López Mateos la expropiación de la industria eléctrica del país.

Crisis periódicas ponen a prueba a gobernantes. Los mexicanos humildes continúan cayendo ante la violencia y las balas como en Aguas Blancas, Tlatlaya y Ayotzinapa, entre otros muchos lugares. Los trabajadores urbanos abarrotan las ciudades, sumando millones, planteando exigencias de salarios dignos, mejores condiciones de vida, trabajo, y servicios públicos. Los gobiernos conceden algunas solicitudes a gotas y continúan imponiendo control y mano dura a obreros y grupos sociales.

En distintos años se han dado grandes movimientos por problemas en los crecientes grupos de servicio público como médicos, ferrocarrileros, electricistas, así como entre estudiantes, maestros y otros grupos emergentes, que son agredidos con porros o fuerzas de choque: Jueves de Corpus, golpes a participantes en marchas, que culminan con movimientos, y con hechos como el ocurrido el 2 de octubre de 1968, hace 50 años, en Tlatelolco, cuando la sangre y la lluvia se mezclaron, corriendo por los drenajes la sangre generosa de estudiantes y el pueblo. Días antes se había invadido con el ejército el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México y los universitarios de Yucatán, con su rector al frente, marcharon en protesta.

Los grupos de poder muestran voracidad creciente, buscan alianzas con grandes intereses del ámbito internacional a través de consorcios extranjeros bajo el manto del neoliberalismo, y prosiguen sus intentos de saquear el país.

Cuando en 1994 surge la esperanza firme de un cambio con el mensaje fresco, claro y certero del candidato a la presidencia de la República Luis Donaldo Colosio, se le considera peligroso por su visión de “un pueblo con hambre y sed de justicia”; se acuerda su asesinato, ocupando el lugar como candidato un personaje opaco que temía tanto al sistema que, una vez concluido su período, en el 2000, salió del país. Además, a días del asesinato de Colosio, también se asesinó al Srio. Gral. del PRI, Ruíz Massieu, y surge la presencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en grandes espacios de Chiapas.

Pero las ambiciones no paran. Se intenta y logran alianzas entre partidos acomodaticios. Dos mediocres sexenios transcurren sin pena ni gloria. Los problemas se incrementan y no se halla solución satisfactoria por cuatro sexenios, 24 años.

Nuestras calles y espacios públicos están invadidos con voces airadas, inquietud, una violencia multiplicada y el poder sangriento del narcotráfico.

De este último sexenio frustrante por concluir, mejor no hablar, a no ser de la actuación libre, ahora sí meditada, de treinta millones de mexicanos que, en tiempo y forma, bloquearon con su voto y decisión electoral los intentos de manipuleos partidistas el pasado primero de julio.

Los votantes de este siglo, después de dos experimentos con otros partidos y una oferta de cambio que se anunció, pero jamás se vio, marcaron el hasta aquí a más de un siglo de asesinatos, de sangre inocente derramada, de promesas incumplidas y entrega de nuestras riquezas nacionales a precio de ganga a especuladores trasnacionales.

En este 2018, a cincuenta años de los violentos sucesos de octubre de 1968, con la reciente votación histórica de rechazo a lo mal hecho, a lo olvidado, a lo no cumplido, a la corrupción heredada, a los vicios de un sistema, los ciudadanos -como nosotros ahora-, se cuestionan cuál será un mejor derrotero para nuestro país. Hemos compartido la pérdida de miles de asesinados por la violencia; hay más de 300,000 desaparecidos, cementerios clandestinos.

Desde la lejanía de la “Conquista Española”, las penurias de los mexicanos se han acrecentado, pasando por encima de la Independencia, las Leyes de Reforma y una Revolución Social traicionada.

Estamos ahora en tiempos de reflexión, ponderación, análisis y decisiones sobre el futuro cercano y lejano que habremos de compartir los mexicanos.

Luis Alvarado Alonzo

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