Mitsu e Hiraku (XXXVIII)

By on abril 4, 2019

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‘Si algo tenían claro los guerreros shinobi era que al final, cuando la batalla se desarrollaba, lo importante era desarrollar una estrategia inmediata, tratar de anular el poderío del enemigo antes de que este pudiera desplegarlo” – AYUMI KOIZUMI, Cronista

Chieko se vistió con el tradicional traje shinobi, en azul oscuro, cubriéndose el rostro hasta por debajo de sus ojos. Utilizó todo el equipo que consideraba utilizaría en una batalla que no podía predecir.

Desde que ingresaron a la Antártida perdió la noción del tiempo. Realmente se le dificultaba hilar detalles concisos, en parte porque la enorme altura del lugar todavía la afectaba. ¿Cuántos días tardaron en llegar a aquel destino? ¿Fueron semanas? ¿Acaso meses? Era difícil discernirlo.

Recordó que ingresaron a una especie de puerto oculto en la entraña de una impresionante montaña, cuya parte principal se perdía en el mar. Era parte de un gigantesco bunker iluminado por hileras infinitas de focos. En aquel lugar había centenares de navíos, todos enormes, rompehielos megalíticos perfectamente equipados, con guardias personales. A pesar de que la seguridad era estricta, un elemento había capturado su atención: todos los que llegaban eran recibidos con evidentes muestras de respeto.

Para llegar al área de cuartos donde fue recluida, debieron utilizar unos vehículos pequeños para tres personas, ella, la conductora y el guardia, que no le quitaba los ojos de encima, seguidos por otros dos autitos con otros seis mercenarios.

Aquello parecía una ciudad, o al menos un lugar con la suficiente capacidad para alojar a varios poblados juntos. Fue trasladada a un edificio de cuatro pisos, perfectamente vigilado, en donde había decenas de habitaciones. En una de ellas fue metida. A partir de entonces solo restó esperar.

Con el paso del tiempo, fue adoptando rutinas que cambiaba cada cierto tiempo. Sabía que era vigilada, que era observada, aunque no fuese posible distinguir ninguna cámara o espejo en aquel cuarto. Entrenaba, meditaba, se alimentaba bien con lo que sus captores le proporcionaban: en vez de alimentos sólidos, semillas, fruta, peces, raíces y bebidas con suficiente proteína y vitamina para mantenerla alerta.

Extrañaba a Hiroshi. Se preguntaba cómo estaría. Intentó comunicarse con él mentalmente, pero al parecer aquellas paredes impedían cualquier proyección astral. Sabía que, llegado el momento, la puerta se abriría para llevarla a su destino final, y se sentía preparada para ello. Estaba harta de tener miedo, de sentirse vulnerable, de negarse a aceptar como reales todas aquellas situaciones que había experimentado en carne propia…

No era fácil aceptar como falsa toda la información que le inculcaron desde niña. No era fácil aceptar que no vivían en un planeta, que no existían más planetas, que jamás el Apolo XI viajó a la Luna, que no se podía salir del domo que cubre el firmamento, que no se podía escarbar más allá del 2 por ciento de la profundidad terrestre; que, desde siempre, la raza humana era una especie de acuario en exhibición para el divertimento de sus creadores, los mismos que la habían convencido de que era una insignificancia en un universo infinito. En este punto no encontraba ninguna diferencia con la realidad que había abofeteado su existencia. Quizá los humanos no eran tan insignificantes como los habían convencido, pero tampoco tenían el poder para revelar a la masa lo que realmente ocurría. Luego entonces ¿qué ocurría realmente? ¿Qué significaba todo esto de la reencarnación? ¿Qué era todo esto de tener que enfrentar a una enemiga maligna? ¿Qué era todo lo que la rodeaba?

Todo eso recordó Chieko antes de salir de la habitación rumbo al lugar donde enfrentaría a Hiso, esa arpía que tanto odiaba… No se permitiría aflorar sentimientos negativos en su lucha. Podría costarle la vida.

Escoltada por más de una docena de mercenarios fuertemente armados, abordó un vehículo enorme en el que recorrieron cerca de dos kilómetros, hasta llegar a una estación donde estaban estacionados en perfecto orden millares de unidades similares.

Fue introducida por una entrada lateral, por lo que no pudo observar con detalles de dónde provenía aquella intensa luz. Avanzaron por un túnel de unos dos metros de diámetro hasta llegar al umbral de una puerta de acero donde una mujer uniformada ordenó a su escolta que esperaran. Condujo a Chieko por otro pasillo que conducía a otra puerta, a unos 20 metros.

<<Tu destino está detrás de esa puerta. Te deseo suerte.>> pronunció la mujer, a modo de despedida.

Chieko avanzó hacia donde le indicaron. Conforme avanzaba, registró sonidos que semejaban al ruido que generan los asistentes a partidos de fútbol soccer que tanta pasión levantaba en Japón; sonaba como si estuvieran en un estadio. Al llegar al fondo, abrió la puerta.

No pudo evitar quedar sorprendida por lo que veía.

Acababa de ingresar a un gigantesco coliseo moderno, muy parecido al célebre romano en cuanto a arquitectura. El lugar estaba lleno de personas, miles de ellas, que gritaban a todo pulmón, alentándola a llegar al centro de la arena, donde ya aguardaba su rival.

¿Pero qué demonios era eso? ¿Un circo de gladiadores? ¿Un juego perverso? ¿Un manicomio? Por el tipo de gritos que se emitían, esa parecía la respuesta más probable.

Música de trompetas, con evidente influencia romana, retumbó en el lugar, interrumpiendo sus pensamientos. La multitud guardó silencio. La voz de Lev Aggot se escuchó por los altavoces.

<<Señoras y señores, damas y caballeros, llegados desde todos los puntos de la Tierra. Sean bienvenidos a nuestra décima batalla en esta semana de actividad en nuestro coliseo. Es apenas el tercer día y por delante tendremos muchos interesantes combates, como el que tendremos a continuación.>>

<<Ese maldito, ¿qué demonios hacía como maestro de ceremonias?>> pensó Chieko. Atisbando, pudo ubicarlo en la parte central del foro, en el que sin duda era el palco de honor. Miles de años atrás, estuvo ocupado por un César, ahora era ocupado por ancianos que parecían buitres observando a su presa. Sin duda se trataba de los líderes de aquella élite que controlaba el mundo. Aggot parecía disfrutar su labor.

<<Esta confrontación es especial, porque quien resulte ganadora tendrá la oportunidad de saltar al siguiente nivel, algo que no cualquiera puede lograr…>>

Las carcajadas del público rebotaron en las paredes.

<<Claro, para que eso suceda, su rival deberá estar totalmente muerta, de preferencia sin cabeza o sin algún órgano vital. La vencedora, aun herida mortalmente, no deberá temer nada, porque un requisito para poder reencarnar en el siguiente nivel es morir en este…>>

Nuevamente, el estruendo de las carcajadas cimbró el lugar.

Levantando las manos, Lev continuó: <<Sin más preámbulos, permítanme presentarles a nuestras gladiadoras. En el lado izquierdo de la arena está la ninja Hiso, originalmente una mujer despiadada que nunca tuvo pudor para asesinar incluso a mujeres y niños, como esbirro de otro ejemplar que también peleará esta noche. Como podrán notar, ha sido modificada por nuestro amigo, el doctor Mengele, aquí presente y para el cual pido un aplauso…>>

La andanada de aplausos fue realmente ensordecedora.

<<Aprovechemos rendir un aplauso merecido a los amigos que acompañan al doctor Mengele, que desde Argentina han venido para disfrutar de este espectáculo único en el mundo. ¡Wilkommen, Herren Adolf Hitler, Franz von Papen y Rudolf Hess, amigos todos ellos!>>

Chieko no podía da crédito a lo que escuchaba y observaba en aquel lugar horripilante, cargado de una energía negativa. Observó la arena bañada en sangre e identificó restos humanos por todas partes, comprobando así las palabras emitidas por Aggot. Sus reflexiones fueron interrumpidas por la conclusión de la presentación.

<<En el lado derecho tenemos a una auténtica descendiente de los precursores shinobi que durante siglos evadieron nuestras reglas. Como ha ocurrido siempre, hemos logrado traer de nuevo un ejemplar de ese casi extinto clan de raíces niponas. ¡Demos una ovación a Chieko y brindemos porque este sea un combate meeeemooooraaaableeeeeee… y no la basura anterior que solo duró 10 segundos!>>

Las carcajadas eran espeluznantes, como el graznido de las peores aves de rapiña, las risas de las hienas carroñeras del África…

<<Dicho todo lo pertinente, no resta más que dar la señal de inicio. Hermanos de la opulencia, confirmen sus apuestas, porque aquí inicia laaaa ¡CARNICERÍÍÍÍÍÍÍÍÍA!>>

Chieko no pudo dedicar tiempo a apreciar la intensidad de la ovación. De inmediato debió concentrarse en Hiso, quien ahora era parte bestia, con injertos de animales, puntas en casi todo su cuerpo y una cola que manipulaba como ariete.

¿Qué tan horribles serían las cicatrices de aquella mujer? Era imposible saberlo, ya que aquel cuerpo estaba cubierto con un atavío similar al de Chieko, aunque en ella lucía perturbador. En lo que parecía una mano portaba una enorme espada con afilada hoja, y en la otra extremidad tenía una espada corta con tres filos, incluyendo dos del mango.

Aquel ser indescriptible lanzó un prolongado alarido siniestro antes de cargar a una velocidad pasmosa contra su enemiga.

Chieko logró contener el ataque frontal parando la enorme katana con su respectiva shinobiganata, el sable letal de los milenarios shinobi. Hiso ya giraba para trata de cortar de tajo la cabeza de su rival quien, anticipándose, se inclinó para burlar el acero, a tiempo que clavaba hasta en tres ocasiones su daga corta contra los genitales del monstruo, que emitió un chillante alarido.

La cola del ser estuvo a punto de clavarse en su rostro, pero una vez más su sable impidió que esto ocurriera, aunque no pudo evitar caer de espalda por la fuerza de la estocada. Esto lo aprovechó Hiso para apartarse unos metros, mientras un hilillo de sangre oscura resbalaba por la herida que le había desgarrado la vagina.

Los gritos de la audiencia eran frenéticos.

Chieko lanzó dos shuriken que Hiso apartó con su espada, pero un tercero se incrustó en su ojo izquierdo. La furia se impuso al dolor, haciéndola perder su concentración. Chieko descendía, tras dar tremendo salto, para cortar de manera precisa aquella cola siniestra.

La danza de dolor de la bestia enardeció todavía más a los presentes, ante el panorama que ofrecían los chorros de sangre que abiertamente salían de las heridas.

Clamando por venganza, atacó sin hacer caso a sus dolores, lanzando estocadas y girando los brazos.

La shinobi detuvo cada uno de los embates, clavando de nuevo su daga en el vientre de su rival.

Un cabezazo inesperado destrozó la nariz de Chieko. La pesadilla la siguió atacando con furia, recibiendo cortos leves en cada defensa. El monstruo usó uno de los pinchos que formaban parte de su cuerpo para lacerar la pierna de su oponente y mordió uno de sus brazos.

Surgieron porras divididas, unas apoyando a la bestia otros a la shinobi.

El dolor era indescriptible. Chieko se concentró. Debía seguir parando los golpes de espada, y después contraatacar. En fuerza y poder físico no podía competir, lo sabía perfectamente.

Actuó rápida como el rayo: soltó la daga y, poniendo sus dedos en pico, atacó el ojo restante de Hiso, causando que la bestia trastabillara al intentar salvarlo. De inmediato, Chieko giró hacia un costado, evitando que aquella monstruosa espada penetrara en su cuerpo, mientras empuñaba su katana.

Cuando la creación del doctor Mengele trató de incorporarse, ya Chieko cercenaba su cabeza con un tajo espectacular.

La bestia que alguna vez fue una mujer entendió que era cierto aquello de que una cabeza desprendida del cuerpo aún alcanza a ver…

Lo último que vio fue a Chieko atravesando el corazón de su cuerpo.

Continuará…

RICARDO D. PAT

riczeppelin@gmail.com

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