Pibil y el No Muerto de Tamanché

By on septiembre 21, 2017

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Pibil y el No Muerto de Tamanché

Pibil, El Defensor de los Angustiados, enfrenta una amenaza real… ¿o un producto de la imaginación colectiva?

“¿Es en serio?”, pregunté a mi comadre Chona cuando me contó que un muerto viviente comenzó a ser visto en las inmediaciones de Tamaché, subcomisaría de la ciudad de Mérida, capital de Yucatán.

«Se lo juro, don Pibil. Los vecinos lo han visto llegar del monte, seguramente buscando victimas a quienes devorar porque seguro es un zombie, como esos que salen en The Walking Dead,» añadió a la información, misma que me conducía a ir en su búsqueda.

Conduciendo el Pibilmóvil, llegué a la tierra del carnero de madera, esa que tuvo su etapa de mayor gloria en la época del auge henequenero. El comité de vecinos me acompañó hasta la iglesia, indicándome que los avistamientos del No Muerto se habían centrado en dirección contraria a la parte posterior del templo, en un área de un kilómetro.

«En un video que grabó con su cel mi hermana de lejos, se alcanza a ver que es igualito al que salía en Guerra Mundial Z, el que aparece con Brad Pitt casi al final de la película. Maaaare, ¡está padrota esa película!,» comentó el Chimuelas, vecinito de esa zona, quien me enseñó la grabación.

Era un video corto, de menos de un minuto, pero se alcanzaba a ver un ser cadavérico envuelto en una especie de capa. Su aspecto era siniestro. Al percatarse de que era grabado, corrió hacia lo profundo del monte.

Pedí a quienes me acompañaron hasta ese punto que esperaran mi regreso, pues debía investigar qué era realmente aquel ser: ¿Un zombi? Los zombis no huyen, se acercan de inmediato en busca de alimento, es decir, de nosotros los humanos. ¿Un vampiro? Tampoco huyen. Ni los hombres lobo…

«Ten cuidado, hijo, porque por allá hay un antiguo cementerio, creo que de 1912… Era pequeño, aún deben verse las tumbas,» me advirtió doña Epifania, la más anciana del lugar, antes de que me internara en dirección a aquel sitio.

Tardé un cuarto de hora en llegar.

Quedaban algunas lápidas en lo que seguramente fue un cementerio privado, quizá de algún hacendado opulento. Sin embargo, no había nadie, o al menos no percibí la presencia de ninguna otra persona, o cosa.

Parado ante la que parecía ser la tumba principal, recorrí con la mirada el entorno y no encontré nada.

De pronto, un ruido proveniente de la tierra me alertó y obligó a ponerme en posición de alerta…

¡Del suelo emergía aquel ser siniestro!

Era realmente feo, flaco, tapado con una sábana purpura. Su color era como gris oscuro, y de su garganta brotó un sonido horrible…

Que dio paso a una tos igual de espantosa…

Me acerqué a prudente distancia para escuchar lo que me diría…

‘Soy don Emilio Bolio, amo de esta hacienda y sus alrededores. He sobrevivido aquí oculto durante los últimos 105 años y no, no soy una amenaza para nadie…”

“Veo en tu mirada, rechoncho personaje, la incredulidad ante lo que argumento, pero créeme que es verdad. Has llegado al momento en que he determinado poner fin a mi martirio, a esta espera prolongada mandada por mi más básico instinto humano de supervivencia,” continuó.

“Tras ser enterrado aquí, después de sufrir un ataque al corazón, desperté para percatarme de que había sido enterrado vivo, pues aquel ataque no fue fatal, como sí lo fue mi destino desde entonces. Me alimenté de raíces, insectos, cualquier cosa que me permitiera prolongar mi agonía, por mi terror a morir, por el pánico que le tengo al abrazo de la muerte,” me dijo.

“Pero estoy cansado y ya no tengo fuerzas para salir en busca de comida… Tú serás mi testaferro y compartirás mi historia. ¿Lo harás, por favor?”

Tardé en reponerme de la impresión de aquella historia, pero alcancé a recuperar la postura para ofrecerle ayuda: “¿Quiere que traiga médicos? ¿Que le ayude a salir de aquí?”

Me miró con calma antes de responder: “Amigo, la naturaleza me llama a cuentas. Llegaste en el momento preciso. Es todo. No eres responsable de lo que está por acontecer, pero sí de contar mi verdad. Te lo pido como mi última voluntad.”

“Cuente conmigo, por supuesto, don Emilio, pero…” pronuncié, sin poder terminar la frase, pues entonces él lanzó un profundo suspiro y falleció.

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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