Popol Vuh (XIV)

By on agosto 9, 2018

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LOS MAGOS

Continuación…

Ixquic, llena de gozo y de asombro, volvió a su casa. Disfrutó de dicha inefable y se alarmó de algo que estaba en ella y cuya naturaleza no podía entender ni le era dable alcanzar. En su ser, en efecto, se había hecho lo que las palabras de los Ahpú anunciaron. De esta suerte concibió en su vientre a los hermanos Hunahpú e Ixbalanqué.

Durante el primer tiempo, Ixquic permaneció en silencio y oculta a los ojos de todos. Nadie ofendió la timidez de su mirada ni la intimidad de su secreto. Era virgen para sí y para todos; pero, al cabo de dos lunas, Cuchumaquic vio que su hija estaba encinta. (Esta no sospechó ni conoció tal verdad, sino hasta que le fue revelada por su propio padre).

Sucedió como se dice aquí.

Cuchumaquic buscó a Hun Camé y a Vucub Camé y delante de ellos, con gravedad dijo:

–Es cierto que mi hija está encinta; lo cual es su deshonra y la mía. Avergonzado lo digo.

Los señores le contestaron:

–Si tú lo dices, así debe ser; proceded entonces conforme a la ley. Hazla hablar; haz que confiese la verdad y que diga el nombre del culpable. Pero si no te obedece, castígala como es tu obligación. Llévatela lejos para que ninguna de las gentes de aquí la vea más. Todos deben ignorarla para siempre.

–Es bueno el consejo que me dais; está acorde con lo que pienso. Lo tomaré en cuenta. Con vuestra licencia, me retiro –contestó el padre.

Cuchumaquic se retiró; volvió taciturno, a su casa y llamó a su hija y le habló:

–¿De quién es el hijo que llevas en ti?

–No lo sé, padre, porque yo no he conocido todavía la cara de un hombre.

Cuchumaquic no creyó, como es natural, las palabras de su hija. Lleno de dolor y de ira llamó a los Búhos y les dijo:

–Tomad a Ixquic y llevadla lejos; y, entre la horqueta de un árbol, sacrificadla. Cuando esté muerta, arrancadle el corazón, y en testimonio de que habéis cumplido con mi mandato, me lo traeréis en un vaso.

Los Búhos se dispusieron a obedecer. Buscaron un pedernal y un vaso de obsidiana. Luego, entre todos, tomaron a la doncella y, levantándola del suelo, la llevaron por el aire hasta el lugar en que debían sacrificarla conforme a la orden del padre.

Cuando llegaron junto al árbol que ellos sabían era el conveniente, se dispusieron a matarla.

Ixquic lo comprendió y dijo:

–No me matéis, que yo les digo que no es deshonra lo que llevo en mi vientre. El ser que concebí es hijo del Espíritu de los Ahpú. Así me lo revelaron ellos mismos cuando fui a visitar el árbol de Pucbal Chan. Esta es la verdad. No hagáis nada contra mí antes de reflexionar en las palabras que digo. Habéis de saber que mi corazón no tiene dueño, me pertenece, es mío y, por lo tanto, no estáis obligados a castigarme obedeciendo palabras injustas. Recordad también que nadie puede sin causa justa quitar la vida a nadie. Por esto les digo que en su tiempo serán muertos Hun Camé y Vucub Camé, porque fueron malos señores y porque no supieron temer la presencia del espíritu en las cabezas inocentes de los Ahpú.

Los Búhos contestaron:

–No queremos oírte. Tu padre, como sabes, nos ha dicho que le llevemos tu corazón en un vaso. En éste que ves se lo llevaremos.

–Obrad conforme a vuestra conciencia –respondió Ixquic.

Al oír esto, los Búhos se apartaron y discutieron entre sí, diciendo:

–No nos dejemos seducir por las palabras que Ixquic nos dice. Tenemos que cumplir con la orden de Cuchumaquic, a pesar de lo que ella opina delante de nosotros.

La doncella les interrumpió:

–Sé qué estáis diciendo; no digáis tales obcecaciones, porque no os arrepentiréis de haberme oído. Poned ahora, debajo de este árbol, el vaso que trajísteis.

Seducidos por la voz que se ocultaba en Ixquic, los Búhos hicieron lo que ésta dijo.

Entonces, en el vaso cayeron unas gotas de sangre, las cuales se coagularon en forma de corazón. Al ver esto, los Búhos dijeron:

–¡Sangre de corazones!

Después, atónitos añadieron:

–Está bien: aceptamos la verdad de lo que ha sucedido; nos iremos y diremos a tu padre que esta sangre es la que nos diste en lugar de tu corazón.

–Hacedlo así –contestó Ixquic.

Y así lo hicieron. Sin tocar a la doncella, abandonaron aquel lugar, y con la sangre que había caído del árbol volvieron a Xibalbá.

Volaron por el camino del aire que ellos conocían. Cuando Cuchumaquic los vio venir, adelantándose a ellos e inducido por los Camé les dijo:

–¿Cumplisteis con mi mandato?

–Aquí está la sangre que, en reemplazo de su corazón, nos proporcionó Ixquic –contestaron los Búhos.

–Dádmela. Tienen que verla los señores de Xibalbá.

Y cuando los señores vaciaron en otro vaso la sangre coagulada, ésta resplandeció como brasa.

Hum Camé dijo:

–Poned esta sangre en el fuego.

Los Búhos obedecieron.

Entonces ardió la sangre y el humo que de ella se desprendió fue suave y oloroso, como si saliera de un manojo de yerbas y de raíces tiernas. Entonces los que vieron lo que vieron quedaron aturdidos, enajenados o desposeídos de sus espíritus.

Al ver esto, los Búhos abrieron las alas y, volando entre las tinieblas, fueron a descender donde estaba Ixquic. Cuando estuvieron junto a ella, batieron las alas y se convirtieron en sus esclavos. Ixquic les puso nombre en señal de pertenencia. No hizo más.

Ermilo Abreu Gómez

Continuará la próxima semana…

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