Peripecias de un Elector

By on julio 5, 2018

EL DÍA DE LA VOTACIÓN

Peripecias_1

César Ramón González Rosado

Muy temprano, urgido por la noticia de que en las casillas especiales habría escasas 750 boletas electorales, mi esposa y yo abordamos nuestro vehículo para trasladarnos al Centro de Convenciones Siglo XXI, en donde se ubicaba la casilla que nos correspondía.

Pensando adelantarnos a otras personas, para después ir a desayunar unos sabrosos tacos de Cochinita en el mercado de Santa Ana, cuál no sería la sorpresa al llegar y darnos cuenta de que cientos de personas habían pensado lo mismo.

Peripecias_2

Caminamos por entre un verdadero tumulto formado por largas colas que salían del recinto. Gente amontonada en la entrada de la casilla protestaba porque no se iniciaba la votación.

Nos ubicamos, resignados a la espera de por lo menos tres horas, pensando que era de importancia para el país cumplir con nuestro deber de votar por el candidato de nuestras preferencias.

Peripecias_3

Después de una hora en una fila que no se movía, una funcionaria electoral se acercó muy atenta para indicarnos que las personas de la tercera edad y discapacitados tenían preferencia, por lo que nos indicó situarnos en la “cola” especial para estas personas. Pregunté a mi esposa con cierto tono festivo: “¿Cómo supo esta señorita nuestra edad? ¿Será que se nos notan los años de “juventud acumulada”, como presumen algunos contemporáneos optimistas de la tercera edad?”

Era una fila mucho más corta que la anterior. Aliviados de la impaciencia, tomamos nuestro lugar en esta “cola” que tampoco se movía, pues continuaba sin abrirse el lugar de la votación.

Como suele suceder en estas esperas, las personas entablaban conversación sobre el asunto electoral. No faltaba quien imprudentemente preguntaba: “¿Y usted por quién va a votar?” La respuesta no se hizo esperar: “Pues mire, señora, el voto es libre y secreto y yo no tengo por qué decirle.” “Ay, usted perdone, qué delicado, si nada más quería saber…”

Otra señora con visible mal de Parkinson y muy menudita, acompañada de su hija, sentada en un pequeño banco, se sumó al diálogo y dijo: “Pues yo sí digo.” Muy ufana agregó: “Yo, por ‘San Andrés Manuel’, porque él sí me ayudará para que me atienda el Seguro Social y me dará mi pensión.”

Turnándome con mi esposa para el descanso, me senté junto a una señora que me conversó: “Tengo 87 años. Mis hijos me dijeron que no viniera porque creen que estoy enferma, pero yo insistí. Es cierto que me han operado del intestino por cáncer de colon, y algún tiempo atrás del corazón, pero aquí estoy y no me iré sin votar. Hace cuatro años trabajaba en una oficina de cobros de Avon de mi propiedad, pero ellos ya no quisieron que siguiera trabajando. Acepté y ahora me estoy aburriendo en casa.  ¡Qué le vamos a hacer! ¡Estos muchachos!” se lamentó la abuelita.

Observamos la presencia de numerosas personas en sillas de ruedas o con bastón que caminaban con dificultad. Heroicamente esperaban que se iniciara la votación.

Al fin, comenzó a moverse la “cola” aunque con lentitud. Así avanzamos por una hora más, hasta llegar a la entrada.

En nuestra fila, delante de nosotros, iba una pareja de jóvenes. Ella con una breve prominencia en el vientre, él empujaba una carriola con un niño de meses. Nadie dijo nada, pues se entendió que la joven madre embarazada sería la electora. Pero no: el joven padre pretendía entrar a votar también. ¡La que se armó!

Los reclamos no se hicieron esperar: ¡Que se salga! ¡Sáquenlo! ¡Esta fila es para viejitos! Indignados, gritaban en nuestra defensa los concurrentes de la fila vecina.

El joven se defendía alegando que estaba diabético y que por ello debía ser aceptado. Después de un escándalo mayúsculo de varios minutos que detuvo el avance, la persona fue retirada, pues no pudo comprobar su padecimiento. Cierto o no, lo corrieron los encargados.

De pronto, arribaron nutridos grupos de personas que habían sido rechazados en la casilla especial de “City Center” porque se habían acabado las 750 boletas. Gritos de protesta porque se querían meter a las colas en lugares que no les correspondía.

Así, en medio del desorden, al fin llegó nuestro turno para cumplir con nuestro deber. Dos boletas nos entregaron a cada uno: una para Presidente y otra para Senadores.

Salimos de la casilla y pregunté a Carito: “¿Por quién votaste?”

Me respondió con seriedad: “El voto es libre y secreto.”

Ya no insistí.

Sin embargo, después de un momento me dijo: “Voté por ya sabes quién.”

Me devolvió la pregunta y respondí: “Ya sabes por quién prometí no volver a votar.”

Las impaciencias continuaron manifestándose. Las críticas abundaban por la mala organización del evento.

A la brevedad abordamos nuestro vehículo, con rumbo a un suculento desayuno con “cochinita pibil” en el mercado de Santa Ana.

Para nuestra decepción, al llegar la señora del puesto nos dijo: “Ya se gastó; es muy tarde. En otros puestos hay comidas del día.”

Sin pensarlo más, pues el hambre apremiaba, Carito ordenó un delicioso “queso de bola relleno”, y yo un no menos sabroso “puchero de tres carnes”, cumpliendo con la tradición del domingo, que devoramos con avidez.

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